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Desde Grecia

Ferragosto

Mañana el Ferragosto - o si prefieren, mas nuestro, La Mare de Déu d´Agost, o la Asunción, que para el caso es lo mismo - marca el zenit del verano. Y digo Ferragosto, porque aquí, en el Jónico, la presencia de italianos por tierra, bloqueando apartamentos, estudios y tabernas, por mar, en todo tipo de embarcaciones, motoras, veleros y neumáticas, y también podríamos decir que por aire, ya que los vuelos procedentes de la península alpina imponen su presencia en los escasos aeropuertos de esta zona, es tal que uno por momentos se siente como tele transportado al país vecino. Es una invasión, o mejor dicho una ocupación, pacífica pero ruidosa y que de paso viene a ser como un maná para la maltrecha economía helena.

De hecho, desde principios de mes, o finales de Julio, casi no se oye hablar griego, y ello por dos razones evidentes: los italianos son muy parlanchines y bulliciosos, mientras que los griegos, desbordados por el overbooking estacional están currando como locos y andan medio afónicos, y además casi todos chapurrean la lengua de Dante para poder comunicarse.

Pero en unos días, a partir del 20 de Agosto, las islas irán retomando paulatinamente, y afortunadamente, la calma que las caracteriza. Mis amigos volverán a respirar, las sonrisas de nuevo en los rostros, y las prisas y el stress quedaran solo como un souvenir del puntual apretón veraniego. Durante esas tres o cuatro semanas solo el festivo ritual de los "Panegiris", las tradicionales verbenas, permiten a los locales expresarse, sacudirse el agobio de la temporada o de la "saison" como dicen por aquí - un galicismo que se ha colado en el griego demótico- y manifestarse con su música, sus bailes, con una alegría sana y contagiosa que parece exorcizar los demonios de la crisis. En una de esas noches mágicas, a principios de mes, tenía a bordo a unos buenos amigos mallorquines, y recuerdo ahora mismo aquellos veranos maravillosos que compartimos en la Colonia de Sant Jordi a finales de los 70, Poli, Mari, Pere i Xavi. Estábamos en Frikes, un delicioso puerto, entre pesca y recreo, al noreste de Ítaca, cuando decidimos subir, acercarnos, hasta Stavros, la capital del norte de la isla. Y lo hicimos respetando el horario, es decir llegamos a la plaza el pueblo a eso de la media noche, y como manda el ceremonial, tras un primer vino para compensar el esfuerzo de la subida, son 2 km, entramos en la iglesia que preside la plaza para encender un cirio protector, una ofrenda al santo patrón titular del templo y en cuyo honor se celebraba la verbena. Y fue a esa hora en punto cuando empezaron a sonar los acordes de la orquesta, mi querido e incombustible Makis al frente con su acordeón. Primero como siempre salieron las familias, generaciones entremezcladas, bailando en corros concéntricos, mientras el ritmo iba acelerando y los más jóvenes se iban animando. El clímax llegó ya de madrugada cuando los mozos, los mejores bailarines de la zona, los más gallardos, iniciaron una competición, bailando por turnos, en solo, frente a un público de amigos, de rodillas, que palmeando seguía el compás y les animaba. Fue una noche especial para todos y que nos dio cuerda, y tema, para hablar durante los días siguientes.

Ahora, mientras escribo estas líneas, sigo rodeado de italianos, y echando una ojeada al calendario, contando, me bastan los dedos de las manos, lo poco que nos falta ya para recuperar la serenidad. Septiembre se perfila en el horizonte con la promesa de unas noches más frescas, una luz más diáfana, más contrastada, y también, digámoslo todo, con la llegada de los primeros chubascos, olor a tierra mojada. Mientras tanto, en plena canícula estival, solo me cabe desearles un buen final de mes, que disfruten de las vacaciones, y que la "vuelta" les sea leve!

* Desde Grecia. Joan Rigo es profesor de Historia y navegante. Reparte su tiempo entre Atenas y París.

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