Diario de Mallorca

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Impresiones otoñales

La guerra

La libertad guiando al pueblo.

Siendo joven caí en la cuenta de que mi generación era la primera entre todas las que se habían sucedido en España, si imaginamos que el concepto de España viene de los Reyes Católicos o incluso si lo llevamos mucho más atrás para incluir a los árabes, los visigodos o, ya que estamos, los romanos, la primera generación, ya digo, que no había tenido una guerra. Cuando una vez muerto el general Franco se despejó la amenaza, nada absurda en aquellos momentos, de una nueva guerra civil que reprodujese la de 1936 y de la que me había librado por muy poco -nací justo diez años después- parecía que el fantasma quedaba enterrado para siempre. Pero no. Esta semana se nos ha caído la venda a todos de los ojos oyendo las palabras de la declaración de guerra de François Hollande, el presidente francés. No nos bastaron los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York, ni los de Madrid, ni los de Londres. Ha hecho falta que llegase la matanza de París para entender que, de nuevo, la guerra ha vuelto. Con la particularidad esta vez de que no sabemos muy bien contra quién.

Esa duda queda subrayada por la expresión absurda del "autodenominado Estado Islámico" que se oye en todos los diarios hablados. Autodenominado. Todos los Estados del mundo lo son; cada cual con el nombre que elige y nadie habla de la autodenominada Francia, ni Alemania y ni siquiera España ahora que comenzamos a tener dudas de lo que es. Pero al Isis, que es como lo llaman en inglés, o al as-Dawlah al-Islamiyah fi I-Iraq wa-sh-Sham que invocan sus promotores y se suele abreviar como Daesh, se le añade esa idea de la autodenominación para subrayar que en realidad no es un Estado como los otros. Por eso la guerra que ha declarado Hollande por nosotros tampoco es como las demás. El enemigo no puede imaginarse como un pueblo contra cuyo ejército se pueda entablar batalla; ese ejército no es tal aunque sus soldados anden por todas partes.

Estamos en guerra, pues; la sensación que tenemos es ésa. Lo demás -su alcance, sus medios, sus consecuencias- queda en el aire. Se concretará en las víctimas de cada atentado y, por seguir un esquema más clásico, Hollande y Putin bombardean al alimón lo que parece que es la capital del Daesh. Entretanto lo que la guerra nueva va a lograr de inmediato es que se dé marcha atrás en las garantías constitucionales de Francia, que es lo mismo que decir que decir que se desvanecen los valores de la Ilustración. Y se hará con la Marsellesa como grito y la bandera tricolor como emblema. Es lo único que en lo que los españoles salimos ganando: por fin disponemos de una bandera y un himno que nos emocionan a todos. A cambio, desaparece el concepto mismo de la modernidad.

La guerra nueva, de momento, tiene más víctimas árabes que de cualquier otro credo. Eso quiere decir que estamos en realidad en una guerra antigua, de las de religión que arrasaron todo el Viejo Mundo. Pero por muchos atentados que sufran los musulmanes ajenos al Daesh en Egipto, en Siria, en Libia, en Turquía o donde sea, no cuentan. Su guerra la perdieron hace mucho tiempo porque en realidad nunca dispusieron de paz alguna. Lo que creíamos tener como tesoro, la libertad, igualdad y fraternidad para mujeres y hombres era un patrimonio primero sólo francés y luego occidental. La guerra nueva y vieja a la vez se lo ha cargado.

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