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Oblicuidad

El éxito en la lucha contra el sida

El éxito en la lucha contra el sida

A finales de los ochenta, no se consideraba desproporcionado hablar del fin de la humanidad, por culpa del Virus de Inmunodeficiencia Humana. Se estimaban cifras de cientos de millones de contagiados, que jamás se sustanciarían. No parecía descabellado plantear en un medio serio si era arriesgado bañarse en una piscina pública, compartiendo el agua con algún infectado por el sida. La prestigiosa revista médica The Lancet respondía a este interrogante en un sesudo artículo, y desaconsejaba el chapuzón a quienes padecieran alguna herida.

Las señales de alerta emitidas en el último día mundial contra el sida garantizan la vigilancia. Sin embargo, la evolución numérica obliga a celebrar el éxito en la lucha contra el retrovirus. Una victoria tan espectacular que sustentó teorías de la conspiración, encaminadas a convencer a los adeptos de que el peligro nunca existió.

Por el camino quedaron medidas ofensivas, que se repiten cada vez que la humanidad ha de afrontar uno de sus cíclicos terrores. Los ilustres médicos suizos recomendaban que los contagiados fueran obligados a portar un tatuaje, que revelara su condición. La vinculación con el estilo de vida por las prácticas sexuales o el consumo de drogas, introdujo facetas morales en el abordaje del mal. La enfermedad volvió a actuar como metáfora de comportamientos reprensibles.

El sida no encabeza la lista de preocupaciones sanitarias, hasta los miedos se guían por los criterios de la moda. El planeta se volcó en su prevención y curación, fue la primera enfermedad que se contagió mentalmente a la humanidad entera. Los epidemiólogos debatirán si ha sido una patología privilegiada, con un influjo desbordante porque mataba mayoritariamente a hombres jóvenes de las sociedades desarrolladas.

Resulta muy fácil hablar de histeria, pero en los ochenta se repasaba con cuidado el borde del vaso en la discoteca, por si tuviera una melladura que facilitara el contagio de un cliente anterior. Se instaló la desconfianza en las relaciones, más allá de las precauciones. Al igual que ha sucedido con miedos posteriores, se alegará que los resultados justificaban una alarma que hoy suena excesiva. Otra hipótesis es que se sobreactuó.

Las conductas globales se repiten a cada terror. Estados Unidos cerró sus fronteras a los infectados, cuando era el primer país emisor del sida. La lectura sosegada concluye que las epidemias tampoco crecen indefinidamente, antes de alcanzar su fase de meseta. Por fortuna para la especie humana. Y por ahora.

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