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Oblicuidad

Mourinho, más grande cuanto más hundido

Mourinho, más grande cuanto más hundido

Si te retrasabas cinco minutos a presentar el artículo sobre Benítez con motivo de su cese, te lo rechazaban por desfasado. A nadie le interesan los perdedores. En cambio, puedo escribir ahora mismo una pieza sobre el Mourinho destituido el año pasado, con la certeza de que su solo nombre en el encabezamiento atrapará a millones de lectores. Iba a añadir que con independencia del texto adjunto, pero no nos contagiemos de la autosuficiencia del exentrenador del Chelsea.

Benítez fue un día tan grande como Mourinho, por no hablar de que el Madrid multiplica en potencia al aristocrático Chelsea. Sin embargo, el portugués afincado en Gran Bretaña refulge desde su fosa, mientras que el español afincado en Gran Bretaña recibe la condena del anonimato ceniciento en su refugio costero. Y eso que el entrenador madridista se limitó a empatar sin sentido de la oportunidad, mientras su colega hundía estrepitosamente al equipo londinense por debajo de la línea de flotación de la Premier League. No importa, seguiremos hablando de Mourinho porque nos obliga a reinterpretar el escurridizo concepto de triunfo.

Llamamos ídolo a una persona cuya dimensión se agranda en la derrota, pero ni siquiera esta definición satisface las exigencias de protagonismo de Mourinho. Llamamos mito al personaje cuyos fracasos adquieren tanta resonancia como su fallecimiento. Véanse Elvis o el entrenador portugués, cuya salida del banquillo del Chelsea fue recompensada con hasta cinco páginas de la edición dominical del Times londinense. En medio de ese océano de prosa, su sucesor y por tanto actor principal apenas se colaba espasmódicamente como un hipo.

Cuando criticaban a Nietzsche por la ferocidad de sus acometidas contra Wágner, el pensador antifilosófico replicaba que el fracaso de un genio debe analizarse en proporción a la altura desde la que se produce su caída. Mourinho, el nibelungo del siglo XXI, se precipita al vacío desde cimas operáticas, acompañado por una orquestación cada vez más imponente. Una Champions con el Chelsea le hubiera obligado a repartir la gloria con jugadores que no le alcanzan en magnitud icónica. Desde su status divino, es preferible hundirse a solas que triunfar acompañado.

Habremos de escribir algo de Benítez, por la ley de compensaciones. El exentrenador blanco naufragó el día en que su esposa arañó a Mourinho, que se revolvió atacando el exceso de peso de su colega. Nadie se repone de un zarpazo del portugués.

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