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Capitán Barceló

Las hazañas de un marino de leyenda

El mallorquín Antonio Barceló, teniente general de la Real Armada, condecorado con la orden de Carlos III por sus hazañas, es el gran marino español del siglo XVIII.

Antonio Barceló y Pont de la Terra, el capitá Toni, tiene una historia en todo comparable a la de los grandes marinos británicos de su época. Barceló fue un capitán de tanta o mayor capacidad que el almirante Nelson o sir Francis Drake. Si hubiera nacido inglés, sin duda su vida habría quedado plasmada en la literatura y el cine.Teniente general de la Armada, por decisión expresa del rey Carlos III, cuando era impensable que un plebeyo alcanzase un grado reservado a la aristocracia, el capitá Toni es uno de los más sobresalientes marinos europeos del siglo XVIII. Si de por medio no hubiera terciado un acuerdo político entre las coronas de España y Gran Bretaña hoy se le recordaría como el hombre que reconquistó para España la plaza de Gibraltar. La vida de Barceló es la de un hombre de leyenda, la de un marino que, además, ideó y llevó a la práctica algunas de las innovaciones en la guerra en el mar más importantes de su tiempo. Por si no fuera suficiente para cimentar su leyenda, también combatió contra los piratas bereberes del norte de Africa. La guerra contra la piratería morisma acabó por convertirlo en el marino más celebrado por sus contemporáneos.

El historiador Miguel Deyá, profesor de Historia Moderna y decano de la Facultad de Filosofía de la UIB, ha estudiado profusamente la vida de Antonio Barceló y destaca que para entender la vocación marinera de Barceló hay que hablar de su padre, Onofre, otro marino de fuste, poco recordado por la historia. Resulta que el padre del capitá Toni tuvo una participación destacada en la Guerra de Sucesión a la corona deEspaña, la que dio como resultado, cuando alboreaba el siglo XVIII, en 1714, el advenimiento de la dinastía de los Borbones, con Felipe V, nieto de Luis XIV de Francia, en detrimento del aspirante austríaco, el archiduque Carlos. Onofre burló en varias ocasiones el cerco de Barcelona por parte de las tropas borbónicas regresando indemne a Mallorca. Incluso fue el encargado de escoltar al partidario de los borbones, Nicolás Cotoner, a quien se le había encargado la misión, por parte del Gran i General Consell, de negociar con las autoridades borbónicas el mantenimiento de las franquesas del reino de Mallorca, embajada que no se vio culminada por el éxito.

Onofre Barceló se casó, en 1714, el mismo año en el que se firmaba el tratado de Utrecht, con Francisca Pont de la Terra, quien tan solo contaba con 15 años de edad. El matrimonio resultó prolífico, pues la joven le dio a Onofre cinco vástagos, todos varones, resarciéndolo de un primer matrimonio sin descedencia. El primogénito fue Antonio, quien, alumbrado en la calle del Vino, en el lugar donde hoy se levanta el viejo colegio de los Teatinos, a pocos metros de la iglesia de la Santa Cruz, donde, al acabar sus días, sería enterrado. Queda descontado que Antonio se empapó de la mar, del barrio marinero de Ciutat en el que nació; acompañaba siempre a su padre a bordo del barco que patroneaba, por lo que, ya de muy joven, inició su carrera marinera, la que le llevaría a ser el gran marino español, considerado por muchos uno de los mejores de todos los tiempos.

Antonio Barceló, al mando de su embarcación, un jabeque correo, rechaza a dos galeotas de los corsarios argelinos. La pintura de Angel Cortellini se conserva en el Museo Naval.

Antonio pudo enrolarse en la Armada Real porque su padre, concluida la Guerra de Sucesión, entró al servicio de Felipe V participando en la expedición del primer rey de la dinastía borbónica para tomar Sicilia. En agradecimiento se le otorgó el monopolio del correo entre Palma y Barcelona, lo que posibilitó que el hijo, Antonio, iniciara con garantías su carrera de marino. Empezó en los escalafones más bajos de la Armada. Se ha de considerar que con Felipe V desaparecen las armadas privadas, capitaneadas por corsarios al servicio de los anteriores monarcas, los de la casa de Austria. El borbón no puede permitirse el lujo de prescindir de marinos experimentados, caso de Antonio Barceló, quienes se ven obligados a hacer lo que después se conocería como servicio militar en la Armada, lo que se denominaba "matrícula del mar".

