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José Luis Dicenta: El cónsul valiente en la Argentina de Videla

El diplomático mallorquín José Luis Dicenta salvó de la muerte a varios españoles en los años en los que en Argentina los desaparecidos se contaron por miles

Un diplomático con histioria: En septiembre, el Senado de la República argentina ofrecerá un reconocimiento público al cónsul José Luis Dicenta. M. M.

José Luis Dicenta era en 1976 un joven diplomático, que encaraba en Buenos Aires, la capital de la convulsa Argentina, uno de sus primeros destinos. Había sido nombrado cónsul cuando Isabelita Perón, la viuda del general Juan Domingo Perón, el fundador del peronismo, un peculiar movimiento político que engloba desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, que lleva más de medio siglo esterilizando tanto institucional como económicamente a Argentina, vivía sus últimos días como presidenta de la República. En el invierno de 1976 el país era el escenario de constantes atentados y asesinatos,protagonizados por la denominada Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), una organización de extrema derecha auspiciada por los militares, a los que respondían con similar violencia los Montoneros, grupo peronista de extrema izquierda. La situación era caótica, por lo que a nadie sorprendió que el 24 de marzo las Fuerzas Armadas protagonizaran un golpe de Estado que instaló en el poder a la primera de las juntas militares. El triunvirato lo formaron el general Videla, que asumió la presidencia de la República, flanqueado por el almirante Massera y el brigadier de Aire Agosti. Isabelita Perón fue detenida y enviada al exilio, en España. Así se inició la etapa más negra de la historia de la Argentina del siglo XX, la que dio pie al secuestro y asesinato de miles de ciudadanos, al robo de recién nacidos de los detenidos para darlos en adopción a militares y civiles afectos a la Junta, y toda suerte de tropelías.

En ese escenario, el cónsul mallorquín desempeñó su trabajo, que le llevó, en el cumplimiento de sus obligaciones diplomáticas, a tener que vérselas cara a cara con la monstruosa represión desatada por los milicos, como en Argentina se denomina a los militares. Dicenta estaba al tanto de lo que ocurría: desapariciones, secuestros, centros de tortura, como el de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), ubicado en Buenos Aires, o el más tenebroso de todos: el Campo de Mayo, un centro clandestino donde se cometieron las peores atrocidades, y en el que estuvo detenida una de la españolas que pudo ser liberada gracias a la intervención de Dicenta, la española María Consuelo Castaño, a la que los militares secuestraron junto a su marido, el canario Regino Adolfo González, que sigue oficialmente desaparecido, y sus tres hijos de cinco, cuatro y tres años. María Consuelo, cómo no, padeció torturas y vejaciones antes de que las gestiones de Pipo Dicenta y la repercusión internacional que tuvo su caso posibilitaron su puesta en libertad. María Consuelo, que hoy vive en Buenos Aires, regresó a España en el avión oficial en el que viajaban Adolfo Suárez y Felipe González.

Junta militar: El general Videla, en el centro, flanqueado por los militares golpistas tras el golpe de Estado. Efe

