Diario de Mallorca

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Impresiones primaverales

Esperando en Durón

Migas de pastor.

Diez hogueras, reducidas ya a las brasas, convierten la plaza diminuta que da paso al centro cívico en un sofoco dentro de esta primavera de la meseta convertida antes de tiempo en verano. Mis tíos María y Jorge, Cristina y yo estamos en Durón, sin Jack y Cleo, los perros, esta vez por más que quede cerca el Alto Tajo. En Durón aguardamos la llegada de los viajeros que recorren, siete décadas después, el viaje por la Alcarria con el libro canónico de mi padre como guía. Aunque al libro le cuadraría mejor la consideración de Biblia o de Corán porque, a juzgar por cómo se venera aquí, iguala casi a los libros sagrados. Son diez alumnos de Erasmus los que, bajo el auspicio de la diputación de Guadalajara y con la tutela de las tres organizadoras del camino, Sara, Laura y Nati, llegarán a Durón al mediodía para recibir, como en tantos otros pueblos, el homenaje y el cariño de los vecinos. Nos hemos adelantado; es la una de la tarde y el sol cae a plomo compitiendo con el calor de los rescoldos.

Durón; sexta etapa de una expedición que tiene diez y que no puede seguir al pie de la letra el texto del Viaje a la Alcarria porque el pantano de Entrepeñas se ha tragado el camino que recorrió hace setenta años Camilo José Cela. Tampoco importa tanto; eso será mañana y hoy en Durón los vecinos vierten ya en los calderos las migas para el banquete. No recuerdo haber visto nunca guisar migas en Mallorca; en la isla son las sopes las encargadas de dar una segunda vida al pan viejo. Las migas son lo mismo: un plato del pueblo -migas de pastor, se llaman a menudo- que aprovecha las sobras para convertirlas en manjar. En la meseta castellana se acompaña de chorizo, huevo y torreznos, casi como si los pastores homenajeasen también al Quijote. Hace años, muchos años, mi padre me explicó que los duelos y quebrantos que se mencionan al principio de ese libro se refieren a los huevos con torreznos que los judíos conversos comían a la vista de todo el mundo para demostrar que el cerdo entraba ya en su menú pero, ¡ay!, no sin duelos y quebrantos dentro del alma por semejante transgresión de las normas de sus padres.

El viajero pasó hace setenta años por Durón cuando anochecía ya y poco después, camino de Budia, le sorprendió un aguacero. Volvió a Durón al día siguiente pero en ninguna de las dos ocasiones pudo comerse una migas espléndidas como las que nos esperan a nosotros, libres ya de humedad y con el pan esparcido, pero no quemado, que es como mandan los usos mejores.

Los viajeros de ahora, los chicos, son mujeres en su gran mayoría y vienen de todas partes: de España -incluso de la Alcarria- pero también de otros lugares de Europa -Italia, Rumania-, de Méjico e incluso de China y del Japón. A todos ellos los ha animado a emprender camino el libro y lo guardan leído y releído. Todos me piden que se lo firme y, olvidándome de la regla de oro que también me legó mi padre, la de que no se dedican nunca libros ajenos, lo hago para no matar su ilusión.

Hay dos fundaciones dedicadas a la memoria de mis padres: una en Iria Flavia; la otra, en Mallorca. Si hubiese que seguir el criterio de los lugares en los que más se venera el recuerdo de Charo y Camilo José Cela, en términos institucionales al menos, tengo muy claro dónde deberían estar: en Guadalajara.

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