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Inventario de miedos

Inventario de miedos

Tememos porque somos mortales. El miedo en una dictadura es que llamen a la puerta por la mañana y no sea el lechero. Ahora no hay lecheros, nadie llama a la puerta y por eso cuando suena el timbre da no sé qué. Repasemos nuestros miedos democráticos. La transición nació aterrorizada por la amenaza del Ejército español. Parte del apocamiento y del raquitismo democrático que sufrimos procede de aquella infancia insegura. Tuvieron que pasar diez años para que el miedo girara hacia ETA. La banda criminal llevaba años matando pero pasó a hacerlo a ráfaga y en días alternos. El miedo a ETA quiso perpetuarse en el miedo al yihadismo islamista, que tan fuerte nos golpeó. Se mantiene una industria del miedo, dentro y fuera de la ley, pero, desaparecida la amenaza de ETA, más que miedo tenemos sustos de infarto por las barrabasadas terroristas. Hay otros planos de miedo, no mortales. El paro, que siempre estuvo ahí, es una aprensión, una enfermedad social grave, temida por contagiosa, pero no implica muerte y tiene paliativos. La corrupción triunfa con la complicidad de unos y el miedo de otros pero socialmente produce asco. Asco y miedo van juntos en el cine gore pero los separan en las clasificaciones de las emociones aunque el asco tiene que ser miedo al envenenamiento. El miedo continuo actual está en la economía. No se fue el miedo abstracto, lovecraftiano, polimorfo a la prima de riesgo. Tememos a una catástrofe económica porque somos un país arruinado, incapaz de defenderse por sí mismo, pendiente de un equilibrio frágil e interesado de la confianza del mercado y eso se usa para reprimir la tensión social y para intentar quitarle las pilas a propuestas salidas de las urnas. Cómo estará la cosa que, con casi cinco millones de parados y un nuevo empleo precario, nos asustan hasta cuando baja el petróleo.

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