Diario de Mallorca

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Impresiones invernales

Invierno

Invierno

El invierno llegó a Madrid el día 4 de enero a la hora del ángelus (así se decía en tiempos cuando a las doce de la mañana en punto en Radio Nacional de España retrasaban un poco el comienzo del diario hablado para meter antes la oración del ángel del Señor que visitó a María anunciándole la concepción por obra del Espíritu Santo; vaya susto). La llegada „del invierno, no del ángel„ la habían advertido por la radio también con gran sorpresa para quienes estamos desacostumbrados a pronósticos tan exactos. Pero así fue; rondando el mediodía la temperatura del aire cayó, el viento comenzó a soplar con más fuerza rolando al norte, procedente de la sierra del Guadarrama, y apareció por fin el invierno ése que dábamos este año por fallido. Apenas dos semanas de retraso respecto de la fecha oficial, la del solsticio que en 2015 caía el 22 de diciembre, habían bastado para hacernos pensar que los fríos no harían presencia porque, tanto en Madrid como en Mallorca, durante las navidades se dieron unas temperaturas del todo inapropiadas para esa época del año. Sin lluvia alguna, ni nieve en los montes, los esquiadores tuvieron uno de los peores meses de diciembre que se recuerdan y nos pusimos todos a hablar del calentamiento global y del primo del presidente del Gobierno como forma de conjurar los miedos al desplome de las costumbres.

Pero doce días después llegaba, si no un invierno de los de antes, que la nieve, de momento, ni se vislumbra, al menos el tiempo desapacible. La rachas de viento cubrieron parques y aceras de hojas que se sostenían apenas hasta entonces en los árboles a causa de la bonanza. Parecía el otoño más que el verdadero invierno; la nube gris de contaminantes desapareció de Madrid llevada por los soplos y nos quedamos esperando qué ocurrencia se le iba a pasar a la alcaldesa de la capital del reino para limpiar (es un decir) las calles. Pero los meteorólogos, que son insensibles a los familiares y a los prontos de la autoridad, recordaron de inmediato que ellos ya lo habían dicho, que allá por el mes de septiembre nos habían advertido de la llegada de una corriente de El Niño de fuerza excepcional en la costa oriental del Pacífico que retrasaría la aparición del otoño verdadero.

Así que no es cosa de magia, ni de colapso de las tradiciones, sino de esas fuerzas de la naturaleza a las que llamamos caóticas porque no las entendemos. El Niño tiene consecuencias terribles en forma de hambrunas e inundaciones (que se lo digan a los británicos) pero a nosotros lo que nos preocupa es el ambiente navideño. En esta ocasión en Madrid el asunto iba de si los Reyes Magos deben ser Reinas Magas en nombre de la igualdad de oportunidades y en espera, eso sí, de que el travestismo llegue a las leyendas bíblicas que todo se andará. El resto, como siempre: la ciudad colapsada por culpa de las compras febriles del último momento; los niños al borde de la histeria esperando ver el tamaño de los paquetes de los regalos; los articulistas de los diarios dándole vueltas a la pérdida del sentido religioso de las fiestas navideñas y presumiendo de cultura al recordar, como si lo hubiese olvidado alguien, que la llegada del invierno se festejaba ya mucho antes de que naciese el Dios hijo. Todo como de costumbre salvo los doce días de retraso porque otro niño, el de la corriente del Perú esta vez, nos lía las cuentas. Ya no sabe uno a quién echar la culpa cuando las cosas se salen de madre.

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