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El ingenuo seductor

Independiente y aburrido

El debate sobre la independencia de Cataluña está protagonizando las informaciones, pero sin que los contendientes aporten argumentos nuevos, más bien al contrario posturas repetitivas hasta la saciedad

Independiente y aburrido

Cuentan los que saben que la noticia constituye un saber o un conocimiento nuevo. Y ante un concepto tan diáfano me pregunto: ¿estamos informando cuando insistimos en hablar del independentismo catalán o simplemente repetimos hasta la extenuación unos argumentos que de tan insistentes resultan manidos? Y he llegado a la conclusión de que no hay nada nuevo bajo el sol. Que llevamos prácticamente un año -si no más- dando la misma noticia. No hay ningún conocimiento nuevo, si acaso se intercambian los interlocutores pero todos dicen exactamente lo mismo. Y ese panorama solo me incita a reclamar un aislamiento mental que me proteja de semejante aburrimiento.

Con el independentismo catalán -y bajo ese epígrafe incluyo las dos posturas enfrentadas y cansinas- me sucede como con los productos televisivos de Mediaset, que crean un microuniverso de opuestos que de tanta retroalimentación, de tanto escarbar en el pozo negro de nuestras miserias, acaba dando la impresión de que esa realidad es universal. Y no lo es. Si nos ceñimos a las audiencias, la mayoría de los españoles no ve la televisión. O al menos, no aparece en la estadística. A la gente le preocupa otras cosas y no si Rosa Benito se lleva mal con Belén Esteban o si hay nuevos gladiadores en el circo romano de Gran Hermano 16, que solo al escribir el número de ediciones me han sangrado las huellas dactilares. Sus desventuras se convierten en un entretenimiento de usar y tirar. Rentable para la cadena, letal para sus protagonistas. Un analgésico con un listado interminable de efectos adversos.

Exactamente lo mismo sucede con la información sobre la independencia de Catalunya. Solo hay posturas encontradas que repiten hasta la saciedad los mismos argumentos. El público se distancia de cualquier indicio de verosimilitud y empieza a ver un espectáculo. Sustituimos a Benito y Esteban y ponemos a Rajoy y a Mas. Un entretenimiento que ahonda en la esencia primitiva del ser humano y que difícilmente se solventa desde la razón. Solo unos pocos de esa mayoría plural se distraen con la representación. La mayoría cambia de canal por puro agotamiento. Ese es mi caso. Llega un momento que mi paciencia no da más de sí y huyo de ese contenido para salvaguardar mi interés por la vida real.

En un país de desahucios, de paro, de inmunidad legal para todos aquellos que nos sumergieron en la crisis con el objetivo de cambiar cualquier señal de bienestar en el grueso de la población, de facturas de la luz y del gas, de ciudades sucias y sueldos tercermundistas (el Instituto Nacional de Estadística manifiesta que el salario medio en España es de 1.941, 7 euros/mes. Una de dos, o los ciudadanos se quejan de vicio o la estadística es la ciencia más inexacta), de llegadas masivas de refugiados huyendo del horror de la guerra, el tema de actualidad es la independencia de Catalunya. ¿En serio?

Los que ya nos posicionamos en septiembre de 2013, en esta misma columna, en un artículo titulado Ingeniería democrática para más datos, no sabemos, ni podemos, añadir nada más a esta obstinación que más que despertar entusiasmo y perspectiva causa una profunda pereza y aburrimiento. Y todo aburrimiento acaba en una indiferencia que desactiva el propósito de la reclamación.

Si yo, que más de una vez he escrito que si España es Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre o Rodrigo Rato también quiero la independencia, que detesto la apropiación política de una reclamación social con el único objetivo de salvar el culo en las urnas, que siento una vergüenza pasmosa cuando escucho algunos argumentos nacionalistas pro España y pro Catalunya, que estoy absolutamente a favor de convocar un referendum, que defiendo mi independencia viviendo en comunidad, que los nacionalismos me asustan, que no creo en la patria y que determinados discursos anti España (o anti Madrid) de personas que se creen una élite intelectual, una nueva y comprometida gauche divine, me parecen tan catetos y bochornosos como los de los energúmenos que defienden el Toro de la Vega, que me gusta Lluís Llach y Marifé de Triana, que habito en el término medio porque los círculos polares se están descongelando, si yo, repito, estoy harto del tema de la independencia de Catalunya, imagínense el resto.

La noticia también tiene sus propias particularidades. Busquen cualquier información sobre la reclamación soberanista catalana, en un medio afín o contrario, y encuentren veracidad, objetividad, claridad, generalidad y actualidad. Y si lo logran, habrán encontrado una noticia. Llámenme entonces. O háganme una perdida y ya les contesto yo. Tal vez esté leyendo la última novela de Spanbauer o viendo un capítulo de Orange is the new black, que llevo retraso.

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