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Una boda con historia

El general y la noble Ana de Puigdorfila

En 1740 el capitán general de Mallorca José Fernández de Vallejo, de 65 años, se casó con Ana de Puigdorfila y Villalonga, de 20 años. El matrimonio duró tres años

Los restos de Fernández de Vallejo descansan en la iglesia de la Concepción, situada en Palma. Manu MIelniezuk

El matrimonio del capitán general de Mallorca, José Fernández de Vallejo y de la Canal, -aguerrido militar que a punto estuvo de hacer preso al archiduque Carlos de Austria en los montes de El Pardo, en una de las operaciones más celebradas de la Guerra de Sucesión a la Corona de España, concluida al alborear el siglo XVIII con el inicio del reinado de los Borbones- y la noble mallorquina Ana de Puigdorfila y Villalonga, constituyó no solo un acontecimiento social de primera magnitud en la época, sino, por encima de todo, una fuente inagotable de comentarios, rumores y no pocas chanzas. El asunto no era para menos, porque Fernández de Vallejo llegó a Mallorca, al cargo de capitán general, en agradecimiento a los servicios prestados a Felipe V, el primer rey de la Casa de Borbón, con 65 años, edad avanzada para la época. Ana de Puigdorfila acababa de cumplir los 20 y no sentía hacia el que iba a ser su marido ni un átomo de atracción. Fue conducida al altar literalmente por la fuerza, obligada por su padre y su tío, Jorge Villalonga, conde de la Cueva; ambos esperaban obtener importantes réditos económicos del matrimonio, puesto que el general Fernández de Vallejo era el titular de vastos mayorazgos y fideicomisos en zonas de Burgos y otras de Castilla La Vieja, en el "macizo de la raza", como siglo y medio después definiría el falangista de primera hora y después decidido opositor a la dictadura de Franco, Dionisio Ridruejo, a las tierras y gentes castellanas, caracterizadas por un acusado conservadurismo, casi el mismo que hoy todavía perdura.

¿Quién fue José Fernández de Vallejo y de la Canal? En los documentados archivos del historiador Tomeu Caimari, especialista en historia moderna y muy concretamente en lo sucedido en el reino de Mallorca a lo largo del convulso siglo XVIII, en el que los Austrias dan paso a los Borbones tras la Guerra de Sucesión, consta que nació en Oropesa, en el virreinato del Perú en el año del Señor de 1675 falleciendo en Palma el 26 de julio de 1743, muy poco después de contraer matrimonio con la joven Ana, mujer con fama de hermosa y por lo tanto apetecida por buena parte de los jóvenes de la endogámica aristocracia mallorquina. Fernández de Vallejo descansa en la iglesia de la Concepción, situada en la calle de la Concepción de Palma.

Conde de la Cueva y virrey de Nueva Granada. Tío materno de la mujer de José de Vallejo.

Antes de adentrarnos en los pormenores de la boda y el matrimonio, que fue motivo de constante escándalo, ya que desde el primer momento se le adjudicaron a Ana veleidades extramatrimoniales, hasta el punto de que, según algunos fuentes, nunca contrastadas, resalta Tomeu Caimari, parece que su cama era visitada por extraños. La belleza de Ana causaba estragos y no pocas envidias entre sus iguales, la mayoría de ellas no excesivamente agraciadas por la madre naturaleza, siempre celosa de sus prerrogativas y poco dada a aceptar de buen grado la dichosa endogamia. Fernández de Vallejo había conseguido ser uno de los militares favoritos de Felipe V a quien había salvado de caer en manos de los ejércitos de los Austrias, lo que dio lugar a que se popularizaran numerosas coplas y canciones en las que se glosaba la gesta de Fernández de Vallejo.

