Un perro es un lobo domesticado, y en el interior de cada periodista anida un vendedor de crecepelo, que pugna por salir contra el mejor criterio del profesional de la información. La prosopopeya de los medios tradicionales silenciaba esta propensión al ruido, y a que cada titular incluya la palabra "escándalo". Entonces llegó la era digital.
El periodista que sostiene que elabora sus piezas para internet con el mismo celo que cuando escribía en papel, miente. La relación con el lector ha mutado de espectador exigente a colega tranquilizador. Profesionales que no se hubieran rebajado al tuteo ni en ascensor, titulan hoy "Todo lo que necesitas saber". Se supone que el lector es un adolescente que sucumbirá a la tentación de omnisciencia.
Si aparece en el sibarítico New York Times, el "Todo lo que necesitas saber" se gradúa en "Cuánto sabemos realmente sobre". El tonillo se traduce en "Cuánto sabe usted realmente", porque el periodista habla desde la cátedra. El público lector, como su propio nombre indica, es leído o letrado. No necesita pamplinas publicitarias, fuera de los espacios previamente asignados. Cunde la nostalgia del respeto reverencial imperante en anteriores glaciaciones.
El bricolaje del periodismo digital abunda también en el formulismo "Así se", que aclara una crisis ministerial o la victoria futbolística sobre el pueblo vecino. El "Así se" equivale al "Así sea", la versión definitiva en una profesión caracterizada por la provisionalidad, dado que se escribe al galope de los acontecimientos.
Redoblando el tópico, el titular equívoco es pan para hoy y hambre para mañana. Sembrar un exceso de expectativas equivale a ahondar la decepción subsiguiente. El periodismo tradicional enfocaba al lector como un tesoro a proteger, y sobre todo a conservar. Las prisas digitales favorecen un cliente fugaz, de una sola visita. Lo importante es que pinche hoy en "Todo lo que necesitas saber", no importa si la frustración le disuade de regresar mañana. Hay millones como él.
La titulación es la magia del periodismo. Al igual que en la prestidigitación, el poder sugestivo del titular arranca de un pacto entre el autor y el espectador, que agradece el esfuerzo de seducción a través de la síntesis. La cabecera definía el estilo del epígrafe. En la homogeneización de internet, se considera lector al equivalente de la persona que revisa las portadas de un quiosco sin reparar casi en ellas. De ahí que claudiquemos ante enunciados categóricos como "El artículo que no te puedes perder". O sí.
