Diario de Mallorca

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Desde Inglaterra

Tea

Tea

No les descubro nada si les digo que los ingleses aman el té. Es sin duda su bebida nacional, la que los diferencia del resto de Europa, donde el té apenas es consumido y predomina el café. Otra de sus excentricidades, puede que piensen algunos de ustedes. Bien, pues no son solo los ingleses. Sus ahora medio amigos pero antes enemigos mortales, los irlandeses, consumen incluso más té que los propios ingleses.

Tras casi tres años en Inglaterra, he de decir que en lo que se refiere al té, mi adaptación ha sido modélica. Antes de venir a Inglaterra jamás lo había probado. Ahora lo tomo prácticamente a diario. Recuerdo que mi hermana estuvo en Londres hará unos 5 años visitando una amiga, y entre los excelsos souvenirs con los que obsequió a la familia a la vuelta, se encontraba una pequeña caja de té, con su Big Ben y su autobús rojo. Atacada por un ataque de "britanidad", mi madre preparó té para todos. El mío viajó veloz hasta el fregadero tras un fugaz paseo por mis papilas gustativas, y la cajita de té se marchitó en una repisa de la cocina, haciendo compañía al imán del frigorífico con forma de Big Ben.

Pero luego me mudé a Inglaterra y el té pasó gradualmente de ser una cosa de guiris a un producto de primera necesidad. Una conversión que ni la de San Pablo. Empecé a tomar té en Salisbury, cuando trabajaba en Subway, por una sencilla razón: el café estaba malísimo. No me gustaba el café del Subway, ni el del Starbucks (mi lengua sigue sin recuperarse de las quemaduras producidas por el primer sorbo que le di a un cappuccino), ni el del Caffè Nero, ni ninguno. Resumiendo, tras año y pico me fui de Salisbury sin haber probado un café decente.

Luego me mudé a Reading, empecé a trabajar en colegios, y mi consumo de té subió como el consumo eléctrico de Mallorca en julio. En cada sala de profesores (y en general, en cada comedor de oficina) hay una tetera (que a partir de ahora llamaré por su nombre inglés, kettle), a pleno rendimiento durante toda la jornada laboral, con picos de actividad a primera hora, a la hora del recreo, y a la hora de comer (las 12 del mediodía). En los colegios ingleses el té es tan básico como las pizarras. De hecho, en el colegio en el que estoy trabajando ahora hay un kettle en cada clase, a disposición del profesor y sus assistants, servidor incluido.

Preparar un té no es un acto baladí, tiene su liturgia. No todo vale, y se deben seguir determinadas reglas. Primero calentar el agua en el kettle. Luego, poner la bolsita de té dentro de la taza, y luego añadir el agua, que deberá rozar el punto de ebullición. Insisto, primero la bolsita en la taza, luego el agua. No al revés. Nunca al revés. Luego se retira la bolsita de té. Insisto: se retira, nada de dejarla nadar cual pez en el mar. Bien, ¿pero cuando? Tengo la respuesta: a eso de los dos minutos. Bolsita de té y agua deben convivir en la taza por no más de dos minutos. Y luego, pensarán ustedes, el té ya puede ser bebido. Pues se equivocan. Ahora es el momento de añadir leche (en caso de que tomen el té con un sorbito de leche) y de dejar reposar el té por seis minutos. Este es un detalle importante: la leche se añade en este preciso momento, y solo en este momento. Se han dado casos de gente que primero pone la leche en la taza, luego empapa la bolsita de té en la leche, y al final añade el agua. Esta gente es simplemente mala, no ama a su país. Un inglés de bien prefiere ver la Union Jack ardiendo antes que la sucesión leche-bolsita-agua. Dejo para el final el tema del azúcar. Si añade azúcar a su té, jamás lo remueva con la cuchara dentro de la taza. Jamás. El azúcar debe realizar dos trayectos: del azucarero a la cuchara, y de la cuchara a la taza, precipitándose cual sidra escanciada por un asturiano y disolviéndose al entrar en contacto con el líquido. Una vez pasados los seis minutos y ya reposado, el té puede consumirse. Se preguntarán ustedes el porqué de todas estas normas y reglas. Ni idea. Así es, y conociendo a los ingleses, así será per secula seculorum. Salut i força!

* Desde Reading. Lluís Cuerva, natural de Alaró, es licenciado en Historia. En Reading perfecciona su inglés y trabaja de ´teacher assistent´. A 1.900 kilómetros de Palma.

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