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El ingenuo seductor

El discurso activista de la soledad

El principal error de pensamiento de la sociedad contemporánea reside en la polarización, en la idea inconsciente de las categorías absolutas cuando si algo hemos aprendido de todos estos milenios de humanidad es que nada es blanco o negro

El discurso activista de la soledad

Habitamos una sociedad de contrastes, de extremismos que lo contaminan todo para crear un pensamiento único, sin matices, que poder enfrentar a otro, alejándonos peligrosamente de la realidad. Las comunidades habitan con sus contradicciones, miedos, angustias y deseos y, a su vez, si esa construcción de la identidad, con sus pretensiones, genera algún tipo de cambio en el ánimo, la maldita frustración, se impulsa un protocolo de actuación en ocasiones inflexible con la razonable debilidad humana. Lo percibo especialmente cuando se manifiesta la soledad. No esa soledad voluntaria y preferida, seleccionada, de la que jamás he escuchado a nadie quejarse. Hablo del sentimiento de unidad en una sociedad edificada sobre el valor del número par. Desear ser dos. Cuando una persona verbaliza que desea una pareja, que no le gusta llegar a casa y que nadie le pregunte qué tal ha ido el día, que echa de menos el vínculo sentimental y erótico de la relación, hemos creado todo un discurso activista de la soledad para aplacar ese argumento. Polarizar. Y resulta francamente molesto.

No pretendo afirmar que todas las personas sin relación sentimental reaccionen de una misma manera ante el número par. Sería un despropósito. Habrá quien lo haga con optimismo y habrá quien no. De lo que quiero hablar precisamente es de aquellas personas que no se ilusionan ante la idea de la soledad y del mecanismo creado para bloquear esa sensación y contrarrestar la nostalgia.

No sé si se habrán fijado en lo que sucede, ya sea en una red social o en una reunión de amigos, cuando uno verbaliza lo incómodo que le resulta ser una unidad en una población que fomenta el número par, la pareja. Inmediatamente salta un resorte que pone en marcha el discurso de la sologamia que, casualmente, defienden con más argumentos aquellos y aquellas que viven en pareja y, supuestamente, con amor. Les escuchas defender con tal entrega la maravillosa aventura de la soltería, el placer hedonista del individuo, que te entran ganas de saltar sobre su pareja y arrebatársela con un morreo de película. Por su bien. Para que disfruten de eso que tanto les gusta.

Ese discurso activista de la soledad ya me lo sé. Hasta lo he defendido y proclamado. Durante un tiempo estuvo muy ligado al alegato feminista ya que las mujeres fueron las primeras en padecer el estigma de la soltería. Cumplir años y no tener pareja era abrir la puerta a un universo de conjeturas sin plantearse siquiera que pudiese tratarse de una decisión personal. Pero en la mayoría de esos textos, que pretendían dotar de poder al individuo frente a la pareja, se habla de encontrar el amor. No se extirpa ese anhelo como si fuese un lunar marrón. Sasha Cagen, la autora de Quirkyalone, un manifiesto para románticos sin compromiso que fue un éxito en Estados Unidos, no bloquea el deseo de encontrar pareja sino que reivindica la soltería casi como una cuestión de dignidad, como si fuese más noble aprender a disfrutar de estar sola hasta conocer a la persona correcta que pasarse años y años de citas indiscriminadas y frustraciones varias. Hay hasta quien lleva la reivindicación al ridículo creando bodas con uno mismo. En el fondo, ese discurso activista de la soledad es muy poco tolerante con la fragilidad humana.

De la misma manera que desde las portadas de determinadas revistas nos venden que el bienestar pasa por tener unos bíceps marcados y un torso espectacular, el discurso activista de la soledad prueba a entrenar las emociones. Y eso, que de entrada no debería ser negativo, se convierte en un problema cuando no se le deja espacio a la fragilidad, cuando se trabajan los sentimientos como si fuesen tríceps, como si no hubiese excusa para no ser feliz. Basta con extirpar de la mente esos pensamientos que te hacen sentir desgraciado cuando ves que algo tan universal como el amor no está a tu alcance, por la razón que sea, que ese es otro debate.

En el discurso activista de la soledad no hay espacio para que rechaces sentirte solo. La soledad es estupenda, es la puerta a la construcción de uno mismo como si todo eso fuese incompatible con el amor y la pareja. A veces pienso que ese discurso nació como un cuidado paliativo, que no curaba la enfermedad pero hacía que te doliese menos. En esa defensa de la soledad se menosprecia la inteligencia del soltero que rechaza su condición, como si fuese una persona sin recursos, como si buscase su identidad en el otro. Siempre hay algún pitágoras que suelta eso de la media naranja y la naranja entera como si tu deseo fuese propio de un mediocre mental. Al final, aquello que pretende fortalecer tu ilusión se convierte en una ofensa. Porque tratar las emociones y los deseos humanos como si fueran un software que te cambia el pensamiento con una actualización es casi una falta de respeto. Y no lean esta columna como un lamento lorquiano porque no es el caso. Simplemente miren a los ojos de la persona que tienen delante antes de acorralarle con las maravillosas propiedades de la sologamia.

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