Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Impresiones veraniegas

El Gijón

El Gijón

Si a cualquiera de nosotros se nos preguntase por el nombre de un café literario, lo más probable es que diéra el del Café Gijón. El Gijón es casi por antonomasia el lugar en el que imaginamos a los poetas y los novelistas implorando a las musas mientras se toman un cortado. Cada vez que se habla de la película La colmena que hizo Mario Camus siguiendo de manera fiel el libro de Camilo José Cela hay quien me comenta que seguro que el café que sale en esas páginas y, en consecuencia, en esas imágenes es el Gijón. Pero no. Yo ya sabía que, como tantas veces sucede, la idea más obvia no es la certera pero nunca me dio por preguntarle a mi padre cuál era el café de su novela, quizá porque en casa de mis padres la literatura era rara vez motivo de conversación. Pero al cabo di en que la primera versión del libro lleva un título distinto, y éste es el de Café Europeo. El Europeo estaba situado en la glorieta de Bilbao y a él acudían intelectuales y algún que otro político hasta que cerró las puertas para dejar paso, como no, a un banco.

Cuál era el café de verdad da un poco lo mismo. Los personajes del Madrid de la postguerra que salen en las páginas de La colmena le cuadran muy bien al Gijón y, de hecho, ese café soberbio salía a menudo en las sobremesas de la casa de la Bonanova cada vez que a mi padre le daba por tirar de la nostalgia de aquellos años tan tremendos como importantes para su carrera de escritor. Recuerdo, y he escrito ya en alguna ocasión, haberle oído contar el episodio de la despedida en el Gijón a César González Ruano cuando, tras ser reñido éste por Marañón -otro personaje por antonomasia, médico en este caso- aceptó dejar Madrid e irse al campo para curar sus achaques, imagino que relacionados con la tuberculosis como era común en aquellos años. Los amigos le hicieron, más que un homenaje, un funeral de adiós a quien abandonaba el único sitio digno de servir de hogar y paisaje para el ejercicio de la literatura. Era un viernes y, al lunes siguiente, González Ruano estaba de nuevo en el Gijón. El campo le había parecido un lugar espantoso en el que los pollos, crudos, van correteando de un lado para otro.

Conté esa historia en el mismo establecimiento durante el transcurso de otro homenaje, el que los poetas y pintores de la tertulia "Versos pintados del Café Gijón", dirigida con ayuda de un abanico por María del Carmen de Inés y José Bárcena, brindaron a mi padre con motivo de su centenario. Juan Cruz sacó al día siguiente una crónica del acto en el que mi tío Jorge dio una vez más una lección magistral acerca de lo que cabe pensar y decir de la literatura. Fueron muchos los que se sumaron a ese recuerdo; tantos como para no poder indicar siquiera la nómina de sus nombres.

Que en este mundo infame de Internet y las redes sociales haya aún encuentros como los de los Versos pintados es un milagro, cuando no materia de reflexión. Porque asistí al homenaje pensando en que sería algo digno de mis estudios como interesado en los ancestros de nuestra especie y me encontré con un coloquio vivo, mucho más vivo que lo que suponen los twits, los chats y qué sé yo que otras artes que utiliza el demonio para llevarnos a la confusión. Mientras exista todavía un café, uno solo, con la bandera de la palabra izada sobre las mesas, no se habrá perdido todo.

Compartir el artículo

stats