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Oblicuidad

La delación es un vicio contagioso

La delación es un vicio contagioso

El castellano precisa con urgencia una traducción de whistleblower, el término que define a los trabajadores de empresas públicas o privadas que sacan a la luz montañas de datos comprometedores para sus empleadores. Mediante una sola extracción de material informatizado, comprometen a más delincuentes que la justicia de un país avanzado durante una década.

El whistleblower demoledor y activista no queda traducido en los vocablos de "informante" ni "delator". El primero peca de neutralidad, el segundo posee una connotación peyorativa. Todavía son más desaconsejables los términos reprobatorios "chivato" o "soplón", que remiten de inmediato a los sótanos del hampa y a policías de gabardina mordisqueando un palillo.

En cuanto se aclare la nomenclatura, habrá que concentrarse en la epidemiología. La delación, a la espera de una palabra mejor, es un vicio contagioso. Sus protagonistas principales no han coincidido jamás, pero reconocen la influencia de sus predecesores en un encadenamiento dinástico. Por remontarse al origen, Wikileaks inauguró la presente década. El cabo Chelsea Manning, llamado Bradley antes de cambiar de sexo, escamoteó cientos de miles de cables diplomáticos. Los camufló en discos de Lady Gaga, tal vez la metáfora más adecuada del siglo XXI. El militar estadounidense nunca logró igualar en celebridad a su intermediario, el mucho más articulado Julian Assange.

Las condiciones de aislamiento de Manning durante su detención dispararon las acusaciones de tortura, pero no sirvieron de escarmiento a sus imitadores. Tres años después de Wikileaks, los documentos ultrasecretos que confirmaban el espionaje planetario de la NSA norteamericana sacudían al planeta, con la firma de Edward Snowden. Este elocuente chivato destacó la influencia de Manning en su comportamiento, y tomó la preocupación de no dejarse atrapar por Washington.

El destierro de Snowden en Rusia tampoco amilanó a su sucesor. Dos años después de los papeles de la NSA, un misterioso Juan Nadie divulgaba más de diez millones de documentos de la firma panameña Mossack Fonseca. El volumen multiplica en cientos de veces a sus predecesores. En un artículo en el Süddeutsche Zeitung, el nuevo whistleblower rendía homenaje a Snowden. La cadena no se agotará porque, cuanta más información se almacena, más gente se necesita para procesarla, lo cual dispara el riesgo de ¿delaciones??

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