Antonio Barceló no desaprovechó las oportunidades que se le presentaban, por lo que progresivamente fue ascendiendo en el escalafón en el período final del reinado de Fernado VI y especialmente a lo largo del de Carlos III, que fue con el que desarrolló la mayor parte de su carrera.

Momento histórico

Situemos el momento histórico en el que Antonio Barceló adquiere protagonismo: a la muerte de Felipe V, España cobra conciencia de que ya no es la potencia de antaño, que está incapacitada para llevar a cabo una política exterior agresiva en Europa, por lo que se circunscribe al Mediterráneo, sin dejar de lado las colonias americanas. Son unas décadas en las que el corsarismo berberisco se convierte en la principal fuente de ingresos de los habitantes del norte de Africa, una zona muy poblada y sin recursos suficientes para atender sus necesidades. Las incursiones de la morisma requieren que se lleve a cabo una acción contundente, lo que se ve facilitado por el hecho de que Argel, la base de operaciones de los corsarios, no puede contar con el respaldo que por décadas le dispensó el imperio otomano, que ha iniciado su imparable declive. Se le encarga a Barceló que lleve a cabo una expedición de castigo, que desarrolla con una pericia extraordinaria, poniendo sitio a la ciudad en la bahía de Argel, logrando desmantelar las estructuras que posibilitan las actividades de los corsarios. La victoria tiene un enorme eco en España, y ni que decir tiene que en Mallorca. Antonio Barceló pasa a estar en boca de todos, se le considera algo así como un nuevo "gran capitán", el marino que España necesita, cosa que se entiende en la corte de los borbones y en las altas esferas de la Armada, que promueven sus sucesivos ascensos, lo que le permitirá alcanzar el grado de teniente general, lo que desata las iras de la aristocracia mallorquina, los botifarres, que no aceptan que un plebeyo, alguien que no es de los suyos, se encarame a un cargo que consideran exclusivo, pero nada pueden hacer ante la decisión del Rey, para el que Barceló se ha convertido en un militar del que no se puede prescindir.

Es en 1737 cuando Antonio se casa con Francisca Bonaventura Jaume y, paralelamente a su carrera militar, se convierte en un hombre de negocios muy próspero, puesto que se dedica a adquirir fincas y otras propiedades, lo que le convertirá en alguien muy rico, en un personaje de la vida social mallorquina, condición que ostentará hasta su muerte, cuando lega a sus descendientes, sus hijos, una gran fortuna.

el asedio de gibraltar

Antonio Barceló desempeñó un rol fundamental en el intento de reconquistar Gibraltar; de hecho jugó un papel destacado en la política mediterránea española del siglo XVIII. Antes de lo de Gibraltar participó, si bien indirectamente, en la intentona de recuperar Menorca, en poder de los británicos por lo estipulado en el Tratado de Utrecht. La invasión de la isla se tenía que llevar a cabo desde Mallorca, a la que se habían transportados varios contingentes de tropa, muchos de ellos desembarcados por Barceló. En uno de esos viajes de transporte, se enfrentó, derrotándolas, a dos embarcaciones de corsarios argelinos. En recompensa, se le concedió el empleo honorífico de alférez de fragata, lo que constituyó el inició de sus sucesivos ascensos hasta alcanzar el grado de teniente general, pese a no haber cursado los reglamentarios estudios, lo que todavía hizo que la inquina que le profesaban los botifarres se acentuara.

Placa recordatoria situada en la casa natal de Antonio Barceló en la calle del Vi, junto al viejo colegio de los Teatinos.

