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Impresiones primaverales

San Francisco

San Francisco

Una de las cosas que creía que jamás habría de hacer en mi vida „de hecho ni me lo había planteado„ es cruzar el Golden Gate en bicicleta.

Quiere el tópico que San Francisco sea, con Nueva York, la gran ciudad de los Estados Unidos. Todos los tópicos fallan (ahí están Chicago o Seatle) pero todos también tienen algo de cierto. Que San Francisco es algo especial se nota nada más pisar el downtown, Union Square, vamos, sin necesidad de haberte subido todavía a los tranvías melancólicos, diminutos y soberbios que, amarrados a un cable subterráneo, trepan las cuestas tremendas de la ciudad, se asoman a la cumbre de la colina y emprenden camino abajo en medio del estruendo de poleas, engranajes y campanadas con las que el vagón se abre paso. Sentarse en los bancos al aire libre que quedan a los lados del conductor y contemplar, más que el paisaje, los afanes con los que el operario maneja las palancas misteriosas que permiten que se mueva una mole sin motor es una experiencia que nadie debería perderse.

Cristina y yo nos vamos un par de días a San Francisco aprovechando que es fin de semana y en Irvine, Orange County, no se piensa siquiera en trabajar en esos momentos. Dos días no dan apenas para nada en una ciudad que guarda tantos encantos, algunos de ellos, ¡ay!, un tanto vendidos ya al oro del turismo como Chinatown, con la avenida Grant convertida en un sinfín de tiendas de souvenirs tan iguales entre sí que, buscando un sombrero „había perdido, cómo no, el mío„ me encontré con que en todas ellas vendían el mismo y además sólo de la talla 57. Como en cualquier gran ciudad del primer mundo, el centro de San Francisco está cubierto de vagabundos y mendigos que en Orange County, con su aire de artificio imaginario, no tienen sitio. No sé por qué pero en Chinatown tampoco vimos ninguno.

Fue al pensar en ir hasta Sausalito, al otro lado de la bahía, cuando a Cristina se le ocurrió que nos hiciésemos con una bicicleta para llegar allí, en vez de a bordo del ferry, cruzando el Golden Gate. En Fhisherman´s Wharf, al norte de la ciudad, hay infinidad de locales que las alquilan pero la casualidad hizo que diéramos con uno a cargo de un chico venezolano, Félix, que se dio cuenta de inmediato que no éramos yanquis. Fue él quien nos explicó la mejor forma de llegar al puente, ir hasta Sausalito y volver luego en el ferry con las bicicletas a bordo. Después nos daríamos cuenta que bastaba con seguir a los cientos de ciclistas dispuestos a hacer lo mismo.

Resulta difícil transmitir lo que se siente desde lo alto del Golden Gate viendo la bahía de San Francisco cubierta de veleros que compiten en un sinfín de regatas. O volver a la juventud casi, cuando la bicicleta era el medio de transporte cotidiano. O sentir la brisa del Pacífico en un día extraño para estas aguas, con sol y apenas nada de niebla. O cruzar de vuelta pasando a un tiro de piedra de la isla de Alcatraz, otra atracción turística hoy. O recorrer en la bici los muelles de la ciudad, camino de nuevo hacia Fisherman´s Wharf.

San Francisco te atrapa. Sabes que volverás aunque yo he tardado décadas en hacerlo. Tras dejar las bicicletas, subidos al tranvía y con el frío del anochecer calando los huesos, Cristina y yo no tuvimos que decir nada para dejar claro que volveremos y, esta vez, sin necesidad de que pase tanto tiempo. Todavía no hemos cruzado el Golden Gate en bici en sentido contrario.

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