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Oblicuidad

Shakespeare contra Cervantes

Shakespeare contra Cervantes

No se recuerda un pugilato intelectual semejante desde Rocky Balboa contra Apollo Creed. Con notable visión comercial, Shakespeare y Cervantes no solo decidieron morir el mismo año, sino hacerlo exactamente tres siglos antes de que naciera Camilo José Cela. Es la coincidencia más prodigiosa desde que Newton organizó su llegada al mundo, deslizándose útero abajo el mismo 1642 en que fallecía Galileo.

Una vez establecida la cronología, ya solo falta por librar el mortal combate entre Shakespeare, apoyado por los restos del imperio británico, y el manco de Lepanto, con menos banquillo que Rocky. Que Harold Bloom me perdone pero, a diferencia de lo que me sucede con Molière, no aguardo un montaje del británico con trepidación. Por supuesto, siempre a salvo de mejor criterio, que solo admitiré de quien reconozca haber leído en los últimos tres años y de cabo a rabo el Hamlet. En inglés.

Mudando de formato, los sucesivos Macbeth son un entrechocar de chatarra con manifiestos intercalados, que desafían los límites de atención del espectador contemporáneo. El cine otorga mayor brío a la liviandad de las comedias shakespearianas. Cómo no rendirse al Mucho ruido y pocas nueces, protagonizado por Denzel Washington en la década pretérita. O a la extraordinaria versión más reciente de Joss Whedon, una joya de cine urbano en blanco y negro.

Hemos saltado al cine sin transición, porque a nadie se le escapa que Shakespeare trabajaría hoy para las pantallas. Es el rey del eslogan efectista, por encima incluso de Woody Allen, pero Cervantes lo hunde al enhebrar un discurso descacharrante a cuenta de nada. Y el inglés se desfonda cuando aumenta la longitud de su intervenciones. El "cuento contado por un idiota" que es la vida en Macbeth, acaba con un anodino "que no significa nada".

Shakespeare era un perseguidor de absolutos, no siempre estamos de humor para su trascendencia. En cambio, el Quijote se deja calar en su desorden de páginas, siglos antes de la Rayuela de Cortázar y sin necesidad de apuntar rutas para lectores que odian la autonomía. La literatura occidental es la pugna por colocar una novela a la altura de Cervantes, que Unamuno consideraba indigno de su libro máximo.

Como de costumbre, solo Borges remata la tarea igualadora, cuando su Pierre Menard reescribe el Quijote línea a línea, en otro mapa de la dimensión del territorio original. Si quiero una cita efímera, estoy seguro de encontrarla en Shakespeare, pero Cervantes es mi relación duradera.

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