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Contrabando y estraperlo, de negocio ilícito a inversión en Mallorca

La historia del contrabando en Mallorca lo es de quienes, además de tolerados y bien vistos socialmente durante décadas, revirtieron los sustanciosos beneficios logrados en el desarrollo del turismo y la construcción

Contrabando y estraperlo, de negocio ilícito a inversión en Mallorca

El doctor en Historia por la UIB, Pere Ferrer, autor de Contraban, corrupció i estraperlo a Mallorca (1939-1975), precisa que para entender cabalmente la historia del contrabando en la isla hay que tener claro que las actividades de los contrabandistas contaron con una notable aceptación social, puesto que los beneficios que generaban llegaban a muchos, y que junto a esa aceptación hubo una amplia tolerancia por parte de las autoridades, especialmente de los mandos de la Guardia Civil e incluso algún que otro gobernador civil de la dictadura franquista. Con tales ingredientes no sorprende que el contrabando llegara a ser en Mallorca el lucrativo negocio en el que se convirtió y que no pocos contrabandistas, ya entrada la década de los sesenta del pasado siglo, invirtieran los pingües beneficios obtenidos en la industria turística y en la construcción. Ferrer manifiesta que, al margen de Juan March, que, hasta casi su muerte, fue una de las principales fortunas del planeta, y estuvo vinculado el contrabando, la nómina de ilustres contrabandistas es muy amplia, incluyendo a conocidas sagas familiares, como los Isern, que en tiempos de la Segunda República, en los años treinta, tenían montando un saneado negocio con el trasiego de tabaco rubio, que introducían desde determinados puntos de la Serra de Tramuntana. Entonces todavía no se había establecido la connivencia entre autoridades y contrabandistas, lo que reportó a los Isern tener que contar con algún muerto en la familia debido a enfrentamientos con las fuerzas del orden republicanas.

Máximo Auge

El período de máximo auge del contrabando se inicia al final de la Guerra Civil, a partir de 1939, prolongándose hasta mediados de los años sesenta, momento en el que el desarrollo económico hace que el interés por el contrabando se diluya hasta prácticamente desaparecer con el final de la dictadura, en 1975. Ferrer, después de señalar que en la postguerra se solapan contrabando y estraperlo, que no era otra cosa que un mercado negro, comenta que en los años cuarenta y primeros cincuenta, cuando las carencias de productos de primera necesidad se habían generalizado obligando a establecer las cartillas de racionamiento que no desaparecerían hasta 1953, catorce años después de concluida la Guerra Civil, los contrabandistas introducen en Mallorca ingentes cantidades de harina, café, azúcar y tabaco. A partir de 1955-56, al reducirse las penurias, el tabaco rubio, whisky y ginebra toman el relevo, puesto que son productos demandados por los hoteles. El turismo empieza a desarrollarse haciendo necesario surtir de productos de calidad a los establecimientos turísticos.

Los productos que nutren al contrabando llegan a Mallorca procedentes básicamente de Gibraltar y Tánger. La isla pasa a ser un centro de redistribución, ya que desde aquí los capos envían los alijos a la península e incluso a Italia. Los beneficios aumentan, lo que obliga a los principales contrabandistas incrementar una práctica habitual: la connivencia con las autoridades y la Guardia Civil. Los sobornos tanto de muchos de los mandos de la Guardia Civil como de algunos gobernadores civiles hizo del contrabando una práctica de bajo riesgo, lo que se traducía en que el desembarco de los alijos en los puntos predeterminados de la costa la mayor parte de las veces no se viera entorpecido. La Guardia Civil no intervenía. Se cobraban los sobornos estipulados y la mercancía se distribuía sin apenas sobresaltos.

Pere Ferrer marca una tercera etapa, la postrera, en el desarrollo del contrabando: es la que abarca los primeros años setenta, la etapa final del franquismo. En ella los capos del negocio, además del tabaco rubio, café y licores, trafican con radios, relojes, máquinas de fotos y hasta diamantes, porque el contrabando funciona según la demanda, y en esa etapa la evolución económica ya alcanza los niveles necesarios para que los productos que se solicitan sean más sofisticados, aunque el tabaco en todo momento estará presente en las actividades de los contrabandistas: primero el de picadura para liar, en la dura posguerra, y después el rubio, muy apreciado.

Puntos de recogida

Los centros de recogida de los productos del contrabando estaban dispersos por toda Mallorca. En los años de mayor auge la costa de Andratx y el denominado cono sur de Mallorca, Santanyí y Campos, eran utilizados frecuentemente, pero el auge y la impunidad en la que se desarrollaron las actividades de los contrabandistas llevaron a que en la playa de Palma e incluso el puerto de Ciutat, se desembarcaran sin mayores problemas los alijos de tabaco y otras mercancías. Casi nunca eran molestados. Se ha hablado de que cuando se producían aprehensiones de alijos previamente se había pactado el asunto con los capos. Las autoridades cubrían el expediente. Nadie salía realmente perjudicado.

