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El ingenuo seductor

La izquierda regañona

Cuesta aceptar con deportividad a esa nueva izquierda regañona, como magistralmente la definió el dramaturgo Alberto Conejero, que acaba siendo más dogmática que una religión

La izquierda regañona

A mi entender, hay dos conceptos que caracterizan una forma de pensar "de izquierdas": el de igualdad y el de libertad. Cuando empecé a tener conciencia política „hace muchos años de eso„ comprendí que yo debía ser un tipo de izquierdas siguiendo un razonamiento tan ingenuo como básico: no me gustaba el pescado pero jamás prohibiría a nadie comer pescado. Observaba que la conducta moral de la derecha se basaba en condenar, privar, impedir a unos ciudadanos aquello que ellos, desde su adoctrinamiento, consideraban perjudicial o peligroso. Sin embargo, noté que la izquierda se planteaba la posibilidad y regulaba unos derechos para el grueso de la sociedad, sin juzgarla, sin obligarla, simplemente amparándola para no abocarla a la clandestinidad. Creo que no me equivoqué. Todos los derechos civiles que disfruta este país, desde la ley del divorcio hasta el matrimonio igualitario, han sido impulsados por fuerzas de centro o de izquierdas. La única medalla que puede colgarse la derecha en casi cuarenta años es el fin del servicio militar obligatorio.

Por eso me cuesta aceptar con deportividad a esa nueva izquierda regañona, como magistralmente la definió el dramaturgo Alberto Conejero, que acaba siendo más dogmática que una religión. De un tiempo a esta parte, existe una izquierda que se ha vuelto menos amable, menos seductora, porque se ha llenado de dogmas nacidos de una especie de verdad suprema que les empuja a denunciar, hostigar y criticar a aquellos que, aunque la respeten, no la compartan o que simplemente hagan visible una contradicción. Esa actitud volvió a manifestarse hará unas semanas cuando la actriz Irene Escolar declaró en una entrevista que el capitalismo le hacía llorar.

Esa izquierda intachable, la "regañona", la del rigor, la que presume de no albergar contradicción alguna cuando antaño presumía de imperfección y pecado, clama desde su tribuna (las redes sociales son la debilidad de los nuevos profetas) que no se puede tener conciencia social si llevas ropa de marca, te gusta comer en un buen restaurante o cobras siete veces el salario mínimo interprofesional ganado con tu trabajo, esfuerzo y talento. Es la misma izquierda que lleva décadas diciendo que Ana Belén, Víctor Manuel o Serrat ya no son "rojos", son "color salmón" porque viven bien. Es esa izquierda que emplea un argumentario de derecha cainita y acaba dándole razones a esos que piensan que si el capitalismo te asusta es que eres pro Corea del Norte. Es una izquierda que disfruta del menosprecio, como una repelente institutriz, y le vale como diana de sus principios morales desde el vestido que lució Cristina Pedroche en las campanadas hasta una hamburguesa de pollo de corral cuando deberíamos estar comiendo una de quinoa.

Son tiempos difíciles. Tiempos en los que es muy complejo, al menos en el hemisferio en el que habitamos, convertir la coherencia en un valor supremo y sin matices. Intentamos ser consecuentes con nosotros mismos, con nuestra líneas rojas, con nuestros principios y valores, pero para eso debemos respetar en los demás lo que a nuestros ojos puede parecer una contradicción pero, en el fondo, es una expresión de libertad. Esta sociedad nos pone a prueba cada día y nadie saldría indemne del examen.

Soy hijo del capitalismo. He llegado a escribir columnas aceptando lo mucho que me gusta que me paguen „y eso que hace años que ya no lo hacen bien„ no solo para cubrir mis necesidades básicas sino también para darme caprichos. Y sí, lo siento, algunos de mis caprichos cuestan dinero. Soy así de despreciable. Evidencio mi contradicción. Pero entender en esa declaración que soy cómplice de la usura de los bancos, de los excesivos privilegios de la clase política, de las desigualdades, es tener una visión acomplejada de la Historia. Y pensar que no puedo condenar las injusticias porque he podido pagarme una colonia de Tom Ford es darle autoridad ética a un argumento miserable y sectario.

Es más rentable fomentar una conducta ejemplarizante que una doctrina agresiva. Sobre todo porque, como he dicho antes, muy pocos aprobaríamos la oposición a ciudadano íntegro del año. Que estoy cansado de ver tuits contra la explotación infantil de las grandes tiendas de ropa escritos desde un iPhone. Cansado de ver bares "anticapitalistas" que no venden Coca Cola y sí nachos con guacamole. Cansado de ver a detractores de los zoológicos con sus animales de compañía encerrados en pisos de treinta metros cuadrados. Tal vez sea más razonable no dar lecciones para que así el aprendizaje sea más natural. Debemos abandonar esos ataques para las ideologías revanchistas y reservarnos la facultad de asumir la contradicción como el único escenario posible. Porque lo contrario, volviendo a palabras de Conejero, es la inmolación.

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