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Oblicuidad

Qué leeremos después de Félix de Azúa

Qué leeremos después de Félix de Azúa

Me bastó con escuchar durante cinco minutos a Ada Colau en un acto hipotecario, para convencerme de que estábamos ante un fenómeno político con escasos precedentes. Su acceso a la alcaldía de Barcelona no debe medirse por su categoría sobrada, sino por sus recursos exiguos para lograr la vara municipal. En lugar de celebrar esta hazaña sobrehumana, Félix de Azúa insulta a la alcaldesa con un odio ejemplar. Y aquí empiezan las matizaciones.

Colau no es alcalde ni alcaldesa, es el poder. En tal condición, y en el lenguaje sajón más flexible frente a la crítica política, es fair game o diana justificada para cualquier exabrupto. En Estados Unidos, el agresor ni siquiera necesita ampararse en la veracidad de sus dardos, porque siempre se halla en inferioridad de condiciones respecto de una persona con policías a sus órdenes.

Se puede zaherir a Colau por su sexo, su físico, su vestuario, su formación o incluso su gestión política. A cambio de la libertad de exageración, el usuario de las armas anteriores queda inevitablemente contaminado por el arsenal que utilice. Y así llegamos a la figura del catedrático y académico Félix de Azúa. Su ya célebre "debería estar sirviendo en un puesto de pescado" es un manifiesto miserable, que la alcaldesa de Barcelona debe soportar estoicamente pero que también califica a quien al fin y al cabo redactó la Historia de un idiota contada por él mismo.

La humillada no es Colau, sino los honestos pescaderos que, con independencia de su sexo, están inermes frente al poder y frente a las memeces que les dedique un individuo clasista.Y sobre todo, Azúa abofetea con saña a quienes desde hace décadas hemos leído su producción íntegra sin desfallecimientos, pese a su tentación repetitiva que nos obligaba a comprar por duplicado versiones apenas maquilladas de un mismo libro.

Colau se ha limitado a aplicar los principios disolventes de Azúa, sus ataques despiadados a la banca. En todo caso debería condenar a la alcaldesa por quedarse corta. Dado que la literatura nos enganchó al hoy vociferante, por fuerza ha de dejarnos estupefactos su ausencia completa de ironía. Escribe poseído por una furia impropia de quien ha disfrutado de una existencia mucho más desahogada que la mayoría de mortales, incluidos los barceloneses. A propósito, en la Academia y en la cátedra crece el número de mujeres, que a buen seguro afearán el machismo de su colega aunque se observe un cierto retraso en la respuesta. Nuestro problema es más obvio, qué leeremos después de Azúa.

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