Diario de Mallorca

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Impresiones invernales

Año

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A veces suceden cosas extraordinarias. Comencé a escribir esta cuartilla en 2015 y se publica cuando llevamos ya tres días del año siguiente. La cosa daría para toda una novela en las manos de Umberto Eco, que supo plantear las paradojas del día de antes, pero ahora estamos en el día de después.

Lo extraordinario se vuelve banal al tomar en consideración que entre un asunto y el otro, entre teclear las frases y sacar a la calle el periódico, se cuela la noche de san Silvestre con sus uvas, sus tracas y sus alegrías impostadas. Es un detalle administrativo el que se llegue al final de las 365 fechas de un año y haya que empezar la cuenta de nuevo con el primer día del mes de enero. Entre la víspera y el comienzo del año no existe nada especial ni por asomo; cada reforma del calendario mueve la frontera entre un año y otro sin que en el mundo de verdad suceda nada. Pero aclamamos con griterío y cohetes esa medianoche que de particular sólo tiene el ajuste de la fecha. No; no hay nada de extraordinario en comenzar una columna un año y sacarla en el siguiente. Tampoco tiene nada de especial el cambio en el guarismo desde el 15 al 16.

¿O sí que lo tiene? Para mí al menos porque en el año del Señor de 2016 se cumple un siglo exacto del nacimiento del último premio Nobel que hemos tenido en España. Y esa persona era mi padre.

Me piden desde uno de los diarios de la cadena a la que pertenece Diario de Mallorca algunas reflexiones sobre lo que supone esa celebración, la del centenario de Camilo José Cela, y un apunte acerca de lo que, como padre, me aportó. Les digo que me resulta imposible. No fui capaz de hacer eso, de explicar lo que supuso ser hijo de Cela a lo largo de todo un libro, ¿cómo podría enmendar el fracaso en un solo folio? Pero quizá no sea ni siquiera necesario hacerlo: Camilo José Cela, mi padre, me aportó eso mismo que todo hijo recuerda del suyo. Alegrías, desengaños, certezas, dudas; sensaciones contrapuestas que, al cabo, podrían resumirse en una sola frase: Tenerlo a mi lado duró demasiado poco y no supe aprovechar esos días como tesoros en los que estuve con él.

Pero algo distinto habrá, digo yo, por el hecho simple de que a alguien le importen mis recuerdos. ¿Será que mi padre fue uno de los genios de la literatura del siglo XX? ¿Tendrá que ver con que le dieron el Premio Nobel? Bueno, espero que esto último no porque La familia de Pascual Duarte, Viaje a la Alcarria y La colmena son los mismos libros con el Nobel o sin él. Sin embargo la celebridad hizo que mi padre se convirtiese en el Nobel por antonomasia, casi como emblema de un personaje salido de alguna de sus páginas.

¿Y ahora, qué? Camilo José Cela ya no está y tiemblo ante los recuerdos que se conservan de él. No son los míos pero ahora no me refiero a Cela mi padre, y mucho menos aún a Cela el marqués, sino a Cela el escritor. Queda por conseguir, a los cien años de su nacimiento, que se le recuerde como eso, como el vagabundo que se pateó España, como el autor de novelas que cambiaron la literatura en lengua castellana. El resto sobra para todo el mundo excepto para mí que, al releer su letra diminuta y enrevesada, puedo verle escribiendo. A veces me mira y se sonríe al ver que le espío. El corazón me da un vuelco. Igual está metido en una página de Judíos, moros y cristianos.

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