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Oblicuidad

Ya no nos dejan querer ni a Shakira

Ya no nos dejan querer ni a Shakira

Por lo que llevo entendido, el escándalo funciona así: Si acudo a un recital de Shakira pagando cincuenta euros, la artista se dirige a nosotros cuando canta en Tú que "te regalo mi cintura y mis labios, para cuando quieras besar". Aparte del ripio, y en justa correspondencia textual, despliego a distancia un cartelón donde he garabateado un "I love you". Entonces llega Piqué en compañía de la brigada Torquemada de la empresa privada twitter, para expulsarme del recinto. A continuación, la Liga de Fútbol Profesional me suspende el ejercicio de la profesión, de todas las profesiones.

He examinado la pancarta españolista "Shakira es de todos" del derecho y del revés, sin acertar a localizar su potencial criminógeno. En todo caso, me parece un homenaje exagerado a la cantante. La alcaldesa anticapitalista Ada Colau se sintió obligada a salir en defensa de una pobre artista que el año pasado ganó 46 millones de euros, sentenciando que "es una pancarta horrible". No, simplemente escancia el fervor hacia los ídolos de sus fans, que viene de fanáticos y de fantasiosos. Los mitos no son propiedad privada, restringir su uso es tan absurdo como sostener que un laico no puede amar al papa Francisco. Las estrellas son de todos.

Ya no nos dejan querer ni a Shakira. Prefiero no imaginar el encarcelamiento masivo de miles de españolistas, si hubieran exhibido la pancarta "Shakira es la peor cantante del mundo". Es una valoración crítica a la que tienen perfecto derecho, dada la omnipresencia de la artista. Recordar en otro eslogan que tuvo novios antes de Piqué se limita a un ejercicio de hemeroteca, aunque vamos camino de prohibir hasta la Wikipedia.

Joe DiMaggio sentía celos inevitables de Marilyn, pero nadie puede privatizar a un mito. Reservar la libertad de expresión a los futbolistas millonarios que pueden pagársela es un precio demasiado oneroso. Culpar a la grada empobrecida de su desahogo hacia los magnates garantiza un fútbol liofilizado, sin alma.

Suerte que nos queda el Congreso, donde Celia Villalobos llama "piojosos" a los rivales políticos y Andrea Fabra despacha a las víctimas de los recortes con un explícito "que se jodan", sin que se contemplara acusarlas de excitar a la violencia ni sufrieran penalización en sus haberes públicos. Si se hubieran presentado en el estadio, dirigiendo ese exabrupto a un sagrado futbolista, las habrían detenido. Nadie se lía a tiros a la salida de una película de Tarantino, y lo escandaloso no es que los aficionados despedacen a gritos a las estrellas del balón, sino que les aplaudan.

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