Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El ingenuo seductor

El tiempo del avatar

Internet ha cambiado nuestro mundo. Ahora, nuestro avatar, esa foto perfectamente elaborada, esa ficción agradable de nosotros mismos, es lo único a valorar

El tiempo del avatar

Echo de menos el tiempo en el que conocer a alguien era un acontecimiento activo. Salíamos de casa, interactuábamos, compartíamos. Si bien el descubrimiento estaba precedido de un contacto visual, al instante se activaban todos los resortes para componer una imagen, casi siempre fiable, que abría la puerta a la posibilidad o la cerraba con determinación. Escuchábamos la voz, sentíamos el tacto, valorábamos la palabra, conocíamos la sonrisa y la risa, percibíamos el aroma y el movimiento de su cuerpo al caminar o al bailar. Llámenme nostálgico pero creo que antes perdíamos mucho menos el tiempo. Ahora, nuestro avatar, esa foto perfectamente elaborada, esa ficción agradable de nosotros mismos, es lo único a valorar. Y aplaudimos convencidos de que el progreso nos ha hecho ahorrar tiempo y diversificar la oferta pero opino que solo nos ha hecho más vagos.

Sí, ya sé que Internet ha cambiado nuestro mundo y que las redes sociales y aplicaciones de ligoteo han modificado nuestra manera de relacionarnos. Eso es un dato objetivo. Pero también es cierto que el ser humano tiende a convertir un hallazgo maravilloso en un grillete. Convertimos la posibilidad en precepto. Yo mismo lo hago. La pantalla, ya sea del ordenador, de la tablet o del smartphone, ha dejado de ser el medio para convertirse en el intermediario absoluto. Le damos verosimilitud a una ficción que, si bien está basada en un hecho real, no deja de ser una recreación de nuestra propia vida y de nuestros deseos. Concedemos validez real a los 127.000 followers que nos siguen en Instagram cuando apenas sabemos si son un programa informático; creemos que los amigos de Facebook son amigos de verdad; vamos a un concierto, o a un evento, y en lugar de disfrutar de lo que estamos viviendo, entorpecemos la visión con la pantalla; nos grabamos a nosotros mismos disfrutando de la realidad como si eso le diese autenticidad al hecho. No digo que eso sea malo. Digo que tengo la sensación de que ya no sabemos disfrutar de otra manera.

Eso adquiere dimensiones confusas cuando hablamos de las relaciones. En lugar de acercarnos a alguien que nos gusta en un bar y entablar una conversación, miramos si tiene perfil en alguna de las aplicaciones creadas para la seducción y tal vez le escribamos y le contemos que le hemos visto, evidenciando que hemos sido incapaces de presentarnos. Hace veinte años nos hubiese parecido absurdo pensar que íbamos a decidir si nos interesaba o no una persona mirando exclusivamente una foto y alargando una conversación transcrita durante semanas y meses. Dotamos a la imagen de todo el potencial e ignoramos lo básico: el olor, el habla, la sensación.

Nos hemos acostumbrado a relacionarnos a través de imágenes. Las que colgamos en las redes sociales como proyección de nosotros mismos ignorando que solo sucederá la magia si el conocimiento real funciona. Y aunque todos lo sabemos, se lo ponemos muy difícil a la realidad porque, en nuestro aburgüesamiento, también emocional, depositamos en las redes y aplicaciones mucho más de lo que deberíamos, construyendo en torno a un avatar y cuatro emoticonos toda esa relación que desearíamos tener. Eso solo consigue que aumente el nivel de frustración. Cuando la seducción se mueve en un terreno activo y real, en poco tiempo sabes si esa persona te interesa, para qué te interesa y si podría ir más allá. Hasta el rechazo se gestiona mejor porque no genera conflicto ya que no ha dado tiempo a que la parte ensoñadora del deseo se haya puesto a trabajar.

Sin embargo ahora, desde que vemos a la persona que nos gusta en la aplicación, hasta que notamos un interés recíproco e intercambiamos varios mensajes, ya ha pasado el tiempo suficiente como para alimentar una ilusión. Y esa ilusión, que es la proyección de nuestro deseo en el otro, suele frustrarse cuando llega el conocimiento real porque es imposible que ningún ser humano se iguale a la proyección idealizada que hemos construido de él.

Vamos camino de convertir las relaciones digitales en la única relación posible. Solo lo impediremos si en lugar de alargar la seducción en interminables historiales de whatsapp la convertimos en algo tangible, un encuentro en el que entre en juego la palabra, el movimiento, la risa, el tacto. Eso no significa que vayamos a encontrar lo que buscamos pero sí tendremos menos posibilidades de frustrar nuestro deseo.

Compartir el artículo

stats