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Oblicuidad

Bacon y Gore Vidal definen el siglo XX

Bacon y Gore Vidal definen el siglo XX

Supongamos que el siglo XX venga definido por el egoísmo, la vanidad, la voz cantante, la coquetería, la búsqueda desesperada de la popularidad, el dinero como medida de todas las cosas. Imaginemos a continuación que se nos exige ensamblar en personajes concretos la tradición occidental con los rasgos arriba enumerados. La respuesta viene dada gracias a la aparición reciente y simultánea de sendas biografías repletas de interioridades del pintor Francis Bacon y el escritor Gore Vidal.

En efecto, el siglo XX también fue anglosajón. El crítico de arte Michael Peppiatt ha publicado Francis Bacon en tu sangre, una memorias del subsuelo o de ultratumba que recogen sus andanzas nocturnas con el pintor vampírico. La biografía escrita por Jay Parini se subtitula Una vida de Gore Vidal. Sin embargo, resume milimétricamente su contenido en la cita que le da título, "Cada vez que un amigo mío triunfa, algo muere dentro de mí". Es un epitafio adecuado para la centuria difunta.

Crueles hasta el límite de la tortura, homosexuales en ambos extremos de la geometría erótica, manirrotos, glotones, alcoholizados, ávidos por alternar con las celebridades, fallecidos en la novena década de su existencia. Bacon y Vidal amontonan los rasgos del siglo XX con mayor exactitud que un Picasso o un Beckett, por citar a referentes con los que fue emparentado el primero de ellos.

No se menciona a Bacon en la biografía de Vidal, ni viceversa. La mutua exclusión ha requerido un alarde de contorsionismo, dado que los símbolos del siglo XX compartieron ambientes y se codearon con los mismos iconos. Se enamoraron de Londres, pero se esclavizaron a Tánger. Ambos orbitaron allí en torno a Paul Bowles, cuya esposa Jane Bowles estaba inevitablemente celosa del ascendiente sexual de Vidal sobre su marido.

Deslenguados, arbitrarios, insoportables, consagrados a vivir al máximo en el lapso mínimo que autoriza una existencia. Fascinados a dúo por William Burroughs, se repartieron el cariño de la Princesa Margarita, la hermana de Isabel II de Inglaterra. La devoción no impidió a Bacon burlarse con estridencia de lo mal que cantaba la miembro de la realeza. Tampoco Vidal perdió la oportunidad de reírse de su amigo John Kennedy, una iconoclastia que no disuadió a Hillary Clinton de visitarlo en su nido de águilas volcado sobre el mar de Italia. Hijos de privilegio del siglo que exprimieron, ejercieron en suma de aprovechados albaceas de Oscar Wilde.

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