Homenaje

José Luis Dicenta, que en septiembre recibirá un homenaje en el Senado de Argentina promovido por las Madres de la Plaza de Mayo, ahora ya retirado del servicio exterior, tuvo, después de su turbulenta etapa argentina, los cargos de embajador de España en Lima, Bogotá, México y Roma, además de haber sido secretario general de la Unión Latina, con sede en París. En Buenos Aires desempeñó el cargo de cónsul desde enero de 1976 hasta agosto de 1980, los años en los que la represión militar alcanzó extremos de una crueldad insospechada. Dicenta recuerda nítidamente que la Junta Militar puso en marcha casi de inmediato la denominada Operación Cóndor, destinada a "limpiar", chupar, hacer desaparecer, a los considerados "elementos subversivos", definición en la que entraban todos los opositores a la dictadura. A la embajada de España empiezan a llegar denuncias de ciudadanos españoles, nacidos en la Argentina o en España, que han sido detenidos o secuestrados de los que nada se sabe. Llegaran a contabilizarse cientos y cientos, hasta miles. La situación adquiere tal gravedad que el embajador encarga a Dicenta, uno de los tres cónsules que operaban en el país, que se haga cargo de la situación, que trate de dar con el paradero de los detenidos. Dicenta recuerda el caso de una española, detenida en uno de los recintos que proliferaban por Buenos Aires, a la que por un cúmulo de circunstancias, de "mucha suerte", consiguió poner en libertad. Esta mujer, de la que no recuerda el nombre, pudo, desde el centro en el que se encontraba, puede que por la intervención de un policía asqueado por lo que acontecía, hacer llegar un papel a sus padres comunicándoles su situación. Transcurren las primeras semanas de 1977 y José Luis Dicenta, alertado por los atribulados padres, inicia las indagaciones. En el coche oficial de la embajada, con plena cobertura diplomática para garantizar su seguridad, se traslada a la comisaría en la que está detenida la ciudadana española.Allí, tras largo rato de forcejeo verbal, consigue verla en un patio en el que junto a la mujer están atentos dos milicos armados, que no pierden detalle de la conversación. El cónsul deja claro en comisaría que la detenida es una ciudadana española y que la embajada hará lo que corresponda para garantizar su seguridad. Eso impide que corra la misma suerte que muchos otros detenidos: desaparecer sin dejar rastro, arrojados al mar del Plata desde aviones militares, tras inyectarles anestésicos. La ciudadana española no escapa de padecer torturas a cual más abyecta, llegándole a introducir una rata en la vagina. Sobre lo sucedido Dicenta prefiere no hablar. Constatada por los militares la intención de la embajada de no desentenderse del caso, la ciudadana española es trasladada a una cárcel de mujeres hasta que Dicenta consigue sacarla. No la abandona hasta meterla en un avión con destino a Madrid. El diplomático reconoce que su caso es "excepcional", puesto que las más de las veces los secuestrados desaparecíeron sin dejar rastro. "Lo habitual -dice- era que no obtuviéramos información sobre los desaparecidos, a pesar de las constantes indagaciones que junto al cónsul de Italia llevamos a cabo", y añade, apesadumbrado, que "tenemos una lista en el consulado de dos mil ciudadanos españoles de los que nada se sabe".

José Luis Dicenta y su familia tuvieron que soportar amenazas anónimas. Los militares le presionaron llamándole "comunista" y hubo en su primer domicilio, un chalé en las afueras de Buenos Aires, llamadas telefónicas amenazantes a su mujer. Se le trató de presionar, lo que llevó a la embajada a situar permanentemente en su domicilio a policías españoles de servicio en la sede diplomática y posteriormente, dado que sus hijos eran de corta edad, trasladar a la familia a una vivienda situada en el centro de Buenos Aires, en la plaza de San Martín, que disponía de seguridad las 24 horas del día. Pipo Dicenta destaca el trabajo realizado por el cónsul general de España en Rosario, Vicente Ramírez de Montesinos, ya fallecido, quien en todo momento trabajó junto a él para tratar de liberar a los españoles apresados por los militares.

Golpe: Imagen de archivo de la Casa de Gobierno custodiada por militares, el día del golpe de las Fuerzas Armadas contra el Gobierno de Isabel Martínez de Perón, viuda del general Perón, el día 24 de marzo de 1976. efe