Pero fue sin duda la cacería en los montes de El Pardo, en las cercanías de Madrid, lo que definitivamente le convirtió en uno de los generales felipistas más sobresalientes. Ocurrió que en el transcurso de la fugaz ocupación de la ciudad por las fuerzas austracistas, el pretendiente de la Casa de Austria, el archiduque Carlos, seguro de las posiciones conquistadas, decidió organizar una partida de caza, escogiendo los montes de El Pardo, donde abundaban los venados y jabalíes. También el general Franco utilizó el coto a su antojo, afición que transmitió a su nieto, Francisco, el de los apellidos invertidos, a fin deque perdurase el linaje del dictador. Fernández Vallejo, acantonado a escasa distancia de la villa, tuvo noticia de la partida de caza urdiendo un plan que, de haber tenido éxito, hubiera acabado de golpe con la guerra, pues se trataba de hacer prisionero al archiduque y llevarlo a presencia de Felipe de Borbón, el futuro monarca, nieto de Luis XIV de Francia, el "rey sol" y antepasado directo del actual rey, Felipe VI. Fernández de Vallejo organizó el plan concienzudamente y hacia el mediodía, cuando más confiado estaba el archiduque, se lanzó a su encuentro. La cosa estuvo a un tris del éxito completo, pero en el último momento Carlos fue avisado de lo que se le venía encima poniéndose a salvo, aunque buena parte de sus escoltas, en la refriega mantenida con las tropas de Fernández Vellejo, perecieron o fueron apresados. La noticia de la intentona del general se propagó por todas las Españas, por lo que su prestigio, ya enorme, no en balde había salvado a Felipe V de correr la suerte que reservaba a Carlos, se acrecentó hasta convertirlo en uno de los favoritos de la corte.

Estamos en 1719. La Guerra de Sucesión ha concluido felizmente para la causa de losBorbones, que, a raíz del Tratado de Utrecht de 1714, se han encaramado al torno de España dando inicio a la nueva dinastía. Felipe V, el primer borbón, no olvida lo que le debe a Fernández Vallejo, por lo que lo nombra, el seis de mayo, mariscal de campo. El historiador Caimari resalta que junto a su imparable secuencia de ascensos militares, Fernández Vallejo prosperó económicamente. El respaldo real fue decisivo para que se le otorgase la plaza de comandante general de Orán en 1733, cargo al que incorporó poco después el de subdelegado de la Renta del Tabaco del presidio africano, lo que suponía controlar un negocio que daba importantes dividendos. Fernández de Vallejo era ya un hombre rico, muy rico, en la España regida por los Borbones.

De mariscal de campo es ascendido a teniente general, el grado más alto en la carrera militar, el cinco de febrero de 1734. Fernández de Vallejo lo ha conseguido todo: carrera, dinero y prestigio. Ha ocupado cargos militares en ciudades y regiones, por lo que ya cerca del retiro es nombrado por el rey capitán general de Mallorca el 22 de julio de 1739. Desembarca en la isla dispuesto a gozar de su posición. Lo que no imaginaba es que en Palma iba a perder la cabeza por una joven aristócrata que apenas acababa de cumplir 20 años. Arriba a Mallorca viudo de su primera esposa, María Dionisia Muñoz, de la que no tuvo hijos. De ahí que los parientes de Ana de Puigdorfila y Villalonga detectaran una oportunidad inmejorable de pasar a controlar un patrimonio colosal en Castilla si desposaban a la joven con el nuevo capitán general. El negocio no les salió como tenían proyectado. Consiguieron doblegar la voluntad de Ana, que de ninguna manera estaba dispuesta a dar su consentimiento al matrimonio que por el bien de la familia se le instaba a formalizar. Qué hacía ella casada con quien le sacaba casi medio siglo. Además, tenía otros pretendientes, desechados por la familia al no ser de noble cuna. Una Puigdorfila y Villalonga de ninguna manera podía desposarse con quien no estuviera a la altura de su noble linaje. Ana, 20 años, forzada su voluntad, se casa con José Fernández de Vallejo y de la Canal, capitán general de Mallorca, 65 años cumplidos, el 25 de julio de 1740. El padre de la novia, Gaspar de Puigdorfila y Dameto, aguacil mayor de la Inquisición y regidor perpetuo del ayuntamiento de Palma, y la madre, Isabel de Villalonga y Fortuny de Restua, hermana de Jorge de Villalonga, conde de la Cueva y primer virrey de Nueva Granada, están satisfechos. En la Biblioteca March se guarda un ejemplar del "librito" del enlace, en el que se especifica los fastos que se organizaron para celebrarlo. Ahora se trata de que el nuevo matrimonio tenga descendencia para que los mayorazgos y fideicomisos castellanos acaben en manos de la familia cuando le llegue la hora a Fernández de Vallejo, que se intuye próxima dado que su estado de salud está algo quebrantada. Aciertan en sus predicciones, puesto que tan solo tres años después de la boda, el capitán general rinde la vida, pero sin dejar descendencia. La cohabitación con Ana, la vida conyugal, no ha dado los frutos apetecidos por los Puigdorfila. Han sido tres años intensos, llenos de rumores y maledicencias. En Ciutat, cómo podría ser de otra manera, se cuchichea que los esposos no duermen en la misma habitación y que ella recibe a un amante. Naturalmente nada se prueba, todo queda en el constante rumor, que se prolonga a lo largo de los tres años de tan singular matrimonio. Cuando fallece el general Fernández de Vallejo, la viuda, Ana de Puigdorfila, apenas guarda el obligado luto: casi de inmediato se casa, sin que su familia pueda hacer nada por impedirlo, porque está ya emancipada, ha enviudado, con Jaime Brondo Juliá. No es de noble cuna, pero su posición económica es desahogada, notablemente desahogada. Los mayorazgos y fideicomisos castellanos, después del correspondiente litigio, pasan a manos de los parientes de Fernández Vallejo. Ana muere en 1814, sin descendencia, a una edad avanzadísima, 94 años, después de haber contraido un tercer matrimonio con un capitán de Dragones. Jaime Brondo falleció en 1766, a los 77 años. Cuando se casó con Ana había superado el medio siglo. Fue también un matrimonio con las edades de los cónyugues notablemente descompensadas, pero, al contrario que en su primer matrimonio, cesaron las habladurías. No consta que entre los esposas dejara de reinar la armonía a lo largo de su vida en común.

