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Impresiones veraniegas

UIMP

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A lo largo de mi carrera académica he estado en bastantes cursos de verano, y algunos de ellos tuvieron lugar en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), institución cuya sede central ocupa un caserón soberbio: el Palacio santanderino de La Magdalena. De tanto ir por allí me pidieron una vez que hiciese de introductor de embajadores rogándole a Francisco Ayala (el biólogo) que fuera a dar una conferencia pero que viajase antes para no hablar el mismo día de su llegada desde California. Se ve que otro ilustre sabio, o novelista, se había quedado dormido mientras daba su charla en una ocasión anterior a causa del jet lag.

La UIMP es pionera junto con la Complutense en ese tipo de cursos de verano, al principio exóticos y ahora del todo comunes. Pero por vez primera mi participación en una iniciativa de ese estilo no ha sido a título de ponente encargado de impartir alguna materia especializada. El curso de la UIMP al que hemos asistido Cristina y yo en Santander estaba dedicado al periodismo de la postguerra (la que siguió a la guerra civil española) con Camilo José Cela como centro. Yo, desde luego, no soy especialista en absoluto ni el periodismo de mi padre ni en el de ningún otro. En realidad fui invitado a título de honra pero tampoco ese papel me correspondía. Estuve a guisa de gato de Schrödinger, ni una cosa ni la otra, sin saber qué carta jugar.

Envidio a los profesores de literatura, que no tienen que lidiar con fósiles y cuyo objeto de estudio aparece impreso y encuadernado „desde que existe la imprenta, al menos„ con oportunidad incluso de comparar ediciones. Los primeros artículos de CJC no se incluyeron en un libro hasta mucho después de ser publicados pero, al recogerse en la Obra Completa, abundan en precisiones eruditas, notas y comentarios puestos allí, a pie de página, por el autor. Qué lástima que los fósiles de nuestros antepasados no fuesen tan puntillosos como para dejarnos indicios de tantos por qués que no sabemos explicar. Pero estábamos en el periodismo de postguerra, ése en el que César González Ruano fue un maestro. No escribía en el Café Gijón, que de allí le echaron, pero donde lo hiciese lograba crónicas admirables.

¿Y de qué habla el gato de Schrödinger cuando le piden que lo haga? No sé lo que se esperaba en la UIMP de mí, y tampoco quedó claro por qué tenía que decir nada. Quizá sea que a las izquierdas, cuando se nos vuelven monárquicas y siguen criterios de filiación en aquello de las honras, les entra la vergüenza y justifican la presencia del "hijo de" pidiéndole que diga algo. Lo que dije alarmó a algunos de los especialistas, que pidieron la palabra diciendo que iban a matizar las mías y luego se liaron olvidándose de matizar nada. Es de gran mérito, pero algo complicado, eso de ganar familiaridad con un autor cuando sólo se traba conocimiento personal de él en los años en que ya no le quedaba por publicar más que una sola obra de importancia. Pero se trata del sino de los tiempos, imagino. Y del riesgo de los centenarios. Las biografías salen como setas y con parecidas amenazas.

Supongo que las palabras de Emilio Blanco, el director del curso, cuando recordó a CJC rescatando los consejos que daba mi padre a sus lectores de no asistir jamás a un curso de verano, dejaron un tanto maltrechos los egos. En eso sí que tiene ventajas el trabajar con fósiles: no hay ego alguno que se pueda pisarse, ni adrede ni por error.

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