Pere Ferrer tiene claro que se trató de una práctica comercial que ayudó sustancialmente al desarrollo económico, al invertir los contrabandistas los beneficios en hostelería, restauración, construcción e incluso en la industria agroalimentaria. Para el historiador, uno de los que mejor conoce el fenómeno que supuso el contrabando en Mallorca, los grandes capos se dieron cuenta de que en los sesenta había llegado el momento de invertir los beneficios; lo hicieron a conciencia implicándose en todo el sistema productivo.

¿Quiénes fueron los grandes contrabandistas mallorquines? Es ocioso decir que, por encima de todos, en la cúspide de la pirámide, está Juan March, que, destaca Ferrer, no abandonó nunca el contrabando, porque a través de una de sus compañías, Sa Vall, del mismo nombre que la finca emblemática de la familia, no cortó los vínculos que desde sus inicios le unieron al mismo. Dos de sus hombres de confianza, l´amo Biel Burguera y Antonio Fontanet, hombre clave en la estructura dedicada al contrabando de March, eran los que llevaban el negocio. Pere Ferrer cuenta lo que en cierta ocasión le contó un contrabandista que estuvo presente en una reunión a la que asistió el financiero. Juan March, vestido de negro, escuchaba, sin decir palabra, las explicaciones que ofrecía Fontanet sobre la logística de una operación de envergadura. Cuando concluyó la exposición, March habló, afirmando que "con nuestro dinero y la inteligencia de ese hombre (Fontanet) ganaremos mucho dinero".

Otro destacado contrabandista fue l´amo Biel Castellitxo, que básicamente se dedicaba a introducir alijos de tabaco rubio. Se hizo famoso, tras su muerte, a causa del pleito que mantuvieron su viuda y su hija natural por la herencia. Invirtió en construcción; gran aficionado al ciclismo, financió la construcción del velódromo de Algaida.

Otro de los grandes ha sido Jaime Moll, quien después ha realizado importantes inversiones turísticas, y la mencionada familia Isern, dedicada al contrabando de tabaco en los agitados años de la Segunda República. Uno de sus miembros murió en el mencionado enfrentamiento con las Fuerzas del Orden. Parece que todavía no se había institucionalizado el soborno a gran escala, el que procuró el desarrollo del contrabando a lo largo de la dictadura franquista. Otra familia de reconocida raigambre en el estraperlo, fueron los Bestard, propietarios de cafés Llofriu.

Pere Ferrer reitera que la ausencia de violencia fue una de las características más llamativas de las actividades de los contrabandistas a partir de los años cuarenta. Además de contar con la connivencia de las autoridades, entre ellos se distribuían las zonas a fin de evitar enfrentamientos. Los beneficios, más que considerables, se repartían; de ahí la aceptación social que tuvieron. Una parte de los mismos se destinaban a los sobornos a los mandos de la Guardia Civil, agentes y algún que otro gobernador civil. Otra parte, se destinaba a pagar a todos los que intervenían en las operaciones y también se distribuía algo de dinero en las localidades en las que se sabía que se practicaba el contrabando. El resultado era que gozaba de una generalizada aceptación social.

Centros de reunión

Los contrabandistas tenían establecidos en Palma centros de reunión, en los que intercambiaban impresiones y daban las directrices para las operaciones que se habían de llevar a cabo. La Guardia civil conocía sobradamente las cafeterías en las que se celebraban los encuentros, pero casi nunca las abortaba. El acuerdo implícito funcionaba, engrasado constantemente por los sobornos. Algunas de las cafeterías han desaparecido, caso del Bar Palacio, en la plaza de España, junto al antiguo cine Palacio Avenida, o la Granja Royal, en pleno centro de Palma, en la calle San Felio, a pocos metros del paseo del Borne. Otros locales siguen abiertos, caso del bar Venecia, en la calle archiduque Luis Salvador.

La Granja Royal era el centro neurálgico de otro de los grandes capos del contrabando mallorquín. Se trataba de l´amo s´Mudaina, que dominaba la zona de Andratx. De joven trabajó en una serrería, pero pronto descubrió que el contrabando era una actividad infinitamente más lucrativa. Dotado de una notable inteligencia en poco tiempo estableció una estructura que le permitió controlar el contrabando en una extensa zona de la costa de Andratx.

La extinción del contrabando fue paulatina, aunque en los inicios de los años setenta, los años postreros del franquismo. Los grandes contrabandistas empiezan a hacer negocios legales abandonando la práctica del contrabando. La situación socioeconómica nada tenía que ver con la de las décadas precedentes, fundamentalmente las de los cuarenta y cincuenta, cuando las penurias eran constantes y afectaban a la mayor parte de la población, carente de los productos básicos. Los contrabandistas no desdeñaron la práctica del estraperlo, dado que en unos años en los que el racionamiento era estricto, en los que las cartillas establecían los cupos que se podían adquirir, el mercado negro floreció con fuerza, naturalmente a precios abusivos. El estraperlo desaparece al suprimirse las cartillas de racionamiento.

