Diario de Mallorca

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El ingenuo seductor

El fin del mundo

¿Y si el final no llegase con una catástrofe natural, ni con una guerra, sino con nuestro voluntario abandono a la distracción, al olvido, a la inhibición?

Críos y crías ven ´Mujeres Hombres y Viceversa´ y piensan que ser "tronista" es un empleo.

Como cantan Chico y Chica, uno de mis dúos pop favoritos, no hay quien aguante este olor a fin del mundo. Sin embargo, cada vez estoy más convencido de que no habrá tsunamis que asolen Manhattan, ni olas de calor que calcinen Manhattan, ni Godzillas que, por supuesto, destruyan Manhattan. No caerán bolas de fuego del cielo ni los supermercados quedarán desabastecidos. Porque el fin del mundo empezó hace ya muchos años y aquí seguimos, más anchos que largos. Habitamos el final sin ser conscientes de ello. O quizá con la lucidez del que sabe que no vivirá lo suficiente como para protagonizar el final. Y ya sabemos que en las películas de catástrofes, lo que importa es la secuencia final. Tal vez por eso se piensa tan poco en el futuro. Porque todo eso que no tenga un interés económico a corto plazo, un beneficio inmediato, es una inversión idiota. Desaparecer a mitad de la película supone ser una prenda suelta en el montón de saldos de unas rebajas. Y como ninguno de los que estamos hoy aquí vamos a aparecer en ese plano final hemos decidido que invertir en un futuro apocalíptico es de idiotas. ¿Habrá vida inteligente en la galaxia? Qué bonito sería pensar que sí.

¿Cuándo empezó el fin del mundo?, me pregunto ante el noticiario. Hay varios finales. El planeta es como una de esas novelas interactivas que leíamos en la adolescencia y en las que podías decidir entre varios desenlaces. Cada ciudad, cada país, cada continente, trabaja afanosamente en su fin del mundo. "El fin del mundo en España comenzó con Mediaset", dice un amigo. Y nos entra la risa. Luego vemos que Gran Hermano lleva diecisiete ediciones, que críos y crías ven Mujeres Hombres y Viceversa y piensan que ser "tronista" es un empleo (y un empleo que mola), y se nos congela la sonrisa. "Mira, España empezó a cambiar el 28 de octubre de 1982, con la primera victoria del PSOE", dice mi amigo. "En ese momento se produce una explosión de creatividad, de pensamiento, de imaginación, de conocimiento, que dura aproximadamente unos ocho años. En ese tiempo, se liberaliza la televisión en España y Berlusconi adquiere una licencia de canal privado y compra acciones de la empresa que gestiona el control publicitario y de una productora. En un año, Telecinco se sitúa en segunda posición en audiencia por detrás de TVE. Todo lo que había sucedido, por poco que pudiera ser, en el cerebro de los españoles a partir de los primeros ochenta se destruye con la programación de Telecinco. Para que me entiendas, Mediaset es criptonita para el cerebro". Y nos vuelve a entrar la risa. "En el momento en el que un país deja de pensar, de analizar lo que le está sucediendo, ese país está empezando a vivir su fin del mundo. Y cuando Vasile se convierte en consejero delegado de Mediaset España lo que hace es destruir el más mínimo indicio de vida cerebral en su audiencia, logrando que sus cadenas „Telecinco, Cuatro„ sean las más vistas. Así empezó nuestro fin del mundo. El de Estados Unidos, por ejemplo, empezó en 2004, más o menos, cuando la cadena NBC le ofreció el reality The Apprentice a Donald Trump", añade. "Por lo que veo la televisión es fundamental en el fin del mundo", bromeo. "Absolutamente. ¿Recuerdas Network, la película? El fin del mundo está siendo televisado. No te quepa la menor duda", sentenció.

Bromas aparte, ¿y si mi amigo tuviese razón? ¿Y si el fin del mundo no llegase con una catástrofe natural, ni con una guerra, sino con nuestro voluntario abandono a la distracción, al olvido, a la inhibición? Si hay algo que no debiera estar sometido a recortes eso es el pensamiento. La capacidad de considerar un asunto con espíritu analítico, reflexivo, dándole su tiempo a la comprensión, para así poder formar una opinión sólida y enriquecedora. Pero eso ahora solo reside en el cada vez más exótico hábito del lector que busca un ensayo, una novela, un libro, y emprende un diálogo solitario con él. El resto de cosas que hacemos están sometidas al ritmo, a la velocidad, a la inmediatez, lo que hace que la calidad de nuestro pensamiento sea escasa. Nos informamos con tuits que no pueden exceder los 140 caracteres, con titulares de noticias enlazadas en el Facebook, con rapidez, con informaciones contradictorias que solo el análisis reposado nos permitiría tamizar. Y hemos desvirtuado el componente de estrategia que tenía la evasión para convertirla en una filosofía de vida.

Podría abrir la ventana de casa, asomarme a la calle y gritar que estoy más que harto y que no pienso seguir soportándolo pero, sin embargo, he optado por irme de vacaciones. Elijo la evasión porque ya he descartado la victoria.

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