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Impresiones veraniegas

Adopciones

Camilo José Cela, hijo adoptivo de la isla. CJC

Camilo José Cela recibió el lunes de esta semana que hoy acaba la distinción de hijo adoptivo de la isla concedida por el Consell de Mallorca. Ya se le había nombrado hijo adoptivo de Palma allá a finales de los años sesenta, con lo que cuando desde el gabinete de Protocolo del Consell me comunicaron la buena nueva me entraron dudas. Será por los vicios de haber estado muchos años enseñando materias académicas pero el hecho es que me pregunté si uno puede tener filiaciones de una ciudad, ya sean naturales o adoptivas, y permanecer ajeno al lugar que la alberga. Los hijos de Burgos lo son por lógica de Castilla y, yendo más lejos, de España, de Europa, del continente euroasiático y del planeta Tierra. Menos mal que alguien con menos dependencia de la lógica de enunciados me explicó que lo de hijo adoptivo es una honra que se concede, no una fe notarial de los orígenes. Me alivió el saberlo. Estaba a punto de defender que, en último término, los humanos somos todos hijos de África.

Pero el detalle de que el Consell se acordase de CJC en su centenario (es la única institución política oficial y no oficial, por cierto, del archipiélago que se ha pronunciado a tal respecto) me llevó a la reflexión sobre el carácter de tales galas. Ser mallorquín, murciano o letón por naturaleza es asunto que no permite atribuirse grandes méritos. Uno es del lugar en el que se encuentra su madre en el momento del parto, así que en todo caso es ella la única que podría reclamar las honras. Eso mismo fue lo que dije en el claustro en que se discutían los primeros estatutos de la UIB cuando alguien presentó una moción que establecía que para ser doctor honoris causa era necesario haber nacido en el archipiélago. Si es así, apunté, el galardón se le debería dar a la madre. Pero cuando le hacen a uno hijo adoptivo son los méritos propios y no los ajenos los que cuentan. A CJC, como me pareció oír en algún momento, se le ha adoptado porque no vino a Mallorca en son de guerra. Hombre; algo más haría, digo yo.

Pero a lo que iba: la honra de la adopción tiene que tener consecuencias de naturaleza. Así que desde el lunes me considero de forma legítima nieto adaptivo de Mallorca. Nací, bien es verdad, en Madrid, hijo de gallego y vasca, pero llegué a la isla con nueve años, en ella estudié el bachillerato y en Mallorca he desarrollado toda mi carrera académica oficial. A pesar de tanta y tan continua presencia yo he seguido siendo foraster, sin perspectiva alguna de que nadie me adopte. Y de pronto me veo heredero de unas galas que me van a ir muy bien en California. Decir allí que eres mallorquín supone ser casi tataranieto de Fray Junípero Serra, que es quien bautizó buena parte de los valles, los ríos y las ciudades de la costa californiana.

En la ceremonia del lunes una televisión me preguntó qué habría dicho mi padre de haber recibido él en vida y no a título póstumo el galardón. ¿Descartando las barbaridades?, quise precisar. Me contestaron que sí y conté que, al hacerle hijo adoptivo de Coruña, Camilo José Cela dijo que le costaba verse así porque se sentía hijo natural. En la casa coruñesa de sus tíos pasó cuatro o cinco años, contando las vacaciones y la convalecencia tras la guerra civil. En Mallorca fueron treinta y cuatro, así que cabe pensar que aún le costaría más verse como adoptado. Pero yo tomo su relevo y, de nieto adoptivo, en son de paz también, cantaré con Serrat las alegrías del Mediterráneo..

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