Diario de Mallorca

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Impresiones primaverales

Documental

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No recuerdo quién dijo que uno sigue vivo mientras alguna de las personas que le conoció pronuncia en voz alta su nombre. Pero, ¡ay!, cada vez quedan menos testigos de esa memoria viva; es ley de vida que, a su vez, todos esos testigos presenciales vayan cayendo en el saco del olvido -nadie grita ya al viento su nombre- hasta que la cadena se cierra y solo queda alguna que otra referencia remota, indirecta, poco fiable.

Cuando murió tres años atrás mi tío Juan Carlos, a quien su hermano, Camilo José Cela le dedicó una de sus novelas más conocidas, La colmena, Cristina, mi mujer, dijo que era cosa de ir recogiendo el testimonio de quienes habían conocido a mi padre antes de que fuese demasiado tarde. Carlos Agustín y Belén Tánago recogieron ese guante disponiéndose a entrevistar antes las cámaras a la multitud de familiares y amigos capaces todavía de pronunciar el nombre mágico, Camilo José Cela, en voz alta y dispuestos a hacerlo. Cristina y yo estuvimos presentes en no pocos de esos mimbres de la memoria que comenzaron con la grabación de los recuerdos de mi tía Maruxa. Mucho más tarde nos dimos cuenta de que esa primera piedra se puso el día en el que se celebraba el centenario del nacimiento de mi madre, de Charo.

Otro centenario, el de mi padre esta vez, nos sorprendió con cerca de cuarenta horas registradas a través de la intervención de treinta y nueve de esos testigos directos que conocieron de cerca de Camilo José Cela. La oportunidad aconsejaba espigar entre todos esos testimonios las pinceladas capaces de conducirnos hasta el retrato de quien fue el último de los premios Nobel que ha tenido este país; sólo era necesario, eso sí, un trabajo inmenso de montaje para dejar en un tiempo razonable, o casi, el material rodado. Al fin salió una película, El recuerdo más cercano, desnuda de todo lo que no era esa memoria hablada. Belén y Carlos optaron por darla en blanco y negro y sin música alguna para que nada distrajese la atención del espectador.

El documental dura dos horas y siete minutos pero se antoja un suspiro a través del sendero que sigue la vida de Camilo José Cela y, por supuesto, de Charo a través de las palabras de quienes mejor les conocieron. Mallorca se vuelve el telón de fondo omnipresente porque entre el escritor y la isla hubo mucho más que una relación de las que aparecen en los certificados de residencia que hay que enseñar al subirse a los aviones. Desde lo más profundo, como son las claves de la tarea de creación literaria, a lo más superficial, con el ejemplo de las fiestas en la casa de la Bonanova, es toda una vida de recuerdos la que se va dibujando en la pantalla.

El resultado es sobrecogedor a partir de un comienzo de comedia que se va espesando hasta terminar en puro drama. Como el documental se ha estrenado ya en Madrid y pronto se exhibirá en otras ciudades, con Palma como eslabón imprescindible, son muchos ya quienes pueden dar cuenta de lo que supone la obra salida de la mano y el talento de Belén y Carlos. Tras cada una de las grabaciones una fotografía de los asistentes dejaba huella notarial del acto. La colección de instantáneas podría ser también la prueba de fuego de que Camilo José Cela, cien años después, sigue vivo: son muchos los que pronuncian una vez y otra su nombre en voz alta.

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