Diario de Mallorca

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Desde Inglaterra

Volver a Ítaca

Volver a Ítaca

Cuando el 11 de abril de 2013 aterricé en el aeropuerto de Bournemouth y fui recibido por un cielo gris y lluvioso lo hice habiendo comprado solamente el billete de ida. La vuelta no tenía fecha, aunque mi plan inicial era estar en el Reino Unido aproximadamente un año. Luego los azarosos caminos que guían nuestra existencia decidieron que uno no era suficiente, así que me quedé otro, y luego otro de propina, hasta los tres. Y ahí dije basta. Pensé que ya había tenido suficiente, y decidí volver a Mallorca. Aunque para ser franco, la idea me rondaba la cabeza desde la pasada Navidad, pero no quería irme sin conseguir el título de profesor de inglés de Cambridge, el CELTA. Una vez aprobé este curso intensivo, antes de Semana Santa, me dije a mi mismo que ya no me quedaba nada más por hacer en el Reino Unido y que era el momento de regresar. Una vez se toma esta decisión no hay vuelta atrás: la agencia para la que trabajaba me ofreció dejar mi trabajo de teaching assistant y meterme directamente de profesor, lo que implicaba un sustancial aumento de sueldo (y también de responsabilidades, evidentemente). Pero dije que no. Enough is enough, que dirían los ingleses.

Planificar la vuelta es casi tan complicado como la ida. Hay que dejar la habitación (y ponerse de acuerdo con el casero no siempre es fácil), darse de baja del móvil, transferir el dinero a una cuenta española, mandar todas las pertenencias por mensajería, pedir documentos oficiales, etc. Pero lo más complicado es dejar atrás a los compañeros de trabajo, amigos, a todas las personas que has conocido y que han formado parte de tu vida, personas a las que juras y perjuras que vas a mantener el contacto, aunque en tu interior sepas que estás mintiendo, porque tu experiencia te dice que es casi imposible. Vivir en Inglaterra me ha enseñado que un hasta luego, en la mayoría de los casos, se convierte en un adiós.

En los días anteriores a mi partida di y recibí muchos besos y abrazos, y alguna que otra lágrima corrió por mis mejillas. Se produce un cóctel de sensaciones difícilmente explicable. Por una parte, cierta pena por lo que vas a dejar atrás, en mi caso, una casa donde vivía muy a gusto, un trabajo que me gustaba y unos amigos maravillosos. Por otra parte, está la ilusión por regresar, por empezar de nuevo en tu lugar de origen, sin saber si vas a adaptarte o no. Mucha gente me pregunta si he cambiado, si haber estado fuera tanto tiempo me ha servido para ver el mundo de otra manera. Siempre contesto lo mismo: qué inútil sería haber estado tres años fuera sin aprender nada, siendo el mismo que cuando me fui. ¿Acaso el Ulises que llega a Ítaca es el mismo que el que se fue 20 años antes? ¿Acaso es el mismo Quijote el que regresa "a un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme" que el que partió? Sin intención de compararme con ellos, lo que quiero decir es que todas las vivencias y experiencias que le suceden a uno viviendo lejos de casa moldean su personalidad, porque conoce otras culturas, habla otras lenguas y se relaciona con personas muy diversas. Y este bagaje, imposible de medir, es lo más importante que me llevo.

Han sido poco más de tres años viviendo en Inglaterra, primero en Salisbury, luego en Reading, compartiendo casa, trabajando y estudiando con gente de todo el mundo, hablando en inglés, descubriendo un país maravilloso en el que siempre me he sentido acogido y en el que he sido muy feliz. Pero todo tiene su final. La vida, esa cosa que pasa mientras hacemos planes, se hace de etapas que se abren y se cierran sin que sepamos muy bien ni cuándo ni porqué. Simplemente suceden. Así ha sido en mi caso: llegué para un año para mejorar mi inglés y me voy al cabo de tres con un título de profesor de esta lengua debajo del brazo, cosa que ni remotamente me imaginaba ese ya lejano 11 de abril de 2013. A este escribidor le ha llegado la hora de volver a Ítaca. Solo me queda darles las gracias y decirles que espero que hayan disfrutado con mis artículos en estos tres años. Quién sabe, puede que nos reencontremos en el futuro. Bye bye!

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