Retornando a Gibraltar: el bloqueo se inició en 1779, a fin de asestar un golpe definitivo a los británicos, quienes a lo largo de todo el siglo XVIII no pararon de entorpecer el comercio marítimo entre España y las colonias americanas. Esa fue una de las razones por las que Carlos III, tras establecer una alianza con Francia, proyectó la reconquista de Gibraltar, además de respaldar a los insurgentes norteamericanos, que acababan de proclamar la independencia de los Estados Unidos. Un momento decisivo en la historia. El asedio de Gibraltar por tierra no estaba dando resultado, por lo que se decidió ampliarlo con un bloqueo marítimo, y es ahí donde interviene Antonio Barceló, al que se le encomienda organizarlo y dirigirlo. Instala el centro de operaciones en Ceuta. Entonces se constatan las enormes envidias que genera la carrera de Barceló, puesto que los oficiales de la Armada, los de carrera, no soportan ser mandados por alguien que les es ajeno, pero se han de rendir ante el genio militar de Barceló, quien proyecta y pone en servicio unas barcazas rápidas de 14 remos, dotadas de cañones del calibre 24, que garantizan un ataque eficaz y la retirada antes de poder ser blanco de la respuesta enemiga. Se construyeron dos, aunque Barceló insistió en que se requerían al menos 40 para que la estrategia fuera efectiva. Barceló quería que el bloqueo tuviera un carácter ofensivo, capaz de acabar con la resistencia británica, pero en la corte de Carlos III se pergeñaban otros planes. Barceló remite cartas al conde de Floridablanca, uno de los principales consejeros del Rey, exponiéndole sus proyectos. Al final, Gibraltar no se reconquistó: el Tratado de Versalles, firmado en enero de 1783, puso fin a la guerra. Los términos del mismo fueron los siguientes: el Reino Unido reconocía la independencia de los Estados Unidos (las 13 colonias), Menorca retornaba a la soberanía española y se garantizaba el dominio británico sobre Gibraltar de acuerdo con los estipulado en el Tratado de Utrecht. Antonio Barceló vio frustrado su proyecto, pero obtuvo el ascenso a teniente general, el máximo del escalafón. Lo sucedido hizo que cobrara fortuna una copla que rezaba: "Si el rey de España tuviera cuatro como Barceló, Gibraltar fuera de España que de los ingleses no". Su fama se había extendido por toda la península. Barceló estaba en boca de todos, así que no es de extrañar que fuera promovido al empleo de teniente general.

La monja y el teniente

Una de las actuaciones más llamativas que Antonio Barceló llevó a cabo no tuvo carácter militar, pero sin duda constituyó durante mucho tiempo uno de los más sonados escándalos de la sociedad de la época. Corría el año 1741 cuando capturó, en aguas de Cartagena, una embarcación en la que se habían escondido la monja agustina Isabel Font dels Olors, de familia botifarra, recluida en el convento de la Misericordia, y el teniente del regimiento de dragones de Orán Manuel Bustillo. El teniente y la monja, enclaustrada a la fuerza, estaban enamorados, por lo que para poder estar justos únicamente les quedaba el recurso de abandonar Mallorca y refugiarse en un país extranjero. La primera parte del plan salió bien: la monja consiguió fugarse del convento y junto al teniente embarcar para abandonar Mallorca. Al tener constancia de lo ocurrido, el capitán general José Vallejo dio orden a Antonio Barceló de apresarlos. Parece ser que el teniente se había hecho con un pasaporte falso para Isabel a nombre de Antonio Barceló. El resultado fue que fueron apresados al día siguiente de su huída y devueltos a Mallorca por el marino. El resto de la historia es sumamente trágico: Isabel fue devuelta al convento, que ya nunca abandonó, prohibiéndosele hablar nunca más con nadie, ni siquiera en el interior de la clausura, mientras que el teniente Bustillo fue sometido a las leyes militares, siempre draconianas, siendo ejecutado, una especie de guillotín, en el Born el 4 de mayo de 1742. A Barceló también hay que atribuirle que contribuyera a paliar la hambruna que padecidió Mallorca hacia finales de los cuarenta, época caracterizada por la gran carestía de trigo. Con sus barcos correo aprovisionó a la Isla en 1748.

Definitivamente asentado en Mallorca, y después de dirigir la campaña de Argel contra los corsarios berberiscos, que concluyó con un tratado de paz firmado en 1786, Antonio Barceló se dedicó a incrementar su notable fortuna. Había cumplido 80 años cuando, el 30 de enero de 1797, falleció. Sus restos reposan en la iglesia de la Santa Cruz.

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