¿Cuál es la razón por la que el tabaco constituyó el eje de buena parte del contrabando en el largo período de la dictadura del general Franco? Pere Ferrer comenta que la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) dificultó enormemente el transporte marítimo, acarreando un considerable encarecimiento de los fletes a causa del peligro de ser atacados que corrían los buques mercantes y sus tripulaciones por los submarinos alemanes. La guerra afectó al suministro de materias primas, entre otras el tabaco en rama. A esos elementos adversos hay que añadir la carencia de divisas para adquirirlas, penuria monetaria que persistirá hasta 1953, lo que afectó no poco a la renovación y modernización del proceso de producción de manofacturas. A todo ello se suma la nefasta política de comercio exterior y el ficticio tipo de cambio de la peseta con respecto al dólar norteamericano.

Condiciones idóneas

Se daban las condiciones idóneas para que el contrabando de tabaco deviniera en un negocio sumamente rentable. Además, la distribución de tabaco, de calidad más que discutible, se vio muy afectada por la carencia de carburantes y por el pésimo estado de las carreteras y las líneas de ferrocarril. Ese cúmulo de circunstancias adversas originó un notable descenso de su producción, provocando un notable encarecimiento. Ante la carestía, el franquismo estableció el racionamiento del tabaco a partir del 14 de mayo de 1939, mes y medio después de concluida la Guerra Civil. El racionamiento duró más de una década. La liberalización de la venta de tabaco no llegó hasta el 11 de enero de 1953. Otro dato: a causa del racionamiento toda la población masculina mayor de 18 años se declaró fumadora, lo que hizo que el Estado proporcionase, a través de las tarjetas de fumador, tres raciones mensuales. Y un detalle: los cigarros puros quedaron excluidos del racionamiento. Su precio solo estaba al alcance de muy pocos.

Con esa situación, el contrabando de tabaco, queda subrayado que primero el de picadura para liar y con posterioridad, cuando las condiciones lo posibilitaron, el rubio, fue un negocio redondo: se introducía tabaco de calidad, sensiblemente mejor que el que se podía adquirir con la cartilla de racionamiento, a unos precios que, aunque caros, podían ser asumidos, con lo que la demanda era cada vez más abultada, haciendo que algunos contrabandistas se especializaran exclusivamente en el tabaco, aunque ninguno dejó de lado tan lucrativo negocio.

Otra medida gubernamental que incentivó todavía más el contrabando fue que entre 1944 y 1947 se declaró libre la venta de tabaco rubio de importación en los estancos, debido a que el Estado lo declaró artículo de lujo, por lo que su precio no quedó sometido a tasas. Se fijaron unos precios tan elevados que tuvieron la consecuencia de incentivar todavía más el contrabando. Los grandes capos mallorquines se volcaron en introducir tabaco rubio de importación a precios más asumibles que los oficiales. El negocio fue colosal.

Tabaco, harina, café y azúcar. Los cuatro productos con los que los contrabandistas, en los años de mayor penuria, surtieron a Mallorca hicieron que éstos obtuvieran una aceptación social que en no poca medida contribuyó a blindarlos ante posibles delaciones. Estaban tan bien vistos que podían actuar sin miedo contando, además, con la red de seguridad obtenida gracias a los sobornos. Ferrer destaca que, al margen de que se sobornara a los mandos de la Guardia Civil y a algunas autoridades provinciales, al Gobierno le interesó, en los años de posguerra, que los contrabandistas pudieran trabajar sin toparse con dificultades, debido a que contribuían a paliar las carencias de toda índole que afectaban a la población. Hacer la vista gorda era aceptado como un mal menor. Donde no llegaba el Estado, que, salvo en la represión, llegaba muy poco, llegaban los contrabandistas.

Para Pere Ferrer la historia de los contrabandistas, del contrabando en Mallorca, es imprescindible conocerla si se quiere adentrarse en lo que fue la realidad socioeconómica de las isla a lo largo de la dictadura, desde el final de la Guerra Civil hasta prácticamente la muerte del general Franco. Los contrabandistas fueron unos inteligentes hombres de negocios que supieron entender y aprovechar una situación excepcional. El hecho de que Juan March, mucho antes, hiciera del contrabando el punto de partida de su inmenso imperio financiero, no hace más que constatar lo enraizado que el contrabando estuvo en Mallorca durante buena parte del pasado siglo. Solo el desarrollo económico, iniciado en los años sesenta, pudo hacer que el contrabando dejara de ser un negocio rentable, y de ahí su definitiva extinción a medios de los años setenta. Pere Ferrer comenta que en la actualidad vuelve a florecer en lugares como Andorra.

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