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Oblicuidad

Kobe, ni el más grande ni un grande más

Kobe, ni el más grande ni un grande más

Intente escribir un artículo sobre Kobe Bryant sin mencionar a Michael Jordan. Entre las estrellas globales también hay clases. Contemplo boquiabierto a Stephen Curry, el mejor reprise de la historia del baloncesto. Me santiguo ante la blasfemia de que LeBron James no solo haya adquirido un cerebro, sino que lo despliegue con ironía hasta convertirse en la estrella de la película Y de repente tú, pornografía feminista.

Sin embargo, desde el fondo de mi corazón que según el poema de despedida de Kobe "todavía puede soportar los golpes", sé que ninguno iguala al monstruo de los Chicago Bulls. La majestuosidad de Jordan despertó el "instinto de emulación", que según el sociólogo Thorsten Veblen vela por la conducta humana. Los imitadores han coronado cumbres que jamás hubieran imaginado sin el estímulo de su predecesor. La mala noticia es que ninguno ha logrado alcanzar ni su sombra.

Jordan no obedecía a las leyes físicas, pero habíamos venido a disertar sobre un Kobe que reinventó su físico a mitad de carrera. Metabolizó la fuerza de voluntad en músculo. El efecto fue inmediato, pero se proyecta en las lesiones que hoy le privan de tres de cada cuatro partidos de los Lakers. Ya lo tengo, Kobe es Rafa Nadal y Jordan es Federer. Multiplicado por cien.

Kobe es el jugador absoluto, Jordan es el equipo absoluto. Individualidad frente a liderazgo. Los restantes Lakers han de apañárselas como puedan, y encajar broncas de su capataz, los Bulls estaban construidos según las instrucciones de su arquitecto. Por eso, los cinco anillos de la estrella que anuncia su retirada le pertenecen en solitario. Entre los paralelismos, ambos asumen la mitad de los ataques de sus escuadras en los minutos de zozobra. Hercúleos, si necesita un adjetivo. Y otra cosa, necesitan ser odiados. No pretenden la simpatía, solo la victoria.

Gracias a la compresión del espacio-tiempo, el baloncesto para una estrella de la envergadura de Kobe Bryant equivale a un combate de boxeo. Cinco contra uno. Una derrama de golpes y de distorsión de las articulaciones que desaconsejaría cualquier traumatólogo. Un ballet con gruñidos en lugar de violines. La utopía de un rectángulo de gravedad cero, en el que nunca aterriza el mito fiel a los Lakers.

Claro que después te intercalan un vídeo de Jordan, y es como escuchar una canción de los Beatles en medio de Coldplay. La posteridad se desvanece. Kobe cuenta con ello. No ha sido el más grande, pero tampoco un grande más.

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