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Impresiones invernales

Deporte

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Imagino que el deporte lo inventaron, como tantas otras cosas, los griegos; las olimpiadas, al menos, son la referencia más antigua que conozco de lo que podría equipararse a los fastos deportivos de hoy. Pero fueron los ingleses quienes dieron a la práctica del deporte esa pátina de honradez y compromiso que en la lengua de Shakespeare, se llama fair play. Juego limpio es la traducción inmediata pero lo que implica el fair play va mucho más allá de la limpieza en sí, es decir, del acatamiento estricto de las normas. Se supone que quien hace un deporte, en especial si es competitivo, pone en juego sobre todo su propia manera de ser. Ganar se convierte en el objetivo de cualquier competición pero no a cualquier precio. De hecho, el ejemplo más maravilloso que conozco de ese talante que pone la dignidad por encima del triunfo es lo que hizo Bernard Moitessier en la primera regata de la vuelta al mundo organizada por el Sunday Times en 1968. Las reglas eran simples: zarpar desde un puerto de Inglaterra entre el 1º de junio y el 31 de octubre, doblar los cabos de Buena Esperanza, Leeuwin en Australia y Hornos y volver, en el buen entendido de que sólo podía haber una persona a bordo y no se podía utilizar otro medio de propulsión que las velas y el viento. El primero que llegase recibiría una esfera de oro; quien hiciera el recorrido en menos tiempo, cinco mil libras esterlinas. Moitessier habría ganado con facilidad la prueba pero encontrándose ya de nuevo en el Atlántico tras haber doblado todos los cabos dio la vuelta y, tras pasar de nuevo por Buena Esperanza y Leeuwin, recaló en Tahití. ¿Por qué? Porque él no competía con sus adversarios sino contra sí mismo. No tenía razón alguna para sujetarse a las reglas de nadie. Era de lejos el marinero mejor de todo el mundo, quiso comprobarlo y se acabó.

Leo esta semana que una ciclista belga, Femke van der Driessche, ha sido descalificada en el Mundial de ciclocross porque su bicicleta escondía en el tubular un motorcito eléctrico con el que ayudarse. Es un episodio más de los infinitos ya de dopaje en el deporte de la bicicleta y en el atletismo. Del fútbol, para qué hablar: hacer trampas se considera algo así como una genialidad y se habla de la mano de Dios aludiendo al gol que le metió Maradona a Inglaterra en el Mundial de México de 1986. Quien no finge una falta para que le piten penalti pierde tiempo simulando lesiones; se busca el triunfo porque los futbolistas, como los atletas de élite, cobran fortunas.

El fair play es historia e imagino que para los fanáticos, una estupidez. Pero se trata de la condición necesaria que le da sentido al deporte. El duque de Edimburgo dijo una vez que las regatas a vela eran el medio más incómodo, más húmedo, más lento y más caro de llegar a un sitio en el que por lo general no tienes nada que hacer. La frase expresa a la perfección esa idea de que sólo es deporte lo que no obtiene ningún beneficio más allá de la satisfacción personal ante el reto. En las regatas a dos que hacía yo en tiempos te precintaban el motor y siempre sostuve que era una estupidez: si quieres hacer trampas las harás pero nadie que participe en una de esas pruebas puede a la vez romper las reglas y creerse que está compitiendo. Si gana, sólo lo hará ante los demás, jamás en su propia cabeza. Por eso mismo la hazaña de Moitessier es pura poesía y la bicicleta de la belga supone basura y nada más.

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