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El ingenuo seductor

Lo dejo por imposible

El caso del encarcelamiento de dos titiriteros en Madrid es el último en el que se ha vuelto a poner en evidencia que algunas opiniones se hacen desde la visceralidad sin importar el rigor ni la verdad

Lo dejo por imposible

Pocas cosas hay más frustrantes que tener que dejar por imposible. He renunciado a la idea de exigir un mínimo de criterio antes de lanzar una opinión. Me bastaría con que fuese una opinión algo informada y no inspirada por la lectura de un titular más o menos acertado. Asumo que la opinión es libre y, la mayoría de las veces, tan visceral como indocumentada, pero necesitamos más criterio antes de empezar a lanzar opiniones como si fuesen petardos en una mascletá.

Les confieso que tenía pensado dedicarle la columna de hoy al amor. Pero me he pasado la semana entera volviendo a explicar (no es la primera vez ni será la última) la diferencia entre ficción y realidad y defendiendo la libertad incuestionable del creador a la hora de contar una historia.

El caso del encarcelamiento de dos titiriteros en Madrid, acusados de apología del terrorismo, ha vuelto a poner en evidencia esa opinión visceral, que se escupe de manera torrencial y que a las dos frases demuestra que carece de la mínima información que sustenta cualquier pensamiento. O tal vez el opinador se informó en el lugar equivocado, ese que vende propaganda y manipulación en lugar de conocimiento. Una semana entera escuchando los conceptos ETA e infancia en la misma frase. Ingenuo de mí, intenté explicar que ese cartel en el que se identificaban esas tres letras formaba parte de un juego de palabras en euskera. Comprendo que pocos padres en Madrid saben euskera -yo tampoco- y ver Gora ETA impresiona hasta hacernos perder la razón. Entonces es cuando entra en juego la documentación e información. Los titiriteros convirtieron Gora Alkatea (Viva el alcalde) en un Gora AlkaETA porque formaba parte del argumento de la historia que querían contar: unos policías que reprimen a golpes a una persona hasta matarla y colocan ese cartel junto al cadáver para justificar su acción. Lo mataron porque estaba haciendo apología del terrorismo. Una vía argumental que acabó convirtiéndose en realidad.

Si bien La bruja y don Cristóbal es una obra que trata la caza de brujas y la represión con un tufillo anarquista que me interesa poco, nada de eso es delito. Estaba mal programada y la información que advertía de que se trataba de un espectáculo de títeres para adultos llegó tarde y con deficiencias. La estrategia de comunicación del Ayuntamiento de Madrid no está siendo su fuerte. Pero el responsable de ese error ya había sido cesado. Entonces, ¿por qué fueron los titiriteros encarcelados si todo era ficción? Y las opiniones volvían sobre los mismos argumentos rebatidos: ETA y los niños.

Siempre defenderé la libertad del creador en el universo de la ficción. Sea Lars Von Trier -al que un tribunal francés le ha vetado su película Anticristo siete años después de su estreno- o unos titiriteros. Sea una novela, una obra de teatro o un espectáculo de marionetas. Comprendo y asumo el valor pedagógico de la ficción. Un personaje de una serie o película puede hacer más por la visibilidad de una buena causa que una docena de activistas. Pero, incluso eso, es una decisión que forma parte de la libertad creativa del autor. Que una sociedad, incluso que un juez, sea quien le ponga límites a nuestra capacidad de crear, de contar historias, de plasmar realidades o invenciones molestas para el gran público, es asesinar la imaginación.

Viene a mi cabeza la polémica que salpicó al realizador Roberto Pérez Toledo en relación a su corto Equís o corazón, que formaba parte de la campaña de San Valentín que El Corte Inglés lanzó a finales de la semana pasada. Las críticas acaloradas que condenaban que en el cortometraje se dotase a los celos, la posesión y el control de la pareja de una aureola romántica, provocaron que los grandes almacenes retirasen la cinta de Pérez Toledo. Se acusó al corto de micromachismo y algunos llegaron a ver en él una precuela de Te doy mis ojos, el filme de Icíar Bollaín sobre la violencia machista. Es verdad que uno se puede enfrentar a sus personajes dejándolos libres o haciendo que su conducta sea ejemplar. Yo, por ejemplo, no hubiese acabado la historia dejando que el final feliz se vinculase al sometimiento de ella al control y los celos de él pero siempre defenderé la libertad de Roberto para contar su historia como él quiera, sin juzgar a sus personajes y plasmando una realidad que no siempre acaba en violencia. De hecho, creo que si el corto no hubiese tenido detrás al gran almacén, la polémica hubiese sido mucho menor o casi inexistente. Eso abriría otro debate pero no me queda mucho espacio. Me preocupa estar sometido a lo políticamente correcto, a los miedos y prejuicios de una sociedad, porque ese es el fin de la ficción que agita nuestras mentes, que cuestiona nuestras conciencias, que nos empuja al debate, en definitiva, que nos hace mejores porque nos ayuda a potenciar el maravilloso don del discernimiento.

Hay una cita, atribuida al poeta Antonio Machado, que podría resumir esta columna en veintidós palabras. "Si cada español hablase de lo que entiende, y de nada más, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio". Punto y seguido.

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