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Tribuna

La energía del siglo XXI

La energía del siglo XXI

En la actualidad estamos asistiendo a la transición entre el modelo surgido de la segunda revolución industrial, que es un modelo de oferta, orientado a satisfacer una demanda creciente de energía a un precio "razonable", en el que la energía primaria es transformada fundamentalmente en grandes centrales de producción, que por tanto requieren de grandes empresas que en muchos países fueron o son públicas y luego privatizadas parcial o totalmente, pero siempre en la órbita del poder público, alimentadas fundamentalmente por energía primaria no renovable, posteriormente distribuida a distancias algunas veces muy considerables hasta los puntos de consumo final y el modelo de la cuarta revolución industrial.

¿Y cuál es ese modelo? Se trata de un modelo de gestión de la demanda en el que no afectan tanto las economías de escala en la producción porque somos capaces de producir eficientemente en pequeña escala y no requiere de grandes empresas para ello ni de grandes redes de transporte. Un modelo más respetuoso con el medio ambiente, que aprovecha mejor la energía renovable que nos facilita la naturaleza (fundamentalmente el sol), apoyado por una energía nuclear no renovable pero no emisora de gases efecto invernadero, mucho más perfeccionada y segura que la actual. Ese modelo debe también recuperar energía ahora perdida en forma de calor residual en procesos industriales mediante sistemas de cogeneración, la energía contenida en los residuos, en el agua residual, en las plantas, y de otras fuentes alternativas renovables.

El modelo actual se caracteriza por su ineficiencia. Las actuales centrales eléctricas apenas llegan, en el mejor de los casos, al 50 % de aprovechamiento del recurso primario. Menor aún es el rendimiento de los combustibles fósiles aplicados a motores de combustión y de las nucleares actualmente en funcionamiento. Además, genera una serie de impactos ambientales en forma de emisiones, vertidos, residuos, ruidos, contaminación lumínica y otros efectos sobre el medio, que sencillamente son inaceptables en la situación actual. Luego tenemos las pérdidas por distribución, directamente proporcionales a las distancias que hay entre los puntos de producción y de consumo, que en algunos casos superan el 10 % del total de la energía producida y, finalmente, en los puntos de consumo, tenemos procesos en los que por diversas razones (mal diseño, mal uso, poca atención, desconocimiento...), se vuelve a desperdiciar gran parte de la energía primaria efectivamente transformada. Todo ello representa un importante coste añadido para toda la sociedad.

En este entorno, hablar como se hace actualmente, de liberalización del mercado eléctrico y energético en general, suena a broma de mal gusto y a tomadura de pelo a la ciudadanía. ¿Cómo puede ser un mercado libre aquél en el que el precio para los consumidores finales lo fija el BOE y en el que existe un cártel, palabra opuesta a competencia, de países productores?

En resumen, estamos ante un modelo que si bien ha resuelto un grave problema a la humanidad, y debemos reconocerlo y alegrarnos por ello, es manifiestamente mejorable en el entorno actual y con el grado de conocimiento y tecnología disponibles.

El modelo que se vislumbra, y que supone una clara ruptura con el actual, permitirá una eficiencia muy superior. Las pérdidas de distribución se verán reducidas en gran parte porque en muchos casos esta no será necesaria, al disponer en el mismo lugar de consumo de la producción, y la eficiencia de los procesos, medida en términos de energía realmente aprovechada versus energía primaria, será optimizada.

Los recursos no renovables serán consumidos cada vez en menor medida, siempre como último recurso, solamente para núcleos urbanos densamente poblados y muy intensivos en energía y substituidos progresivamente por la energía solar, que será transformada en electricidad y calor prácticamente en los mismos puntos de consumo, permitiendo una movilidad eléctrica poco contaminante. A ello podremos añadir la energía eólica, que ya es muy importante en la actualidad, otras energías procedentes de diversas fuentes renovables y, no lo olvidemos, muy importante, la energía resultante de la cogeneración, en múltiples variantes.

Por otra parte, y por el lado del consumo, los esfuerzos en diseñar máquinas más eficientes en todos los sectores, nos llevan a una menor demanda energética a igualdad de servicio, y ello también redunda en esa mejora de la eficiencia.

Evidentemente, este modelo altera el estatus quo actual, de pocas empresas muy grandes controlando, en asociación con el Estado, el mercado de la energía, favorecido por los gobernantes de Europa y Estados Unidos, que han apostado por crear estructuras "sistémicas", que favorecen las posiciones de dominio sobre los mercados perdiendo todos los beneficios de una economía de mercado real, en la que no debería haber grandes barreras de entrada, ningún participante con poder suficiente para controlar el mercado ni con información preferente, un regulador objetivo que vigilara estrictamente el cumplimiento de estas sencillas reglas, y disponiendo del poder necesario para hacerlas cumplir a rajatabla.

No será por tanto una transición fácil. No obstante, la mayoría de los problemas técnicos para que funcione ese nuevo modelo están o estarán resueltos en breve y de lo que se trata es de que seamos capaces de explicar y hacer entender a la sociedad las ventajas que supone este cambio, creando y fortaleciendo las estructuras, los mecanismos y organismos que salvaguardan la competencia real, el principio de "el que contamina paga" y la asunción de las externalidades negativas por parte de sus verdaderos generadores.

*Ingeniero Industrual

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