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Impresiones invernales

El Segerstrom

El Segerstrom

Todo el mundo interesado en las artes escénicas conoce el Lincoln Center de Nueva York. Si los teatros más emblemáticos que existen, la Ópera Garnier, el Royal Albert Hall, la Scala de Milán, son eso, centros singulares que se utilizan para albergar óperas, conciertos o ballets, el Lincoln Center cuenta con un edificio distinto para cada actividad y, así, puede ofrecer una ópera como La Flauta mágica, un ballet como el Cascanueces y un concierto como la Novena Sinfonía a la vez.

Pero lo que yo ignoraba es que en el mismo país, aunque mucho más al sur, en el Orange County de California, el Segerstrom Center for the Arts dispone no ya de tres sino de cinco teatros, de los que el Segerstrom Hall cuenta por sí solo con 3.000 localidades (2.994 para ser exactos), situados en un complejo en el que hay además salas de exposiciones, restaurantes y, para rematar el asunto, esculturas de Richard Serra y Henry Moore en los espacios abiertos.

California y, dentro de ella, el condado de Orange se está volviendo -si no se ha vuelto ya- uno de los centros de la vanguardia cultural del planeta. Sin perder la dimensión humana. De manera casual, mientras trabajaba en el departamento de la universidad de Irvine -a siete kilómetros mal contados del Segerstrom Center- en el que estoy como profesor visitante, Francisco Ayala me comentó el martes pasado que esa noche daba un concierto el violinista Joshua Bell al frente de la orquesta de Sant Martin in the Fields que él mismo dirige. Le pregunté, riéndome por la idiotez, si habría dos entradas libres para que pudiésemos ir Cristina y yo. Llamó por teléfono y a los cinco minutos teníamos dos localidades en los palcos centrales, esos que en La Fenice de Venecia reservaban para Napoleón. Su coste es infame, mejor ni decir cuánto alcanza, pero el Segerstrom nos invitaba dada nuestra condición (exagerada por Ayala) de visitantes ilustres.

El programa elegido por Bell incluía la sinfonía "Clásica" de Prokofiev, el arreglo que hizo Benjamin Britten de una pieza desconocida de Schumann y nada menos que el Concierto en D mayor para violín y orquesta de Tchaikovsky. Del programa sólo sobraba a mi entender la Octava de Beethoven, interpretada en último lugar. La Primera Sinfonía (la Clásica) de Prokofiev es en mi opinión, con el Romeo y Julieta, la obra cumbre del autor ruso. La elegía de Schumann, que no conocía yo en absoluto y resulta un prodigio de sensibilidad, la rescató, arregló y terminó Britten en 1957 en memoria de su amigo Dennis Brain muerto en un accidente. Pero el concierto de Tachaikovsky€ Es una de las obras capaces de poner en un aprieto a cualquier genio del violín. Tras terminar el primer movimiento, y rompiendo con el protocolo, todo el público del Segerstrom se puso en pie para ovacionar a Joshua Bell. La impresión que teníamos era la de que antes no habíamos visto ni oído jamás lo que supone convertir ese instrumento en una varita mágica.

El Segerstrom Center for the Arts no cuenta con ninguna subvención pública. Se sostiene gracias a las donaciones de los mecenas privados, una veintena de ellas de cinco millones de dólares e innumerables las que están por debajo de esa cifra. Los Estados Unidos y, dentro de ellos, Orange County son así. Se trata de una cuestión de cultura del mecenazgo de la que nosotros los españoles carecemos por completo. Y así nos va.

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