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Desde China

La isla del tesoro

La isla del tesoro

En mi época de estudiante solía pasar las clases de matemáticas dibujando el libro con banderas, mapas, y otras cosas. Siempre he sido un amante de la Geografía y eso, sumado a mi pronta edad -rondaría los diecinueve años-, hacía que tuviera todas las papeletas para escapar de la vida estructurada, y muchas veces previsible, que implica la educación española. Mi profesora de matemáticas nunca lo entendió ni lo supo ver. Ni la de Biología, ni la de Dibujo técnico, ni la de Química...

En junio de dos mil siete recogí todos los frutos de mi esfuerzo durante el curso. Cinco asignaturas para septiembre y, en caso de aprobar, la temida selectividad. Todo un reto que me propuse encarar pese a que mi cabeza no parara de viajar. Tal es el caso que a finales del mismo mes me ofrecieron un trabajo en un crucero y yo, que no le daba mucha credibilidad, acepté de buen grado. A principios de julio estaba en Copenhagen embarcándome y llevando una gran maleta llena de libros del instituto. Ingenuo de mí.

En octubre del mismo año, cuando los chavales empezaban la universidad, yo estaba paseándome por una isla tropical en Brasil; Ilha Grande se llama y tiene una extensión algo más pequeña que Cabrera. Como solía hacer, fui a darme una vuelta sin ruta ni nada y quedé absorto con los preciosos colibríes que revoloteaban cerca del bosque. Un imponente y frondoso bosque cuyo interior debía albergar las más horripilantes bestias y, quien sabe, si los más valiosos tesoros de alguna galera española o portuguesa. Decidí quedarme en la playa y nunca llegué a entrar. La playa, de aguas verdes y opacas, chocaban con mi experiencia mediterránea. Estaba, además, infestadas de enormes hormigas inmortales que se movían bajo la arena.

Con todo ello no presté mucha atención al reloj y fui de los últimos en embarcar lo que me llevó directo al despacho del capitán del buque. Éste era un taimado napolitano de hombros grandes, sin loro al hombro, que me soltó un discurso halagador a modo de advertencia. Después de la charla bajé al bar de la tripulación y me sumé al grupo de oscuros serbios y croatas que fanfarroneaban a golpe de alcohol. Mientras hablaban sus tonterías me quedé pensando en que en ese preciso momento, mis excompañeros salían de clase.

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