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Oblicuidad

Cambio climático y cambio demográfico

Cambio climático y cambio demográfico

La primera pregunta que planteará un cocinero al que se requiere un banquete, no afectará a la calidad de las viandas, ni al predominio de sabores. Consistirá en un elemental "¿para cuántos comensales?" En cambio, el ser humano toma posesión del planeta sin ninguna cautela sobre su capacidad de carga. Las cuestiones demográficas son cuidadosamente extirpadas del debate ecológico, centrado ahora en la amenaza climática.

La Tierra debe acomodar a tantos seres humanos como el ser humano decida. El colonialismo no nace de una disposición infinita, sino de la presunción de un suministro ilimitado de bienes. Hasta la fecha, los sucesivos agoreros malthusianos han sido obligados a posponer sus vaticinios de un Soylent Green, donde los supervivientes hacinados se alimentan de los cadáveres de los fallecidos. Impecablemente envasados, eso sí.

Sin embargo, no se necesita contratar a Schopenhauer para concluir que "creced y multiplicaos" es el lema de todas las plagas. Las proclamas por estabilizar el clima de la Tierra no solo son pretenciosas, también estériles sin detallar de cuántos comensales se está hablando. Aunque los síntomas son poco halagüeños, no está claro si se ha alcanzado el punto de shock climático. Sobre todo, es dudoso que la situación sea reversible, según ilustra James Lovelock en su sugestiva imagen de que ya puede conducir su Ferrari a doscientos kilómetros por hora, superado el punto sin retorno. Por lo menos, corrige la soberbia de un mamífero que se cree capaz de controlar las vibraciones del Sistema Solar.

La alarma poblacional es un tabú. Atribuir el silencio en exclusiva a la insaciabilidad de los mercados, es una treta fácil. La bomba demográfica de Paul Ehrlich se examina como una curiosidad para misántropos. Se arrincona la circunstancia de que la elevación del nivel del mar en Bangla Desh desplazará a veinte millones de personas.

Seguramente por sus errores en la transmisión del mensaje, los denunciantes de la superpoblación son percibidos como una secta. Son tan improbables como antaño los ateos, mejor una falsa religión que la negación de la divinidad. El ser humano no solo mantiene su proliferación, sino que extiende generoso su condición a las pocas especies de animales y plantas que no ha exterminado previamente. En continua campaña de publicidad de sus aptitudes, no se detiene a pensar que todavía puede destruir la Tierra, pero quizás ya no puede salvarla.

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