Diario de Mallorca

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Impresiones veraniegas

Traje seco

Bajo los hielos.

"Encuentros en el fin del mundo" es la película de Werner Herzog en la que el director de cine alemán retrata la vida en la estación cientñifica MacMurdo de la Antártida. Cuando se le encargó el rodaje, Herzog advirtió que no estaba dispuesto a hacer una película más de pingüinos felices. Cumplió su propósito.

Los encuentros en el fin del mundo de Herzog comienzan con unas imágenes que me dejaron mudo la primera vez que vi esa película y siguen haciéndolo cada vez que tengo la oportunidad de contemplarla. Alguna vez he hecho referencia a ella en esta misma sección, aunque centrándome en el comportamiento de un pingüino no feliz sino loco cuyos pasos hacia la nada sigue Herzog. Pero quiero volver ahora sobre otro detalle. El documental abre con una secuencia en la que se ve a un grupo de buceadores que se desplazan como a cámara lenta bajo el hielo de la Antártida. Un coro que canta a capella música religiosa de la Europa bizantina subraya la sensación de que las aguas pertenecen a un mundo ajeno a este planeta.

¿Buceadores bajo el hielo? ¿Cómo puede ser eso? La respuesta es sencilla: llevan traje seco. El traje seco supone una protección que, igual que en el caso de los primeros buzos que caminaban erguidos con botas de plomo sobre el fondo de la mar, permite vestirse con todas las ropas de abrigo que sean necesarias porque en un traje de buceo así, como dice su nombre, no entra el agua. Con una contrapartida importante: resulta muy difícil bucear metido en unos ropajes a los que hay que inyectar aire de la botella para tener una capa aislante.

La alergia al neopreno nos ha llevado a Cristina y a mí a tener que meternos en trajes secos para poder seguir buceando. Eso implica la necesidad de hacer un curso para aprender de nuevo las técnicas de supervivencia bajo el agua comenzando por el abc del buceo: la flotabilidad neutra. Si con un traje húmedo, o un semiseco, se aprende en un santiamén a suspenderse en las aguas, con uno seco la tarea parece imposible porque el aire del interior del traje se desplaza al menor movimiento que se haga. Si se añade que estamos en un fin de semana de verano de calor extremo, y en La Azohía „cerca del cabo de Palos„, cabe entender lo que supone meterse con movimientos de contorsionista dentro de un traje de cordura llevando puestas ropas de abrigo como para ir a las nieves. Añádanse dieciséis kilos de lastre más los veinte de la botella para completar el suplicio hasta que logras tirarte al agua. Y es entonces cuando comienzan los problemas.

No, no hay pingüinos felices en la Antártida, ni entre los neófitos del traje seco en el verano mediterráneo. Pero ese mundo que no parece propio de nuestro planeta maltrecho aparece con todo su esplendor cuando te sumerges y, si eres capaz de olvidarte por un instante de los problemas de la flotabilidad, lo que te rodea compensa los sinsabores. No sé cuánto tiempo me queda por delante para seguir buceando en verano o en invierno „que el traje seco permite hacerlo bajo cualquier condición„ pero disfrutaré cada instante que se presente casi tanto como lo que disfrutamos Cristina y yo en aguas de las Galápagos. No queda ni por asomo en el Mediterráneo esa explosión de fauna marina que te asalta en Isabela, en Santa Cruz o en San Cristóbal pero tampoco es necesario. Sólo con sumergirte tu mundo, de golpe, cambia.

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