Diario de Mallorca

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Impresiones invernales

Terruño

Terruño

A lo largo de toda mi vida -bueno; desde que tengo uso de conciencia- me ha intrigado la cuestión del terruño. Oyendo y leyendo lo que dicen muchas personas cuya opinión tengo por interesante y valiosa, en particular la de quienes se declaran nacionalistas, siento que hay algo que se me escapa. ¿De dónde soy en realidad? Nací en Madrid pero uno viene al mundo en el lugar en el que se encuentra en ese momento su madre y, por lo que hace a la mía, era vasca de Oyarzun, es decir, muy vasca. Mi padre -como aprenden, o aprendían, los escolares- era gallego. Yendo hasta mis abuelos la dispersión aumenta con ingleses y medio italianos. No; lo que pone el carnet de identidad como lugar de nacimiento no ayuda mucho en mi caso. Me fui de Madrid con nueve años cuando la familia se mudó a Mallorca. Es verdad que más tarde volvería a la capital pero luego de hacer allí el curso de acceso a la universidad y estar matriculado unos años en la escuela de ingenieros tuve que salir por pies cuando me procesó el tribunal de Orden Público, que era como se llamaba entonces a la maquinaria judicial encargada de perseguir a los masones, a los rojos y, a mayor abundamiento, a cualquiera que no fuese adicto al Glorioso Movimiento Nacional creado y mantenido por el general Franco. Había por entonces una ley que se llamaba de vagos y maleantes y se bastaba por sí sola para perseguir a quien hiciese falta pero a mí me tocó en la lotería la otra, la del Orden Público.

Hice todo el bachillerato -el elemental, que comenzabas con diez años, y el superior, que seguías hasta tener dieciséis- en Palma. Se suele decir que uno es en realidad de allí donde lleva a cabo sus estudios de enseñanza media pero ese principio no debe ser de aplicación general, como sí lo son las leyes de la mecánica newtoniana, porque en Mallorca siempre he sido considerado un foraster. Ahora que mi carrera académica en la Universitat de les Illes Balears concluye y Cristina y yo vamos a vivir a salto de mata con California como lugar en el que seguiré investigando, me da el pálpito de que voy a convertirme en un forastero acentuado de esos que salen en las películas de vaqueros pidiendo un vaso de leche en el bar.

Si en Palma soy como de fuera, ¿qué decir de Londres, Barcelona o París? En todas esas ciudades me siento igual que un pez relajado nadando en el agua pero nadie me daría por inglés, catalán o gabacho aunque me emocione con La Marsellesa, los oratorios de Haendel y las canciones de Lluís Llach. No tengo suerte, se ve. Con el agravante de que eso de "ciudadano del mundo" me parece una gilipollez. Así que me ha interesado sobremanera que alguno de los aspirantes a formar gobierno hable de poner en marcha un ministerio de plurinacionalidad o algo parecido. Con un poco de suerte abren un registro para que se pueda uno apuntar y le provean de himno, bandera, nómina de consignas y lista de filias y fobias. La vida es mucho más fácil cuando se puede sujetar a la rutina del terruño o, en este caso, a la del multiterruño echando mano de lo que se conoce como costumbres ancestrales (que nada tienen que ver con las de nuestros verdaderos ancestros, los cromañones). Aunque, bien mirado, existe el riesgo de que así vuelvan a entrar en vigor las leyes de persecución al raro, pese a que cada vez abunden más los raros por definición, los que a fuerza de viajes y mezclas no logran ser de ninguna parte.

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