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Oblicuidad

El universo pierde su eco

El universo pierde su eco

El Universo puede guardarse sus ondas gravitacionales y sus bosones de Higgs, porque es menos inteligente al quedarse sin Eco, Umberto. Se puede hablar sin cautelas de la muerte del mayor intelectual del planeta, así en la realidad como en las votaciones anuales de la convocatoria conjunta de las revistas Prospect y Foreign Policy. Arraigó en la sociedad gracias a la capacidad tremenda de ser escuchado. Su semiótica es la aclaración del saber, la renuncia a la ofuscación.

Eco es la síntesis de Occidente. Inaugura el elitismo para mayorías con El nombre de la rosa. Es un logro tan precioso que no supo repetirlo. En esta novela, por llamarla de alguna forma incorrecta, recogió el testigo de su predecesor Borges. Comparten una palabra fetiche, superstición. Se inscriben en la tradición de un precursor compartido, Ramon Llull.

"Eco dice" se convirtió en un imperio sin dictadura. Así, en "internet ha dado voz al tonto del pueblo". El tuttologo no es un sabelotodo, sino alguien que siente curiosidad por todo. Con el pensador italiano se desvanece la última esperanza de la razón. La hoguera del fanatismo prende con mayor fuerza, nadie detendrá a los multiculturalistas incultos. Era previsible que el testamento de Eco fuera una novela sobre un periódico sin lectores, solo al servicio de oscuros poderes.

Eco no predice, inventa. Por ejemplo, en el hoy ubicuo hipertexto que reemplaza a la intertextualidad borgiana y que recibe distintos nombres según la pantalla. El autor de Obra abierta puso en acción la inteligencia perpetua. No se afane en localizar paralelismos en España, que ha preferido prescindir de una figura similar desde Ortega. Ni concediendo pasaporte a Vargas Llosa, el único español en la clasificación de los pensadores más influyentes, mengua la diferencia abismal entre el peruano repetidor y el italiano innovador.

El equivalente trasatlántico de Eco es Noam Chomsky, el duelo de Bolonia contra el MIT. Los intelectuales han sido reemplazados en el firmamento intelectual por ejecutivos como Steve Jobs, a quienes se adjudica el título de visionarios a partir de una determinada cifra de ventas. El malogrado Tony Judt, que merece un hueco en toda enumeración de sabios, señalaba que se había preparado a fondo sin ninguna noción de que un día sería tocado por la varita del éxito. Se configura así un banquillo de estrellas del intelecto, al estilo del deporte de élite. Todas ellas a la búsqueda constante del signo, de la metáfora. Nada es igual porque todo es comparable. Excepto Eco.

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