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Oblicuidad

Un poco cansados de las quejas de Gasol

Un poco cansados de las quejas de Gasol

Pau Gasol ha demostrado su compromiso con el deporte español, por encima del deber. Sin embargo, empiezan a resultar cargante el recuento de sus tribulaciones personales en torno a los Juegos de Río amenazados por el zika. El baloncestista es un divo global, y se está comportando como tal. Entenderá que estemos un poco hartos de sus lamentaciones divinas.

Gasol gana siete millones de euros al año, sin duda merecidos. Percibiría unos docientos mil durante sus dos semanas en Río, equivalentes a los ingresos de doscientos trabajadores españoles medios en el mismo periodo. Con permiso del gigante, reservaremos nuestra solidaridad para los compatriotas peor asistidos económicamente.

En lo tocante al zika, Gasol se ha debatido sobre el riesgo de afrontar durante dos semanas la pesadilla que millones de brasileños soportan durante todo el año. Es innecesario recordar que la inmensa mayoría de los nativos carecen de la opción de abandonar su país. También les queda lejana la hipótesis de la congelación del semen, planteada por el astro de la NBA. Con sus quejas, el jugador ha ahondado la sima que le separa de la mayoría de sus seguidores. Que, dicho sea de paso, abonan su sueldo.

Nos preocupa toda afección que pueda sufrir Gasol, en cuanto lesiva para sus prestaciones sobre el parquet. Ahora bien, los incesantes pronunciamientos del ala pívot sobre los peligros al acecho producen cierto sonrojo. Como casi siempre que un especialista es arrancado de su radio de acción, incurre en una deficiente evaluación de riesgos.

Gasol ha jugado todo el año en Chicago, una de las ciudades más peligrosas de Occidente. Las calles de la tercera urbe de Estados Unidos no solo registran un asesinato diario, sino que el número de muertes violentas y de tiroteos se ha doblado a lo largo de 2016. Sin embargo, no abundan las manifestaciones al respecto de la estrella de los Chicago Bulls, por motivos económicamente obvios. Sin olvidar que sus aparatosas dimensiones suponen una bendición para el deporte de la canasta, pero multiplican el peligro de verse salpicado en los enfrentamientos que menudean en la ciudad. Y se trata de disparos, no de picaduras de mosquitos.

En fin, la multiplicación de operaciones ligadas al dopaje demuestra que la mayor amenaza para la salud de los participantes en Río´16 no revolotea por el exterior, sino que se halla comprimida en sustancias introducidas de contrabando en la villa olímpica.

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