El epitafio de la sepultura de José Fernández de Vallejo y de la Cal, que al parecer se fuarda en una finca, dice: "Aquí yace (o cosa lamentable), aquí (digo)descansa el cuerpo del Excmo. Señor don José de Vallejo, caballero del hábito de Santiago, teniente general de los Reales ejércitos. Comandante general del Regne de Mallorca y el más insgine partidario que ha tenido el rey Felipe V, pues ha servidio a su ingenio y a su valor tantas victorias, que fatigando las lenguas de la fama para contarlas, no será el olvido capaz de borrarlas, pues en cuarenta años de cintinua guerra, supo también hermanar lo cristiano con lo caballero, que le premio Dios con una santa y ejemplar muerte, y haviendo estado casado tres años con la Srta, doña Ana de Puigdorfila, tan de todo su amor y cariño fue tan grande que duró más allá de la muerte, pues después de ello quisoque sus huesos conmemorasen entre los de su pariente".

Cuadro recreando la batalla de Almanera, en la que de Vallejo evacuó a Felipe V.

Tomeu Caimari destaca que la vida del teniente general Fernández deVallejo fue extraordinariamente azarosa, al participar de lleno en la mayoría de visicitudes que tuvieron como escenario la Guerra de Sucesión. Comenta que el haber salvado de una encerrona a Felipe V le reportó tanto fama como la fundamental protección real para que su carrera militar se tornara imparable. Pero su impronta en Mallorca no vino dada por ningún hecho de armas, sino por su matrimonio con Ana de Puigdorfila y Vaillalonga, acontecimiento que tuvo tanta repercusión que incluso fue objeto de no pocos comentarios en la corte española, donde, habituados como estaban a matrimonios de conveniencia de lo más estrambóticos, no dejaron de sorprenderse por la decisión del general Fernández Vallejo de desposar a una joven de 20 años. No consta que en la capital se propagaran los rumores que anegaron loscírculos sociales de Ciutat, aunque cabe suponer que no dejaron de llegar correos en los que se daba cuenta de lo que en la isla se decía acerca del matrimonio y de las presuntas, nunca comprobadas, infidelidades de Ana de Pugdorfila.

Tomeu Caimari estudió lo sucedido en el reino de Mallorca a lo largo del convulso siglo XVIII.

Si Fernández Vallejo se hubiera alineado con los Austrias su biografía habría sido poco más que una nota a pie de página. Al apostar por el bando ganador, inició su exitosa carrera militar al ser nombrado por Felipe V, el cinco de octubre de 1709, coronel del regimiento de caballería de húsares que servía en el Ejército de Cataluña. El noble castellano había apostado por el caballo ganador. Le aguardaba una intensa vida militar, y a lo que se ve, amorosa.

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