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El ingenuo seductor

A Chus Lampreave

Sus frases, sus personajes, su calidad humana, su escuela de interpretación, su bonhomía hicieron a Chus Lampreave una secundaria de lujo

Chus Lampreave, una gran actriz sin ego.

Siempre he creído que las personas solo mueren cuando se las deja de pensar. Lo he meditado tanto, con tal convencimiento, que ya se me antoja un lugar común. El más común de todos los lugares. Por eso creo que aquellos que ven amplificado su paso por esta vida -¿hay otra?- gracias a su trabajo, a su compromiso, a su relevancia, o incluso a su desorbitada capacidad para hacer el mal, adquieren la única dimensión humana posible de la inmortalidad, ya que el número de personas que les piensan se multiplica por infinito.

Chus Lampreave es inmortal. Más allá de todos aquellos que somos capaces de repetir sus réplicas cinematográficas, existen los documentos que conservan en el tiempo y el espacio a todos aquellos que, cuando parece que la llama del recuerdo empieza a apagarse, reviven en la evocación con solo escuchar su voz. Ese es el olimpo de la verdadera inmortalidad, el walk of fame de la vida eterna. ¿Podría imaginarse William Shakespeare que después de cuatro siglos seguiríamos pensándole? Da vértigo imaginarlo.

Cuando uno escribe sobre alguien que fallece y a quien admiraba, por la razón que sea, corre el riesgo de padecer un brote de cursilería mortal. Deseo que las palabras no me lleven por ese camino tan desagradecido. Me sorprendió la muerte de Chus Lampreave en un lunes gris que ya se había encapotado, esa misma mañana, con el fallecimiento del cantante Manolo Tena. Las muertes me sorprenden siempre, aunque vengan precedidas de la enfermedad o la lógica, siempre objetiva y nunca empática, del suceso biológico. Me pillan desvalido emocionalmente porque, a diferencia de las despedidas, son irrevocables. No importa lo preparado que estés para su llegada; siempre inquietan, fragmentan, derrumban la elegante contención, aturden. En el mejor de los casos, pueden acompañarse de un onírico paseo por la evocación de los buenos momentos, de la anécdota descojonante, y cambiar la mueca a golpe de carcajada. Pero regresas al dolor porque morir es la única verdad que aceptamos con certeza: la de la ausencia física definitiva, la de la destrucción de la carne y el aliento. Esa es la verdadera falta porque la despedida soporta una posibilidad de reencuentro. La muerte, no.

Y entre homenajes y recuerdos, públicos y anónimos, a Chus Lampreave, me quedé un rato pensando qué hacer. Escribir algo en el muro del Facebook, colgar una foto en Instagram. Al final escribí un sencillo tuit. Ese es nuestro libro de condolencias de la era digital. Unos días después, empecé a escribir esta columna. Y pensé que no tenía nada más que añadir a lo que todos habíais dicho ya. Sus frases, sus personajes, su calidad humana, su escuela de interpretación, su bonhomía,€ Solo soy un fan que nunca la conoció en persona. Que siento (y lo siento) desde la admiración de una butaca de cine.

Chus Lampreave formó parte de esa escuela de actrices secundarias, que el lenguaje políticamente correcto convirtió en actrices de reparto, que nunca sacaron las uñas por un papel protagonista. No me imagino a ningún actor o actriz actual dispuesto a asumir que su carrera estará llena de grandes personajes de reparto, cediendo el protagonismo a otros porque a ellos lo que de verdad les gusta es interpretar, no el tamaño del cuerpo con el que su nombre aparecerá en el cartel. Sin embargo Chus, que siempre me pareció una actriz muy característica, disciplinada, que había trabajado con los más grandes de este país, parecía ser inmune a ese peligroso veneno que es el ego. Aceptó su trayectoria sin quebraderos de cabeza, sin traumas. Porque cuando uno sueña con interpretar, lo más importante es interpretar. Tenía ese don que siempre hemos escuchado de los buenos secundarios y su capacidad para robar secuencias. Esos a los que, por muy protagonista que seas, sabes que no vas a poder eclipsar. Y que no hay error más estúpido que intentarlo. Los protagonistas vienen y van, son fruto de las modas, las tendencias televisivas, los reclamos de taquilla; los actores permanecen. Y uno piensa en grandes protagonistas, incluso rentables, y algún actor excepcional puedes encontrar entre ellos. Sin embargo, tomen cualquier listado de actores de reparto, de cualquier país del mundo, y solo encontrará grandes intérpretes. Por eso, ante esos actores, solo hay que disfrutar. Darle la réplica y dejar que su brillo te ilumine.

Pertenecía a una generación de actores y actrices opuestos a la ampulosidad, que trabajaban sus personajes desde una naturalidad que los hacía inevitablemente cercanos. Ya fuera la doña Asun de Belle Epoque o la Reme de Torrente. Hasta podía lograr que comprases una marca de embutidos solo porque ella lo anunciaba por Navidad. Llevamos años, desde Entre Tinieblas, que estamos haciendo de Chus Lampreave un ser humano inmortal. Ahora, apoyada en el marco de la puerta de la eternidad, sin invitarnos a pasar porque está liada con el punto, nos damos cuenta de ello. Chus Lampreave, como todos y todas los que alguna vez nos han llevado de viaje con la memoria y el pensamiento, no se ha marchado para siempre. Simplemente pasaba total de este mundo loco, le aburría, y ha cerrado la puerta para sentarse en el sofá, tranquila, y tomarse un buen tazón de madalenas. Lo mejor para la diabetes.

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