Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Oblicuidad

David Bowie no es un artista, es un estilo

David Bowie no es un artista, es un estilo

La muerte de David Bowie se anuncia el lunes por la mañana, un contratiempo para los medios que habían decretado una jornada monográfica sobre el proceso a la Infanta. Hasta las siete de la tarde no caigo en que asistí a un concierto del cantante en el Wembley Arena londinense, tránsito de los ochenta a los noventa. Puedo escudarme en la obsesión con Lady Cris, pero me temo que la memoria diferida denota un acontecimiento menos que emocionante.

Hago un esfuerzo para no inventar lo que he olvidado, y diviso a Bowie

con su guitarra panzuda. Inmóvil, solitario. Una actuación burocrática y alimenticia, con las localidades agotadas. Para entonces ya se había asentado en un sexo concreto, y no el más excitante del catálogo. No hacía frío, lo creaba su propia música. Concluí, o ahora pienso que lo hice, que no era un artista. Era un estilo. Un Miguel Bosé sin sobrepeso, que los otros dioses me perdonen.

El público inglés no bailó en los pasillos, a diferencia de los que ocurría por entonces en el electrizante musical Buddy, consagrado a Buddy Holly. Los seguidores de Bowie se levantaron de sus asientos. Cuando dejamos de aplaudir, los congregados en el Arena se habían desparramado y casi nos quedamos sin Metro. La mitomanía no implica caer en todos los mitos. Desde fuera, compruebas que se les atribuyen virtudes que no pretendieron, o que despreciaron. Están inermes, frente a las imágenes de escayola construidas por sus devotos. A buen precio, eso sí.

Bowie ingresa en el panteón por la elección radical de su persona, que no de su personalidad. Es un precursor de los tiempos en que el género no nace, se hace. De su obra, solo Space Oddity merece el monumental análisis que Christopher Ricks, profesor de poesía en Oxford, dedicó a la discografía de Bob Dylan. Ambos cantantes se estrellaron con la pantalla, la única película evocadora del inglés se titula Feliz Navidad, Mr. Lawrence.

Los magníficos huesos de Bowie le vertebraron un abanico de identidades. Coleccionista, su artista de referencia en la época de esplendor era el dorado Gustav Klimt. O un Schiele sin tisis, aunque fue amigo y admirador de Miquel Barceló. Por si la elegancia flaquea, habrá que añadir alguna canción. Tonight, sin duda, dedicada a un cadáver con ayuda de Iggy Pop y los esteroides de Tina Turner. Muere un tiempo en que los ídolos eran de verdad, y estábamos predispuestos a confundirlos con Heroes. (No se habrá fijado, pero este es el primer artículo sobre Bowie que no había recurrido hasta ahora mismo a la palabra ambigüedad).

Compartir el artículo

stats