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El ingenuo seductor

´Julieta´ o el único tema de conversación

No hay ningún director de cine español que consiga ser tema de debate como lo es Pedro Almodóvar y sus películas desde hace veinticinco años

Cartel de ´Julieta´.

Si los recursos estadísticos de la sociedad 2.0 me sirviesen para examinar la realidad descubriría que mi principal tema de conversación de las últimas dos semanas no ha sido la ausencia de Gobierno (nunca imaginé que un país sin gobierno fuese tan gobernable), ni los referéndum de los líderes a sus bases (las dictaduras ya nos enseñaron que los referéndum siempre los gana quien los convoca), ni las nuevas elecciones (lo que peor llevo es el subtexto que cada formación política adjunta a este nuevo horizonte, haciéndonos creer que la fórmula sigue siendo que concentremos el voto en uno de ellos, algo que tiene de ´cambio´ y de ´revolucionario´ lo que yo de cartujo), ni la conveniencia o no de entrevistar a Otegi (no voy a plantear ese supuesto conflicto porque para mí no existe. Sí a la entrevista con Otegi. La otra opción es la caverna), ni siquiera esa especie de bingo mediático en el que se está convirtiendo el descubrimiento de los nombres y empresas relacionadas con los papeles de Panamá (un scoop periodístico de primera magnitud convertido en espectáculo televisivo. Ese ha sido el gran hallazgo de La Sexta: hacer que la política también sea atractiva para la audiencia; simplemente había que tratarla como si fuese corazón).

Si mis últimas dos semanas se pudiesen resumir en hashtags, o en trending topics, en enlaces más visitados o en palabras más buscadas, el resultado me llevaría a ´Julieta´, ´Almodóvar´, ´guión´, ´decepción´ o ´encanto´. Esas han sido algunas de las palabras más relevantes en las últimas dos semanas si uno quería iniciar una conversación con calado y tintes de debate apasionado. Si bien puedo estar cometiendo el error de adjudicarle a mi entorno una trascendencia universal, extrapolando un tema particular y convirtiéndolo en general, les aseguro que no hay ningún director de cine español que consiga ser tema de conversación como lo es Pedro Almodóvar desde hace veinticinco años. Las películas nos gustan o no pero nadie debate sobre la última de Alex de la Iglesia, de Amenábar o de Julio Médem. Se comentan, se aportan cuatro opiniones y se pasa a otro tema. Sin embargo,

créanme si les cuento que en estas dos últimas semanas si no he debatido sobre Julieta una docena de veces, no lo he hecho ninguna. Toda reunión acababa, en algún momento, con la pregunta: "¿Habéis visto Julieta?" Y se abría el debate. Por no hablar de la tormenta.

Lo más divertido es que casi siempre hay alguien en el grupo que no la ha visto y, aunque se intenta aparcar la conversación tras un contundente "a mí no me ha gustado" o un "yo he entrado en la historia", al final no se puede derogar la ley del deseo y se acaba obligando al pobre descolgado a taparse los oídos o a visitar el baño durante el tiempo suficiente como para que cada uno pueda esgrimir sus razones. Les aseguro que eso solo sucede con el cine de Almodóvar. Y, como si se tratase de una maldición, el debate se repite en el tiempo, una y otra vez, porque aquel que un día sufrió el destierro de la conversación, cuando al fin ve la película, regresa a por su parte de la discusión. Y todo vuelve a empezar.

Que el cine de Almodóvar es algo que trasciende a la cultura, al espectáculo o al propio séptimo arte es un hecho. Pero la manera en la que nosotros nos enfrentamos a sus películas también es digna de estudio. Es un fenómeno generacional. Los chavales de diecisiete años carecen de vínculo emocional con el cine de Almodóvar y para ellos esta columna es una marcianada sin interés (aunque tengo que confesarles que para mí también lo es que ellos hagan colas infinitas para que una bloguera llamada Dulceida les firme su libro).

Nuestras expectativas dicen más de noso-tros mismos que de la película en sí. Pertenezco a una generación que creció, en años e inquietudes, con las historias de Almodóvar y eso hace que mantengamos un vínculo con su cine que arrastra los vicios y las virtudes de toda relación sentimental. Juntos, películas y espectadores, nos hemos enamorado, idealizado y decepcionado. Nos enfrentamos a sus películas como si nos reuniésemos de nuevo con un viejo amor. Seguramente resolvimos la tensión sexual en los ochenta y, a partir de ahí, la historia tomó otros derroteros que algunos asumieron y otros rechazaron. Llevamos en la mochila recuerdos felices, carcajadas, diversión, excitación, pero también de-sencantos, incomprensión y hasta traiciones. Pero siempre se vuelve al primer amor, que decía el tango.

Por eso sus películas provocan ese debate: porque en el fondo estamos hablando de no-sotros, de quienes somos, de dónde estamos, de lo que nos gustaba y nos gusta ahora, de lo que hemos aprendido y de lo que ya no vamos a tolerar. Como si estuviésemos hablando de amor. Y justificamos y argumentamos nuestras sensaciones de la misma manera que apuntalamos nuestras divergencias. Y como sucede con los errores de aquellas personas que alguna vez amamos, somos absolutamente crueles con sus devaneos. Cuando nos situamos ante el actual cine de Pedro Almodóvar algunos prefieren seguir cerrando los ojos para esperar al director de La ley del deseo o Mujeres al borde de un ataque de nervios cuando sabemos que ese director no va a volver. Otros se enfadan, como el amante que agota su paciencia y decide no darle una oportunidad más a quien no piensa cambiar. Creo que hablamos tanto del cine de Almodóvar porque estamos unidos a sus películas por un cordón emocional del que, en el fondo, no queremos independizarnos. Aún así, y veinte películas después, afirmo que mi relación sentimental más duradera ha sido con su cine. Y ríase usted de la historia de amor entre Richard Burton y Elizabeth Taylor.

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