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El ingenuo seductor

Maestro

Hay millones de maestros en el mundo que intentan construir, con dedicación y esfuerzo, una sociedad de seres humanos ilustrados y críticos y que merecen un homenaje por su labor

Maestro

La semana pasada, en Dubai, se celebró el Foro Mundial sobre la Educación. Confieso que nunca he sabido muy bien para qué sirve este tipo de iniciativas más allá del punto de encuentro de opiniones y conclusiones que luego, a la hora de la verdad, los Estados ignoran porque no les resultan rentables, ni económica ni políticamente. Aún así, leí algunas noticias al respecto. Supongo que la consideración que me merecen mis contemporáneos y su formación en conocimientos, inquietudes, principios y valores hace que todo lo que lleva escrito la palabra ´educación´ despierte mi interés. Porque todos los problemas de este mundo, todas las heridas de la Humanidad, se curan con educación. La usura es falta de educación, como el machismo, como la homofobia, como el racismo, como la violencia, como la discriminación y la insolidaridad. Porque los valores de la educación no acaban cuando se tienen amplios conocimientos en macroeconomía o se han leído muchos libros. La formación es el acoplamiento del saber y el ser, la unión del conocimiento con los principios, la senda que nos conduce hacia el discernimiento y la convivencia. Estamos construyendo una sociedad basada en el éxito, entendiendo el triunfo como un bien material, un estatus, sin ninguna relación con nuestra escala de valores. Parece como si aún no hubiésemos comprendido que el verdadero éxito nunca es individual y debe ser colectivo; es el triunfo de una sociedad más justa, más honesta, más comprometida con el débil, más equilibrada, más honrada. Y eso también es educación.

Leí que se había prestado especial atención a la educación pública, reclamando una mayor responsabilidad colectiva, y que en el acto se había mostrado un mensaje grabado del Papa Francisco en el que aprovechaba para destacar la importancia de la profesión de maestro. Me sorprendió que fuese precisamente el máximo representante de una religión „fuente inagotable de prejuicios, sentimientos de culpa y discriminaciones„ quien reivindicase la figura del maestro. Soy de los que piensa que la religión no debe ser una asignatura, que debe estar al margen de los procesos educativos, aunque su influencia (o no) tenga una importante relevancia en la construcción del ser humano. Pero exactamente la misma relevancia que tiene tu género o tu orientación sexual y eso no se estudia en las escuelas. De hecho, ni siquiera se menciona. Se invisibiliza. Y son precisamente los valores religiosos los que se encargan de ello. De ahí que piense que cuanto menos presencia tienen los dogmas en la pedagogía, más y mejor será nuestro crecimiento personal e intelectual. Pero sí hubo algo en las palabras del Papa Francisco que llamó mi atención. El Papa definió a los maestros como "artesanos de humanidad" y "constructores del encuentro".

Me gusta la palabra ´maestro´. Mucho más que ´profesor´. Tengo la sensación, y esto es una percepción muy personal, que el maestro nunca deja de aprender porque no puede dejar de enseñar. Su compromiso con la sociedad, con sus alumnos, es una responsabilidad cuyo objetivo final es la construcción de un mundo mejor. Sí, suena naif, utópico, pero creo firmemente que es así. En esas palabras del Papa, cargadas de liturgia, hay una lírica que entiendo pero que deberíamos superar. El Papa emplea el concepto de ´artesano´ porque concibe a los maestros en una fase inicial del proceso de formación. Como algo creado manualmente, de una manera rústica pero delicada, casi folclórico. Creo que los maestros también son ingenieros de la Humanidad. Porque su destreza, su saber y su compromiso con la educación va más allá del tiempo y del lugar. Un maestro enseña a un niño de siete años y a un adulto de cincuenta y dos. Imparte sus conocimientos en un aula perfectamente equipada y en una choza de Ruanda.

La semana pasada falleció Pablo Ramírez Mateos, maestro de la prisión de Palma. Durante años, ese hombre consiguió que personas encerradas en una cárcel comprendiesen que no había mayor libertad que la que te permitía el conocimiento. Entender que la cultura, desde la intelectual a la vital, sería la que les abriría las puertas de la prisión cuando llegase el momento. Porque las lecciones de vida se aprenden viviendo pero qué enriquecedor es poder compartirlas. Elmyr de Hory, el famoso falsificador de obras de arte que inspiró a Orson Welles su película F for fake, iba cada día a encontrarse con el maestro Pablo durante los años en los que estuvo preso. Y simplemente conversaban. La conversación como pedagogía. El proceso que permite que dos seres humanos se ilustren mutuamente. "En souvenir de notre conversation". Así le dedicó De Hory el retrato que le hizo, en 1974, al maestro Pablo. Esa es solo una de las muchas historias del maestro. Y como él, millones de maestros en el mundo intentando construir, con dedicación y esfuerzo, una sociedad de seres humanos ilustrados y críticos, comprometidos y solidarios. Es evidente que algo falla pero, a estas alturas de la supervivencia, tengo claro que no son los maestros.

*Esta columna está dedicada a la memoria de Pablo Ramírez Mateos, maestro de la prisión de Palma, y a todas las maestras y maestros que nos han ayudado a ser quienes somos.

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