Desenlace trágico

El caso de María Consuelo Castaño tuvo un desenlace trágico, porque, aunque esa ciudadana española y sus tres hijos recobraron la libertad, no sucedió lo mismo con su marido, el citado Regino Adolfo González. María Consuelo, desde Buenos Aires, cuenta, con voz pausada, dulce, que nunca más supieron de él. Consuelo y su familia fueron secuestrados en 1979, cuando la dictadura militar se hallaba en su punto álgido: las detenciones y asesinatos eran constantes. Tras su detención Consuelo nada supo del destino de sus tres hijos y del de su marido. Sucedió que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos intervino en varios casos de secuestros, entre ellos el suyo y de su familia, lo que hizo que los militares se andaran con cuidado, que no implimentaran la norma habitual: chupar al infortunado o infortunada que caía en sus manos y del que ya nada volvía a saberse. Además, en el caso de Consuelo, el diario editado en inglés Buenos Aires Herald, toma cartas en el asunto, con lo que se hace prácticamente imposible hacerla desaparecer sin que haya que pechar con indeseadas repercusiones públicas. Su padre consigue verla y comunica a la embajada de España lo que ocurre con su hija y su familia. Dicenta se pone en marcha, realiza una gestión tras otra, pero así y todo de los tres hijos nada se sabe a lo largo de diez interminables días, hasta que son entregados por los militares al abuelo. Consuelo pasa mes y medio en el centro de detención Campo de Mayo, "el peor", asegura, de cuantos se abrieron en la Argentina de las juntas militares. Allí es torturada y vejada, pero "sin dejar marcas", porque la presión internacional era muy fuerte, hasta que, dada las insistentes demandas del cónsul Dicenta, es sometida a un consejo de guerra y condenada a cuatro años de cárcel, que pasa a cumplir en el presidio Devoto. Volverá a España, es uno de las últimos ciudadanos españoles que lo hará, cuando la dictadura ha caído, en el avión del entonces presidente del Gobierno español Felipe González, que ha estado en Argentina en viaje oficial, acompañado del expresidente Adolfo Suárez. A ambos les relatará su drama. Las gestiones para dar con el paradero de Regino Adolfo González son estériles, nada se averigua sobre su final. Es uno más entre los miles de ciudadanos que los militares argentinos hicieron desaparecer en los años en los que se mantuvo la dictadura.

María Consuelo Castaño, entonces una joven mujer que todavía no había llegado a la treintena, pide que lo ocurrido en Argentina en la década de los setenta del pasado siglo no se olvide, que se divulgue lo que pasó, lo que hicieron los militares. Argentina en buena medida está saldando y ha saldado cuentas con su pasado. La abyecta amnistía decretada por los gobienros posteriores a la dictadura, que dejaron impunes a los militares y policías, amparados por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida han sido abrogadas, muchos de los militares y policías que portagonizaron un pasado tan tenebroso purgan en la cárcel sus crímenes. Algunos de los principales protagonistas, caso del general Jorge Rafael Videla, murieron en la cárcel. María Consuelo Castaño, no obstante, sin alterar la voz, tranquilamente, reitera que se ha de recordar lo sucedido, al tiempo que agradece lo hecho por José Luis Dicenta.

¿Dónde están? Las madres y abuelas de la plaza de Mayo en una de las manifestaciones con las fotos de los desaparecidos. Reuters

Larga carrera: Dicenta ha sido embajador de España en varios países latinoamericanos y en Roma. DM

El homenaje que en septiembre rendirá el Senado argentino a José Luis Dicenta supone el reconocimiento a su trabajo, el que realizó junto al cónsul general en Rosario, el citado Vicente Ramírez de Montesinos. y el otro cónsul en Buenos Aires, Gregorio Marañón, hijo del doctor Marañón, todos amparados por el embajador Enrique Pérez Hernández. Dicenta resalta la "caótica" situación con la que se encontró al llegar a su destino en Buenos Aires. Como sucedió en España en los meses previos al golpe de Estado que desencadenó la Guerra Civil de 1936-1939, en Argentina eran pocos los que ponían en duda que los militares se disponían a dar un golpe, uno más de los que han protagonizado a lo largo de la turbulenta historia argentina. Reitera que la Triple A hacía lo que le venía en gana, y que la presidenta de la República, la viuda del general Perón, estaba entregada a los turbios manejos de López Rega, apodado el brujo, un político afincado en la extrema derecha peronista, del que se decía que practicaba el ocultismo. En aquel enrarecido ambiente el pronunciamiento de los militares no halló resistencia, por lo que de inmediato la Junta desarrollo sus planes, que se llevaron a cabo sin que las instituciones que podrían haber puesto coto a las despariciones intervinieran, entre ellas la poderosa jerarquía de la Iglesia católica, que no solo mayoritariamente no protestó, sino que en algunos casos colaboró activamente con los militares. Este asunto es objeto de controversia desde que Jorge Mario Bergoglio, cardenal arzobispo de Buenos Aires, fue elegido pontífice, el papa Francisco, al que se ha acusado de no haber alzado su voz para denunciar lo que ocurría en su patria.

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