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Rito de fuego para arropar a la Virgen de los "pegotes"

Un momento de la procesión que tiene lugar el día de la Inmaculada Concepción.

Quiso la casualidad que un día de diciembre de 1745, hace ahora 270 años, una repentina tormenta retrasara el descenso de la Virgen de la Concepción desde su hogar habitual en la ermita de Pico Zarcero a la iglesia de los Santos Juanes en Vara del Rey (Valladolid) y que, para iluminar su camino ya casi de noche, alguien propusiera encender hogueras y acompañarla con antorchas. Ese día había nacido la Virgen de los Pegotes, que es como por aquí se llama a esas antorchas que se hacen con pez. Y desde entonces el camino de la Virgen en su viaje de bajada y subida sigue iluminado por el fuego. Un rito que ha dado lugar a una fiesta que es de Interés Turística Regional y quiere convertirse en Interés Nacional.

Como todos los años, la bajada es el 30 de noviembre, y la subida, el momento más emotivo de la fiesta, el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. La celebración no puede ser más sencilla: la Virgen baja en una sencilla carroza del siglo XIX tirada por mulas y acompañada de las "fuerzas vivas" del lugar, el párroco, el alcalde o un representante del Ayuntamiento y alguien de la familia Pino que en su día costeó la actual carroza acristalada. Hay numerosas paradas en el camino, cada vez que alguien del pueblo se arranca, como las saetas de Semana Santa, a lanzar jaculatorias: ¡Viva la Pura y sin Mancha!, ¡Viva la Estrella de la mañana!, ¡Viva la Rosa de Jericó!, ¡Viva la Virgen de las Castañas!... y así hasta más de sesenta calificativos que son jaleados por los asistentes al grito de ¡Vivaaaa!

La fiesta podría ser una más de las muchas peregrinaciones y romerías marianas que hay en infinitos pueblos españoles, pero lo que la convierte en algo especial, en una celebración un tanto mágica, son las decenas de gigantescas hogueras de tamuja y ramas de coníferas que la acompañan, los niños que preceden a la Virgen con sus pegotes encendidos, el aroma de la retama quemada, las pavesas volando hacia el cielo y las ascuas que marcan el rastro de la procesión.

Un papel protagonista tienen los muleros que conducen la recua y la carreta, casi siempre con algunos niños aupados a los animales. Suelen ser jóvenes, se protegen el pelo de las pavesas de las teas y hogueras con grandes pañuelos y recibiendo como recompensa y jornal ese vino rancio de Nava que templa los cuerpos y esos grandes puros que, por tradición, costea el Ayuntamiento.

La "Giralda de Castilla"

La imagen de la Virgen se recibe de nuevo desde 2013 en la espectacular iglesia parroquial de los Santos Juanes, monumento del Patrimonio Histórico de España, que debido a un torpe cambio en la estructura e inclinación del tejado, entre otras cosas, provocó el mal estado de varias vigas de la cubierta y obligó a clausurar el templo "sine die" en 2010 por el temor a su inminente derrumbamiento. Afortunadamente ya está abierta al público que puede admirar su magnífico interior y las numerosas obras de arte que contiene.

La iglesia de los Santos Juanes es una de las joyas del patrimonio religioso de Castilla-León y de toda España. Conocida popularmente como la "Giralda de Castilla", por su torre que recuerda a la sevillana, y cuyos orígenes se remontan al siglo XVI, fue desarrollada por Rodrigo Gil de Hontañón que se hizo cargo de la construcción con las obras ya iniciadas, en estilo gótico. Aunque el edificio es espectacular, su interior es un cúmulo de joyas de imaginería, tallas, pinturas y sillerías de maestros como Gregorio Fernández, Alberto de Churrigera o Francisco Velázquez. Curiosamente lo mejor, el impresionante grupo escultórico "Llanto sobre Cristo muerto", una talla de 1510, es de un autor anónimo, solo conocido como Maestro de San Pablo de la Moraleja.

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