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La sátira ya es la realidad

La sátira ya es la realidad

Le debo tanta risa a Eduardo Mendoza y le debe tanto el humor español a sus novelas que la concesión del premio Cervantes me hace volver a creer, por un segundo, (ya me pasó) en aquello del esfuerzo y la recompensa. Mendoza es un clásico y por eso humor y risa son causa y efecto, acción y reacción en sus obras. Estoy en deuda con Mendoza porque la risa te da y te la dan. A veces te la contagian y sus convulsiones son un síntoma tan evidente que sirven para que los que no tienen sentido del humor sepan cuándo tienen que ofenderse o disimular fingiéndola.

La risa y el humor no siempre van juntos. Ni la risa es siempre consecuencia del humor, ni el humor es siempre desencadenante de la risa. La sátira exagera la cruda realidad añadiéndole crueldad para dejarla en evidencia. Es un estilo de humor que vuelve a llevarse, como se aprecia en las ediciones internacionales de "Charlie Hebdo" y en las actuaciones locales de "Mongolia". La ferocidad caníbal del momento en que vivimos es que la realidad imita a la sátira y eso permite que Donald Trump sea emperador de Occidente. La sátira de los Simpson previó esta realidad que sigue con el nombramiento de millonarios para hacer un gobierno de plutócratas que convierta en realidad lo que en la sátira habrían sido las ideas descabelladas de un grupo de afanadores jugando al golf en un campo de Trump. Urge abrir un debate sobre los límites de la realidad.

Se llama al momento que vivimos la época de la posverdad. También se habla del posthumor, una ramificación del género que hace reír con algo que no tiene gracia, que es incómodo, es decir, con una risa en la que hay un componente nervioso por la vergüenza ajena que teme uno. Ahora que la realidad es indistinguible de su sátira se mea uno de miedo con risa nerviosa porque la realidad sí que no tiene límites.

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