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Tribuna

Coche eléctrico: realidad y ficción

En la actualidad, en términos de uso del automóvil, la percepción que tiene la mayor parte de las personas pertenecientes al primer mundo es muy distinta de la que se tenía hace 40 años. Fundamentalmente, hoy de lo que se trata es de tener movilidad en un entorno en su mayor parte (zonas urbanas y periurbanas) colapsado por la presencia de gran cantidad de automóviles. Por lo tanto, las prestaciones dinámicas del vehículo pierden interés racional frente al consumo, practicidad y facilidad de manejo. Esta es una primera consideración favorable a la introducción de vehículos eléctricos cuyo manejo y condiciones de funcionamiento son más adecuadas para las condiciones de tráfico actual. No obstante, hasta hace muy poco, los vehículos eléctricos tenían un defecto difícilmente superable. Su autonomía era muy reducida (menos de 100 km), y la recarga de energía requería de mucho tiempo (varias horas, frente a unos minutos en el caso de los vehículos convencionales). Ello limitaba mucho su mercado y, factores subjetivos excluidos, no eran competitivos para las necesidades de la mayoría de la población. Esto empieza a cambiar, y lo seguirá haciendo hasta eliminar el defecto antes señalado, de manera que los vehículos eléctricos tendrán disponibilidad igual a los convencionales, para un nivel de prestaciones también similar, en pocos años y a precios asequibles.

No obstante, a día de hoy las posibilidades de recarga de forma comparable a los vehículos convencionales son muy escasas. Actualmente, el precio real de un vehículo eléctrico es alto, pero es de esperar que a medida que se implante la producción masiva de vehículos eléctricos por incremento de demanda, los precios sean más competitivos, equiparándose al vehículo convencional. Ciertamente el consumo real es menor ya que el motor eléctrico presenta rendimientos del 90 % frente a 25-30 % en el caso de gasolina o diésel en uso cotidiano. Además, el vehículo eléctrico puede llevar sistemas de recuperación de energía durante la marcha que puede acumularse en la batería y utilizarse posteriormente, cosa que en los vehículos convencionales no es posible. No obstante, ¿realmente suponen una ventaja desde el punto de vista económico y medioambiental?

Para empezar, en la construcción de un vehículo eléctrico se necesita de una batería de alta capacidad. Su producción entraña una serie de impactos y consumos que inciden sobre el medio ambiente, especialmente emisiones, requiriendo de fábricas con importantes medidas correctoras y generando un flujo de residuos, peligrosos y no peligrosos, importante. Las baterías usadas se convierten en residuos peligrosos de compleja gestión, regulados específicamente. En definitiva, supone un importante riesgo ambiental, y si hay un flujo de residuos que escapa a la correcta gestión, y acaba en vertederos incontrolados o simplemente abandonados en el terreno, los efectos pueden ser muy negativos por la presencia de metales pesados y otros elementos muy contaminantes.

Además de lo anterior, el propio uso del vehículo implica, en función del origen de la energía, un impacto ambiental distinto. En el caso más normal, de conexión a red para la recarga, nos encontramos con que esa energía que absorbemos ha sido obtenida previamente por un proceso de producción, que en el caso de Mallorca es mayoritariamente mediante carbón, y en una central con un rendimiento muy bajo, del 32 o 33 %, inferior al de un coche moderno de combustión interna de gasolina o un buen diésel. A ello habrá que aplicarle el coeficiente de rendimiento del motor eléctrico que, aunque elevado, supone unas pérdidas superiores al 10 %. En total estamos hablando de rendimiento aproximado de un 30 % en el caso del mix balear. Por lo tanto, cada kilómetro recorrido supone un consumo energético primario similar para ambas tecnologías.

En términos generales, la producción de energía eléctrica por medio de sistemas de generación alimentados por energía renovable tiene sus límites, por cuestiones de garantía de suministro y estabilidad del sistema, por lo que el rendimiento real que se puede obtener en cualquier zona repostando en la red es difícilmente superior al 50 %. También hay que considerar las emisiones generadas en la producción de la energía eléctrica. De nuevo en Mallorca, no salimos bien parados, ya que la producción mediante carbón es altamente emisora de CO2, dando como resultado global unas emisiones mucho mayores que el vehículo convencional. Un efecto positivo muy significativo es la reducción del ruido ya que los motores eléctricos son muy silenciosos, y ello puede mejorar notablemente el impacto ambiental en ese aspecto, especialmente en las ciudades. También cabe señalar que en el caso del coche eléctrico se disminuye la contaminación difusa en la ciudad a cambio de concentrar la contaminación en las fábricas de baterías y centros de producción de energía eléctrica, que en todo caso es más controlable y mitigable.

En conclusión, los coches eléctricos no son productos inocuos en términos de emisiones o impactos ambientales. Es más, para obtener ventajas significativas se hace patente la necesidad de disponer de autoproducción de energía eléctrica mediante energía fotovoltaica o eólica y el correspondiente sistema de acumulación, que nos permita transferir dicha energía a la batería del coche (lo que implica por otra parte un nuevo impacto por la instalación y por el acumulador). De esta forma obtenemos energía eléctrica con muy poco coste de energía primaria, y reducimos notablemente el impacto de las emisiones. En caso contrario, y por tanto en la realidad actual, las ventajas se reducen substancialmente frente a los vehículos actuales, que por otra parte han mejorado sus rendimientos y emisiones de forma notable.

*Ingeniero Industrial

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