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El ingenuo seductor

Vivir en contra

El mundo se divide entre los que prefieren criticar y los que prefieren admirar, aunque parece que nos agrupásemos condicionados más por aquello que rechazamos que por las cosas que compartimos

Vivir en contra

Hace años, los suficientes como para que no especifique demasiado, me divertía mucho la crítica. No entendida como un análisis pormenorizado y sesudo de un pensamiento sino como la proyección de un vómito implacable que, como en aquella secuencia de Cuenta conmigo, no era otra cosa que una revancha buscando la complicidad del receptor a través de vincular nuestros desprecios.

Recuerdo que en los orígenes de mi trayectoria profesional, uno de esos ´marrones´ que siempre le caía al periodista en prácticas era escribir una pequeña columna, en la sección de televisión, donde valorar las películas que se emitían ese día. Decidías si era una película de cinco estrellas, de dos o de punto negro, que eran las más entretenidas de redactar. Ese ´marrón´ era uno de mis placeres culpables favoritos. Especialmente cuando se televisaban películas malas o muy malas, siempre bajo mi criterio particular. Esos días que la programación se llenaba de clásicos, de obras maestras, resultaba muy aburrido evaluar. Lo estimulante de verdad era criticar, infravalorar, ridiculizar con cierto ingenio.

No voy a decir que la madurez me ha mutilado la capacidad de criticar. En absoluto. Incluso considero que ahora critico infinitamente mejor. Lo que sucede es que ya no me produce satisfacción. Puedo hacerlo pero ya no siento ese goce barnizado de superioridad que destilaba de mis ´puntos negros´. Ahora disfruto más de compartir lo que me gusta, lo que me ha emocionado, que de repartir bilis, por mucha agudeza que pueda demostrar en mi comentario. Veo obras de teatro muy malas, escucho discos mediocres, asisto a interpretaciones anodinas y leo libros absolutamente prescindibles. Pero no me deleito con el escarnio público de la crítica. Prefiero el silencio.

Tal vez la clave se encuentre en el hecho de que criticar ya no es virtud del crítico. Ya no hay una columna impresa que utilizar como palio. Ahora los muros de las redes sociales, los blogs, están llenos de críticas redactadas desde la misma insana satisfacción con la que yo valoraba las películas de Chuck Norris. Porque nada une más en esta nuestra comunidad que saber que detestamos lo mismo.

Pareciese como sí, a diferencia de los vínculos que estrechaban nuestra juventud, nos agrupásemos condicionados más por aquello que rechazamos que por las cosas que compartimos. Es más efectivo construir una ideología, un comportamiento social, si lo sustentamos en el objetivo a batir. Como en aquella frase de Manuel Vázquez Montalbán, "contra Franco vivíamos mejor". Sin embargo, esa afinidad es falsa porque se sostiene sobre algo que, al desaparecer, evidencia nuestra falta de sintonía real. El propio Vázquez Montalbán habló de ello cuando, analizando su propia cita, varios años después, reconocía que aquello de ´contra Franco vivíamos mejor´ certificaba el verdadero mal de una izquierda conservadora: no acabar de superar nunca la situación de vivir contra el franquismo.

Eso es lo que veo en todos aquellos que se unen incondicionalmente contra algo y focalizan todo su esfuerzo en defender una oposición sin matices. Es lo que veo en Catalunya, donde se ha marcado un enemigo ficticio llamado Estado Español o Madrid, que ha fomentado compañeros de cama muy poco creíbles y que ahora se están empezando a caer del lecho. Como le sucedió al PP y al PSOE en el País Vasco, allá por el 2009, cuando el enemigo era el desafío soberanista de Ibarretxe.

Cuando lo que cualifica nuestra unión solo es el enemigo común, puede generarse una masa más o menos comprometida pero sin verdadera afinidad y mucho menos, simpatía. De hecho, la destrucción o sometimiento del enemigo deja a ese colectivo desamparado, ya que nada más allá de ese adversario -que en ocasiones puede existir pero en otras es un rival que decide el propio colectivo para adherirse- les dotaba de legitimidad. Parece como si nos resultase más fácil enfrentarnos que comprendernos. Como si las heridas no curadas fuesen más rentables.

Ya no me entretiene criticar. Ahora me divierte admirar. Y desconfiaré de aquellos que se me acerquen convencidos de que la correspondencia de nuestras antipatías es la energía de nuestra relación.

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