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El ingenuo seductor

Contestando a Jordá

Hábleles de ironía a los gais detenidos en Rusia, a las lesbianas sometidas a violaciones en Perú y a las familias de las más de 2.000 personas trans asesinadas

Contestando a Jordá

Las condiciones instrumentales que se recogen en la Declaración Universal de los Derechos Humanos son aquellas que nos hacen posicionarnos ante la vida de una manera u otra. Nuestro sexo, nuestra raza, nuestra religión, nuestra ideología, hace que analicemos los acontecimientos, las noticias, las opiniones, según ese valor intrínseco a nosotros mismos. Por eso cuando me topé, el pasado martes y en este mismo diario, con la columna del escritor Eduardo Jordá, titulada "LGTBI", tuve la necesidad de leerla. Y vaya mal rato. De ahí que me tome la libertad de contestar desde esta, mi columna, a aquella, su columna, con mi mayor afán pedagógico, pese a que sea de los que piensa que cuando dejamos nuestro criterio impreso es porque estamos convencidos de que no vamos a cambiar de opinión.

La orientación sexual o la identidad de género es un derecho humano, con declaración de Naciones Unidas al respecto. Por si hay alguna duda. Y del mismo modo que desde su heterosexualidad (permítame la presunción señor Jordá) sintió la necesidad de dar su opinión, yo haré lo propio desde mi homosexualidad. Por alusiones. Y que conste que no pretendo fomentar un enfrentamiento y mucho menos una competición de argumentos. De hecho, cualquiera que leyese la columna del señor Jordá se daría cuenta de que la tiene más grande. Y en contraportada. Yo estoy aquí, en un rinconcito de La Almudaina; vamos, que no se me encuentra fácilmente. A mí hay que venir a buscarme. Pero se me encuentra.

Aparte de la duda de las siglas „usted lo llama acróstico porque es poeta„, el artículo se sustenta en un defecto mayúsculo: ignorar la naturaleza de los derechos. ¿Se imagina un artículo sobre la conveniencia o no de que una ley discriminase a las personas de raza negra? ¿Un debate sobre si existió realmente el holocausto nazi? ¿Una columna sobre el natural sometimiento del sexo femenino al masculino? Resultaría inconcebible reservar un espacio a la atrocidad cuando la sociedad está empezando a comprender que ante los Derechos Humanos no cabe matiz. Sin embargo, con los derechos lgtb (lo escribo así para ahorrar espacio) aún hay quien piensa que son privilegios y defiende, desde un conservadurismo rancio o desde una falsa superioridad pseudointelectual, que la identidad de género es algo opinable o que la violencia homófoba es una leyenda. Eso, que algunos llaman "su libertad de expresión", no es otra cosa que un mecanismo de homofobia encubierta para poder seguir difundiendo un discurso de odio en una sociedad que está empezando a rechazarlo. ¡Vaya, otra vez la homofobia! Pero a usted, que le preocupan las siglas y la semántica, sabrá comprender que todo tiene su nombre y a veces pretender llamar a las cosas de otra manera, como proponía el Partido Popular con el matrimonio igualitario, puede ser una estrategia que oculta vaya usted a saber qué intereses.

No voy a caer en la provocación de nuestra falta de talante y nuestra impermeabilidad a la ironía. Sobre ironía, la población lgtb del mundo puede impartir varias master class. Pero a mí no me lo cuente. Hábleles de ironía a los gais detenidos en Rusia, a las lesbianas sometidas a violaciones correctivas en Perú y a las familias de las más de 2.000 personas trans asesinadas en los últimos años. Por ejemplo.

Detesto la homofobia en todas sus mutaciones. También en la que ejerció el escritor Octavio Cortés en el programa Dues Voltes de IB3. Es esa que aparenta jugar en la liga de Miguel Dalmau, de Salvador Sostres o Juan Manuel de Prada, ese tipo de escritores, con vocación de tertulianos, que sueltan atrocidades pero simulan no habitar la caverna. Ellos son los guays de la historia, los leídos, los que tienen sentido del humor, los libres que detestan lo políticamente correcto y creen que soltando opiniones cargadas de machismo, sexismo y homofobia son más auténticos que el resto, que somos unos blandos. Son los que, cuando se denuncia el despropósito de sus argumentos, nos llaman antidemócratas porque no respetamos su libertad de expresión y queremos que todo el mundo piense como nosotros. Lo que aún no comprenden es que cuando se habla de Derechos Humanos, las opiniones contrarias no son compatibles con un estado progresista y democrático. Matizar los derechos y libertades de un grupo de ciudadanos por prejuicios, integrismo religioso o mentalidad conspiranoica solo funciona como opinión (sin criterio) de barra de bar. Fuera de ahí, de esa libertad individual de pensar y creer lo inconcebible, es intolerable.

Dos cosas más. La supuesta homosexualidad del asesino de Orlando lleva desestimada por el FBI hará unos quince días por falta de pruebas. Su homofobia, sin embargo, resulta incuestionable. Y dos: no saber qué es el heteropatriarcado es perfectamente disculpable. No buscarlo en Google antes de escribir que los gais, lesbianas, transexuales y bisexuales del mundo solo deberíamos temer al islamismo radical, no.

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